Verde Prato tiene una trayectoria corta, pero muy intensa. ¿Cómo surgió el proyecto?
Yo estaba en un par de grupos, en Mazmorra y en Serpiente, y me propusieron tocar sola para unos conciertos experimentales en Bilbao. Me pareció divertido y preparé cuatro canciones. A la gente le gustó, enseguida me llamaron para otro bolo… Así empezó, no tenía idea de hacer nada sola, pero como la recepción fue buena, me fui emocionando.
¿Qué estilo hacían esos dos grupos?
Serpiente era más experimental, más hacia el post punk, muy minimal, oscuro… Mazmorra era más electrónico, teníamos influencias más latinoamericanas. Todo era bastante ecléctico, los dos grupos bebían de distintos lugares.
Pero, de alguna manera, ha habido continuidad con Verde Prato.
Sí. Esos dos grupos tenían un estilo más marcado y una serie de influencias menos diferentes entre sí. En Verde Prato creo que mantengo eso, pero mezclo más cosas, tengo menos límites.
El nombre del proyecto, Verde Prato, lo tomó de una obra de Giambattista Basile en la que la princesa salvaba al príncipe.
Sí. Tenía que elegir un nombre para ese primer concierto y no quería usar el mío, prefería que no se supiera si era una tía, una banda… Busqué algo más sugerente. Mi madre era profesora del taller de Tolosa de teatro y adaptó ese cuento de Basile. Tenía el cartel en casa y me gustaba cómo sonaba. Repasé el cuento, por si acaso, y me pareció bien, encajaba con le proyecto.
En tres años ha sacado dos discos y tres EP. Se puede decir que es muy prolífica.
Bueno, al final siempre estás creando. Además, las cosas también van como con retardo, tienes que adaptarlas a los calendarios, tiempos de fabricación… Por eso igual está más junto. El primer disco lo empecé en aquel primer bolo de 2019, aunque salió más tarde y ha quedado como más junto todo.
Estudió piano, pero la música que hace es muy experimental, hay muchas máquinas. ¿Cómo compone?
Normalmente, la voz es el elemento que guía todo. Luego, lo que me apetezca hacer: un reggaetón, mezclar otras cosas… Ideas que intento hacer con la estación de loops y mis teclados, mi caja de ritmos… Procuro que al principio sea más sencillo todo, luego ya lo produzco, casi siempre con Jon Arriguezabalaga en su estudio, El Tigre Estudios, en Bilbao. Allí vamos añadiendo más capas.
Además de piano, estudió Bellas Artes y también pinta. ¿Qué relación ve entre las dos disciplinas? ¿Son cosas totalmente independientes? ¿O al final se trata de expresar lo mismo con lenguajes diferentes?
Al principio lo veía como más separado. Conforme pasa el tiempo, compartes referencias y ves tu sensibilidad más parecida de lo que creías. Se repiten temas en las dos partes, hay un tratamiento común… En ese sentido sí lo veo similar, aunque son dos campos muy diferentes, especialmente con la relación con la gente, con el público que hay al otro lado.
Centrándonos en su música, diría que, al principio, era más etérea, más minimalista. Ahora conserva ese punto, pero ha ganado complejidad, hay ritmos más bailables… ¿Cómo cree que ha evolucionado?
Sí, estoy de acuerdo. Estoy aprendiendo y voy añadiendo eso que aprendo. Empecé de una manera muy simple, para mí es muy importante hacerlo sola. Estoy limitada, intento hacer algo que me guste con lo poco que puedo saber. Pero ese poco también se va ampliando, esa complejidad que se va ganando tiene que ver con eso. También influyen cosas más aleatorias. Si me apetece bailar, eso se transmite a la música.
Y a la hora de ir añadiendo cosas, ¿le preocupa no añadir demasiadas para seguir manteniendo ese punto minimalista que tienen sus canciones? Hasta ahora, ha sido su sello.
No cierro puertas. A mí el sello me da igual, nunca he pensado en eso al componer. Al final, las cosas se unifican porque eres tú, desde un punto de vista sincero, creando algo que te interesa. Siempre lo he visto así. Estoy explorando el arte y mis capacidades, sigo ese camino y lo que me preocupa es poder seguir haciéndolo. Este es un sector muy precario, me preocupa más la supervivencia del proyecto, tener que trabajar en otras cosas y luego hacer música.
El elemento principal sigue siendo la voz y las letras, que están escritas casi siempre en euskera, pero también en castellano. ¿De qué depende que escoja uno u otro idioma?
Escribo en euskera por varios motivos. El euskera está reglado, pero hay diferentes euskeras, y eso me da más facilidad para escribir en un tono poético, más libre. Otras canciones, por la esencia de la canción, me piden castellano, como los reggaetones u otras. Es algo bastante intuitivo.
Su música tiene un punto tradicional, sobre todo en la voz, pero muchos elementos de vanguardia. ¿Eso también es intuitivo, o hay un pensamiento detrás para mantener un cierto equilibrio?
Las dos cosas. La tradición me ha venido desde fuera, es una influencia más. No uso instrumentos tradicionales. Las melodías de algunas canciones pueden remitir a la música tradicional vasca, pero no es algo tan evidente. Uso muchos estilos, me guío por lo que me gusta. Pero también pienso y si hago un reggaetón, lo hago de una manera que a mí me interese, evitando esas leyes no escritas que dicen cómo tiene que ser y de qué tiene que hablar. Procuro preservar esa identidad y esa independencia, y eso me parece un poco político.
Su último trabajo, ‘Erromantizismoa’, salió hace unos meses y lo grabó con Bronquio, un productor de música electrónica que ha alcanzado bastante notoriedad por su disco con Rocío Márquez. ¿Cómo surgió esa colaboración? ¿Va a tener continuidad, en estudio o en directo?
A los dos nos gustaban nuestros respectivos trabajos y mi mánager, Estefanía Serrano, le conocía y nos preparó una especie de cita amistosa a ciegas (risas). Salió todo muy fluido, porque había una admiración mutua. Nos hemos quedado muy satisfechos con el disco y de momento no hay planes de volver a grabar, aunque nunca se sabe. Nos da un poco de pena no llevarlo al directo, pero es difícil. Él es de Jerez, yo del País Vasco… Nunca se sabe, igual un día hacemos algo.
Hablando del directo: la música de Verde Prato tiene un carácter muy íntimo. ¿Le resulta sencillo mantenerlo en los conciertos? Sale sola a actuar, pero lo hace delante de bastante gente, que también acaba participando de la actuación.
Es un proceso muy interesante, otro aprendizaje. No había probado salir sola a tocar, pero me ha gustado mucho, es una relación diferente con la gente. Esa intimidad de la que hablas se traslada al directo, hay momentos muy íntimos, pero también lo que has dicho antes, momentos más bailables. Me parece muy bonito. Una chica sola, en el escenario, desde la fragilidad, desde lo dulce, pero cogiendo fuerza. Eso pasa en los conciertos y me gusta cómo reacciona la gente en los conciertos.
¿Y cómo reaccionan los públicos de Finlandia, Suiza, Portugal o Italia? Porque está tocando mucho en el extranjero.
Es súper bonito. Siempre voy pensando que va a haber cuatro gatos y que va a ser un poco raro, pero para nada. Al final, es como nosotros cuando escuchamos algo en portugués o en francés: te fijas en la música y si te gusta, te gusta. Siento que conecto de esa forma. No hay gente cantando las canciones, pero el público está a gusto, bailando, viviendo la música.