Mucha gente joven y familias con niños. Es una de las estampas más habituales entre los congregados para ver a Izaro. Esos, por supuesto, se han acercado a la playa de la Zurriola al concierto que venía a abrir la programación gratuita del 59º Jazzaldia. Esos decimos, pero muchos más también son los que han bajado arenal para asistir a una doble cita de energía femenina en el Keler Stage. Después de Izaro, que se encuentra en plena gira de cerodenero, le ha tocado el turno al blues eléctrico de Larkin Poe, banda del Sur de Estados Unidos conformada por las hermanas Dickinson.

El show de la vasca ha arrancado con cero, la primera canción de su último álbum, una suerte de paisaje atmosférico de capilla reverberante, dentro un proyecto nacido de la rabia de la compositora, que en esta ocasión ha estado bautizada con salitre del Cantábrico. 60 segundos de nada y, enseguida, ha llegado iparraldera, a la que le ha seguido edzddh o, lo que es lo mismo, ez dakit zenbat denbora daramadan hemen. A ese poderoso y furioso “No sé cuánto tiempo llevo aquí”, que tras un estallido de todas las secciones del grupo, arropado por los coros y por el vocalese propio del tema, y que culmina con el recogimiento de una caricia, se le puede responder mirando al reloj: apenas unos minutos. Si recurriésemos al calendario, en cambio, serían seis años, 2.190 días desde que actuó en ese mismo lugar por primera vez. Fue en 2018, con su delicado Eason, cuando fue invitada por primera vez a amenizar las noches playeras del Festival de Jazz de Donostia. “Fue mi primer gran concierto y agradezco al Jazzaldia aquella oportunidad”, ha dicho.

Tras edzddh, la artista vizcaina, residente en la capital de Gipuzkoa desde los tiempos en los que cursó sus estudios universitarios, arrancó con aguacero, un tema sobre los momentos de debilidad y cuarta canción de cerodenero, un concepto que Izaro desarrolló de forma integral. No sólo se trata de un disco pensado para ser degustado en continuidad. Se trata de un viaje interior que Izaro exorciza llevando su música a la electrónica, sin abandonar, eso sí, la canción de autor y el pop, pero reduciéndolas considerablemente. La estructura blanca, de lados rectos, plantada en medio del escenario y a la que se ha subido desde el primer momento con la cabellera al viento, simboliza eso mismo: la punta de un iceberg que esconde bajo la línea del mar una pesadísima carga. “Tenía dos opciones ante la montaña oscura que construí, dejarlo estar o apuntarme al psicólogo, calzarme las botas y subir a la cima”, se ha sincerado la artista ante la Zurri, sobre el bloqueo que sufrió cuando el peso de la fama se le vino encima.

La primera parte del concierto se ha cerrado, con Delirios, dedicada a Donostia y que ha conseguido, de manera tímida, la adhesión cantada de los presentes. Izaro ha reconocido que ama profundamente esta ciudad que la “adoptó” hace una década, pero no ha dejado pasar la oportunidad de lanzar un mensaje, a quien corresponda: Donostia ha “de cuidarse” y hay que solucionar el acuciante problema de la vivienda para que “los jóvenes y las familias” puedan emprender su proyecto de vida.

El concierto ha continuado con la ascensión de la cantante a las tinieblas personales con la trilogía electrónica que componen x eta besteak, campamento base eta isildu mese, momento en el que se han sumado en el escenario dos bailarinas para que juntas, las tres, con proyecciones en directo, efectuasen la coreografía que ya pudo verse en la videocreación que acompaña a cerodenero. Entre medias, con una móvil en modo selfie que emitía en directo un primer plano de la cantante, esta se ha introducido dentro del iceberg para entonar Libre, un himno feminista contra la violencia machista y las manadas sacado de su disco Limones de invierno y que para la ocasión ha llevado, también, a la electrónica.

Pasado el ecuador del concierto, Izaro se ha puesto nostálgica al rememorar sus inicios con dos temas que la pusieron en el mapa de la creación vasca: Errefuxiatuarena, delicada pieza para la que consiguió la complicidad de Eñaut Elorrieta y que, esta sí, ha logrado que el respetable se convierta en una sección coral. Tu escala de grises, a renglón seguido, ha conseguido que los asistentes despertaran por fin.

“Acabé la gira de Limones de invierno en 2022 exprimida y amargada”, ha contado. Y, por ello, en un proceso sanatorio escribió una canción a los limoneros que durante un tiempo detestó. limoiondo ha enfilado el concierto, de nuevo, hacia el repertorio de cerodenero, mientras Izaro reivindicaba udara, udara como “un bálsamo” para quienes lo necesiten.

Con aire de despedida ha sacado la artillería pesada, canciones de amor como Las llaves de tu casa y París, dedicadas a su pareja; Mi canción para Elisa, en homenaje a una sus amamas y escrita la noche que falleció; Aquí, con guiño a su hermana y su madre, y Todas las horas con la que ha rendido tributo a todas las mujeres que le siguen y también a su banda: Garazi Esnaola (teclado), Iker Lauroba (guitarra), Julen Barandiaran (bajo), Mattin Arbelaitz(batería).

Eso sí, como el concierto estaba planteado como un viaje de sanación, el espectáculo de Izaro no podía concluir de otra manera que con el ritmo latino La felicidad. Y así, con el público coreando y feliz, la de Mallabia ha dejado el escenario libre blues rock de Larkin Poe.