Desde el Agnus Dei hasta el Hallelujah, una misa sacramentada. Es decir, desde el “Cordero de Dios. que quitas el pecado del mundo”, hasta el “Alabad a Jehová”, Rufus Wainwright, solo al piano y a la guitarra, ha convertido el Kursaal en un lugar de comunión espiritual. Con una luz fría que le caía en vertical, casi como una aparición mariana, el pianista estadounidense ha ofrecido una opera sacra de hora y 35 minutos, con la voz como arma (y alma) de un devoto por la música.
Recital en el Kursaal
Vestido con una llamativa americana de lentejuelas, ha arrancado el recital con la citada Angus Dei, escrita en italiano para su disco Take two y que fue llevada en la época pandémica a un ballet por el coreógrafo Arthur Pita, hecho que obligó al cantautor ha preparar un nuevo arreglo, que es el que ha presentado, antes de ofrecer al público un viaje musical entre Estados Unidos y Europa e, incluso, testimonialmente Japón, que es a donde viajará este jueves tras dejar Donostia atrás. Pita le recomendó escribir un Requiem y eso fue lo que hizo.
De hecho, gran parte del repertorio que ha sonado ha pertenecido a sus incursiones en mundos más allá del pop en los que, para ser sinceros, tampoco ha acabado nunca de encajar. Después de 2012, Wainwright, permaneció en silencio durante una década, hasta que vio la luz Hadrian, una ópera de cuatro actos sobre el reinado de Adriano, y de la que ofreció un fragmento de su última aria. Ha hecho lo propio con partes de Openning night, un musical que escribió para el West End londinense basado en la película homónima de John Cassavetes, del que ha traído a Donostia temas como la más bien solemne Ready for battle.
Montauk, todavía al piano, ha precedido a Sannsouci. Ya en la tercera canción se ha enfundado la guitarra para cantarle a la ciudad alemana, no sin complicación dado que, los nervios, según ha reconocido, le han hecho olvidar algún acorde que otro e, incluso, la letra, en varios momentos. No solo a la guitarra, también se le ha visto momentaneamente incómodo ante las teclas por culpa de un micrófono mal ajustado. Una vez solucionado ha presentado una nueva canción, Old Song, que ha finalizado con rangos vocales altos y aporreando el teclado, rompiendo la textura más bien alegre del recital.
“Feliz orgullo gay”
Siguiendo su misal particular a pies juntillas, el cantautor, icono del colectivo LGTBIQ+, ha venido a entonar, guitarra clásica en mano, su Gay Messiah, después de desear “Feliz orgullo gay” a todos. Pese a sus intentos por demostrar su versatilidad y defender con argumentos sobre el escenario su solvencia en el género de todos los géneros, el teatro musical, el folk, su conocimiento del American Song Book y el pop, tampoco se ha escondido al rezar a una de las divinidades ante las que se postran los cantautores, Leonard Cohen. Primero lo ha hecho con So long, Marianne y, después, en el encore con el Hallelujah.
Eso sí, antes ha convocado a otro personaje al estrado, a la “maravillosa” Kamala Harris, a la que ha dedicado I’m going to town antes de iniciar los primeros acordes del salmo de Cohen. Ahí sí, el Kursaal ha levantado las manos hacia Jehová, Cohen y Rufus Wainwright, claro. ¡Aleluya! Vayan en paz, o eso ha pensado el público que ha comenzado a marcharse, antes de que Wainwright saliese de nuevo para un tercer bis, un delicioso tema francés, Complainte de la butte. Entonces sí, agur.