Una mesa de enormes dimensiones instalada en la planta baja del Euskal Itsas Museoa representa una visión distinta del mundo. No se centra en la tierra, "cercenando" las masas de agua, sino que se enfoca en la inmensidad de los océanos para que el visitante sea plenamente consciente del pequeño espacio que ocupan los continentes. "Este planeta no es el planeta Tierra, deberíamos llamarlo planeta Mar o planeta Océano", ha reflexionado este viernes el director científico del museo, Xabier Alberdi. Este, acompañado de la diputada de Cultura, Goizane Álvarez, ha ofrecido una visita guiada a la nueva exposición que acoge el centro y que han bautizado como Mare clausum, un latinismo que evoca una pregunta que quieren trasladar a los ciudadanos: "¿A quién pertenece el mar?".
La nueva muestra del Museo Marítimo Vasco, que ocupará tanto la planta baja como la primera planta del edificio del muelle hasta el próximo 2 de noviembre de 2025, invita a un viaje por la historia de ese "planeta Mar" contraponiendo dos modelos y líneas de pensamiento, la que da nombre a la propia exposición, mare clausum, y su oxímoron mare liberum, que trajeron "cientos de años de guerras". Y es que la historia marítima de las civilizaciones se sustenta sobre las ideas contrapuestas de un océano libre para la navegación y la extracción de recursos y, por contra, el derecho soberano de los reinos y las naciones también sobre el mar y lo que albergan. Este último extremo, por ejemplo, fue el que se impuso en 1494, en lo que se conoce como el Tratado de Tordesillas. En aquel lejano año, Castilla y Portugal se repartieron el mundo situando un meridiano a 370 leguas al oeste de Cabo Verde. Todo lo que había al oeste de dicha demarcación pertenecía a Castilla. Lo que hubiese al este, en cambio, a la corona lusa.
En la mesa antes citada, que preside desde el centro la planta baja del museo, también han marcado dicha línea a través de un cordel blanco. Pero la narrativa que el Euskal Itsas Museoa quiere definir no se inicia en el siglo XVI, lo hace mucho antes, puesto que desde el inicio de las civilizaciones el dominio de los mares ha sido una cuestión determinante.
Los dos modelos
El itinerario museográfico se centra en distintos paneles informativos que apuntan a los hitos principales de esta historia y, además, se acompañan de objetos de época, raramente expuestos algunos de ellos, que ayudan a contextualizar la narrativa. Por ejemplo, el apartado dedicado a las Talasocracias, las civilizaciones que durante milenios miraron e intentaron gobernar el mar Mediterráneo y el Índico, con las que arranca la exposición, incluye varias réplicas de unos apliques de bronce descubiertos en el pecio romano de Higer (Hondarribia) con cuatro bustos de dioses, datados entre los siglos II y III d.C.
Precisamente, el imperio más importante fue el romano con su proclama mare nostrum, en referencia al Mediterráneo. Una olla de cerámica romana encontrada en el yacimiento de Santa Elena de Irun y fechada a principios del primer milenio, es una de esas extrañas piezas que pueden encontrarse en la exposición.
Del control romano, Mare clausum salta a la "locura" de la Edad Media que trajo, por otro lado, innovaciones científicas como la brújula, la corredera y el astrolabio, que permitieron la "expansión oceánica de los europeos".
La historia sigue, como sigue el itinerario y también el debate sobre el dominio de los océanos. En el siglo XVIII se estableció el pensamiento de que las masas de agua que bañaban los territorios entraban dentro de su jurisdicción. Ahí se estableció la norma de las tres millas marinas, un precepto que llegó hasta el siglo XX, concretamente, hasta 1982, cuando se estableció una nueva demarcación, la de las 200 millas de aguas jurisdiccionales. En la actualidad, "el mar libre" sería todo aquel que se encuentre más allá de ese límite.
Una de las piezas "especiales" se encuentra en este punto. Se trata de la bandera original que el almirante donostiarra Antonio de Oquendo arrebató a una escuadra holandesa en la batalla de los Abrojos, que transcurrió en Brasil en 1632 y enfrentó a castellanos y holandeses, cuando las potencias europeas comenzaron a cuestionarse el derecho de Castilla y Portugal sobre los océanos. Dicho estandarte ha permanecido hasta ahora depositado en el Santuario de Arantzazu y ahora se puede ver en el muelle de la capital guipuzcoana.
"El puente vasco"
La primera planta del museo está dedicada al papel que jugaron los vascos durante los últimos siete siglos. Alberdi ha asegurado que actuaron como "puente" entre distintas coronas. Una primera edición de los Fueros de Gipuzkoa sirve para recordar que en el debate entre mare clausum y mare liberum, los vascos de los territorios históricos costeros, a título individual y todos y cada uno de ellos, [tenían] libertad de navegación, libertad de comercio e igualdad jurídica. Esto hacía que los vascos saliesen al mar y fuesen a lugares como Terranova e Islandia, sin pedir permiso a ninguna corona, para comerciar y extraer recursos. Esto fue, ha recordado Alberdi, lo que provocó que, en 1615, el rey de Dinamarca, soberano de los fiordos islandeses, decretase una ley, en vigor hasta 2015, en la que permitía el asesinato de marinos vascos.
La particularidad jurídica de los vascos trajo, además, el contrabando entre naciones enfrentadas, durante la expansión oceánica de Europa. En un mundo cada vez más globalizado y necesitado de materias primas traídas de partes del mundo que, quizá, perteneciesen al enemigo, los vascos actuaron de "puente". De esta forma, la muestra continúa con una selección de "mercancías estratégicas" para el desarrollo imperial de las grandes potencias.
El primero de ellos es el aceite de ballena, que se representa con dos ánforas que servían de lámpara. Se llenaban del crudo y se introducía una mecha que jamás terminaba de arder, dado que era el aceite el que lo hacía.
También se exhibe una caja lacada fabricada en Filipinas en el siglo XIX para contener y transportar un mantón de Manila, como muestra de lo importante que fue el textil en el comercio con Oriente –sobre todo, por la seda– y en la configuración de las primeras grandes fortunas europeas a través de la lana. "Para lavar las toneladas de lana", ha proseguido el director científico del museo, se necesitaban también toneladas de jabón, que se elaboraba con toneladas de aceite de ballena. "¿Y por dónde salía la lana al norte de Europa?", ha preguntado retóricamente Alberdi. "Del País Vasco" es la respuesta.
Continúa la visita. Una de las familias que hizo fortuna con el textil fue el clan Fúcar, que concedió un préstamo a Carlos V para que comprase las voluntades del resto de príncipes alemanes y así ser nombrado emperador. Como contraprestación concedió a los Fúcar la explotación en exclusiva durante siglos de las minas de mercurio en Almadén, en Ciudad Real.
Este elemento químico fue muy importante para procesar la plata que venía del nuevo mundo, única mercancía que suscitaba interés comercial en los asiáticos y que también llegaba al mercado a través de barcos construidos, especialmente, en Gipuzkoa. Una custodia de plata del siglo XVIII cedida por el Museo Diocesano de Donostia sirve para hablar de esta cuestión. A pocos metros, una enorme bola de hierro cierra, como los mares, esta exposición. Porque además de la plata, el hierro fue fundamental para la industria armamentística. Se trata de una bala de cañón, perteneciente también a Oquendo, que fue disparada por los holandeses al barco del marino donostiarra sin hundirlo. El almirante recogió el proyectil y lo depositó en Arantzazu para agradecer la intervención de la Virgen. Pero esa es otra historia... traída también por las olas.