En su trayectoria, Christina Rosenvinge ha vivido muchas vidas. La del punk de la Movida Madrileña con Christina y los Neumáticos, la del indie pop de Álex y Christina y Christina y los Subterráneos, su posterior etapa anglosajona y anglófona con su nombre y su apellido en sus discos como bandera y, por supuesto, la posterior consagración. Con 40 años de carrera a sus espaldas sigue en plena forma y este domingo se subirá al escenario del Victoria Eugenia de Donostia con otras tres mujeres –Amaia Miranda (guitarras, coros), Xerach Peñate (batería, coros) y Magalí Datzira (bajo, teclados, coros)– para reivindicar la figura y la obra de Safo, “la primera” de todos los cantautores. Safo nació en la isla griega de Lesbos en el siglo VII a.C. y fue conocida –y también acallada posteriormente– por su poesía protagonizaba por mujeres que desean a otras mujeres. Rosenvinge protagonizó y compuso la música para la obra teatral Safo, que dirigió Marta Pazos. A raíz de aquel trabajo, creó hasta ocho temas con fragmentos y con algún texto completo que aún se conservan de la poetisa y los recogió en Los versos sáficos, que este domingo presentará en el teatro donostiarra.

¿Cree que existen paralelismos entre Safo y usted?

La reconozco como la primera de la estirpe a la que pertenezco, los cantautores. No existiría Bob Dylan si no hubiese existido Safo hace 2.700 años. La poesía griega era cantada, se representaba con una lira delante de grandes audiencias. De hecho, Safo inventó la púa de la guitarra. Aquí aporto una teoría mía, creo que la inventó porque iba tanta gente a verla, tenía tanto éxito, que quería potenciar el sonido y que se la oyera más lejos. No fue cantautora eléctrica, pero la vocación la tenía (ríe).

Ella quiso que se la escuchase más lejos, pero la historia la acalló.

Efectivamente. Sin embargo, existe una contrapartida. Y es que ahora mismo parece más actual que cualquier otro poeta clásico y también ha trascendido a lo popular. Primero sufrió la censura del signo de los tiempos con el incendio de la biblioteca de Alejandría. Una vez instauradas las religiones monoteístas, más concretamente el cristianismo, su poesía pasó a ser considerada inmoral. Luego, además, sus textos no fueron transcritos con el mismo cuidado que los de otros, como Homero, debido a que su poesía era amorosa, hablaba de relaciones entre mujeres y del deseo sexual. Era algo demasiado subversivo para la moral cristiana.

Ahí apunta una diferencia notable, dado que autores como Platón, por ejemplo, en sus textos hablaron del amor y de la pasión entre hombres.

Safo fue una excepción. La sociedad griega también era misógina y machista. Lo que ocurre es que Safo no desarrolló su actividad en uno de los centros culturales, como podía ser Atenas, sino en la isla de Lesbos, que gozaba de las ventajas de la periferia. Es decir, allí no había las mismas estructuras férreas. Me imagino la isla de Lesbos, en el camino del comercio hacia Oriente, como una especie de Ibiza de la época en la que se podían dar excepciones.

¿Se podría resumir la obra poética de Safo con el amor, el desamor y la pasión? O, ¿trata más temas?

Es un gran enigma. Lo que queda de ella es un poema completo, cuatro incompletos y un montón de fragmentos y estrofas dispersas. Es cierto que aún se siguen encontrando textos; los últimos hallazgos, de hecho, son de 2014. Ahí se hallan poemas pacifistas, así como otros de carácter político. Por lo que, aunque el cuerpo principal de su obra fuese de corte amoroso, sufriente o deseante, también trató otros temas.

Ha comentado que Safo parece la más actual entre los poetas clásicos. ¿Es su poesía contemporánea?

Sin duda. El hecho de que su poesía esté incompleta y que ella sea tan enigmática da lugar a la imaginación. Ya a principios del siglo XX las vanguardias artísticas se apropiaron de su figura y reinterpretaron su obra. Además, es visitada habitualmente por poetas jóvenes, como Sara Torres. La extirpe de las seguidoras y los seguidores de Safo parece que nunca se extingue.

¿Y cómo ha abordado usted este trabajo?

Ha sido bonito porque ha dado mucho lugar a la apropiación, a la reinterpretación y a llevar a cabo lo que yo pretendía desde el principio: devolver a Safo a la música popular, que es lo que fue en su momento. Quería sacarla de lo académico, de la poesía elitista de los clásicos y devolverla a lo popular, porque realmente lo que ella hizo fue música de romerías, de bodas, son baladas sufrientes de gente que tiene un calentón increíble por alguien que no le devuelve el amor... Es muy actual. ¡Y para el mes del orgullo, ni te digo! (ríe).

Habiendo reinterpretado y completado su obra con versos propios, ¿qué parte de este disco diría que es suya y qué parte de Safo?

He hecho mi parte de edición. En Himno a Afrodita, el poema que permanece completo, he mantenido la estrofa sáfica completa y he hecho una adaptación muy académica y muy correcta, con la aprobación de Aurora Luque, que es la principal traductora en castellano. Con los demás temas he hecho adaptaciones muy libres y muy mías. He quitado todos los epítetos, he reinterpretado cosas, he metido muchos versos míos por medio, he juntado elementos montando relatos donde no los había... He hecho un trabajo muy personal.

Hablamos del disco pero antes fue un montaje teatral.

El germen de todo este proyecto fue un montaje teatral. Las primeras canciones las hice para ello y, después, el disco fue creciendo a partir de ahí.

Estuvo dos años ‘relacionándose’ con Safo para dar voz a estos proyectos. ¿Le resultó una tarea ardua?

Ardua y muy divertida, por otro lado, pero no sólo en lo referente a la parte literaria. Hay que tener en cuenta que la Escuela de Safo era una escuela de artes para mujeres en las que aprendían las bellas artes antes de casarse: a bailar, a cantar, a escribir... He intentado reproducir esa unión de talento femenino.

¿En qué sentido?

En el escenario del Victoria Eugenia veréis una banda formada por un talento potentísimo de mujeres jóvenes. Me acompañarán Amaia Miranda, Xerach Peñate y Magalí Datzira, que son mujeres que también tienen sus proyectos personales. He querido jugar a la comunidad creativa femenina, que es algo que se estableció y arraigó entre los hombres de manera muy fuerte pero no tanto entre las mujeres.

Usted pone a cuatro mujeres artistas en escena pero en el proceso de silenciamiento de Safo fomentó la idea de que, si una mujer se dedicaba a las artes, iba a acabar mal.

De hecho, ese mito era uno de los que queríamos derribar con la obra de teatro, desmentir el hecho de que Safo se suicidó por amor. En los poemas más recientes que se han encontrado se confirma que Safo falleció con el pelo blanco, con su cuerpo afectado por la vejez. Ella se queja de ello en estos versos, de que ya no resulta tan atractiva. Ella murió con muchísimo éxito, no fue para nada una poeta maldita. ¡Su cara estaba impresa en monedas! Fue un personaje muy importante.

¿Y cómo se difundió la idea de “poeta maldita”?

El pasaje de su suicidio se lo inventó un poeta posterior. ¡Ovidio, ni más ni menos! En las Heroidas convierte a Safo en un personaje y le inventa un suicidio por amor a un hombre. Ahí es donde empezó ese mito de poeta maldita.

Parece un buen ejemplo de cómo el patriarcado ha reescrito la historia.

Sí, fue su manera de decir: “Mujer, dedícate a tus cosas. A tener hijos y a cuidar tu hogar”.

Dice que el proyecto también ha sido divertido. El mismo disco lo es, al saltar de un género a otro, del rock clásico al techno, por ejemplo.

Me lo he pasado genial haciéndolo. Bajo esa idea de devolver a Safo a la música popular, cabían muchos conceptos distintos, desde rocker ruidoso vanguardista hasta canciones que podrían venir del folklore, pasando por temas de un estilo pop afrancesado sexy influido por Gainsbourg o un pop rock más clásico. Y, por supuesto, hay una canción techno también.

Si ha jugado tanto, ¿el concierto del Victoria Eugenia será una fiesta?

Un poco sí lo será. Al repertorio del disco le añadiré otras canciones propias pero que encajan dentro del espíritu sáfico del álbum.