El pasado lunes, la Euskadiko Orkestra encaró el primero de los cinco conciertos de su último ciclo de la temporada 2023/2024. Lo hizo en el Kursaal, auditorio al que volverá hoy para decir adiós a este curso. Durante los últimos cuatro días ha interpretado en las capitales de Hegoalde un repertorio compuesto por la Sinfonía doméstica, de Strauss, y por Correspondances, de Henri Dutilleux, un conjunto de cinco canciones que ponen banda sonora a escritos epistolares y poesías de Rilke, Mukherjee, Solzhenitsyn y Van Gogh. La soprano donostiarra Elena Sancho Pereg, con contrato desde hace años en la Ópera Alemana del Rin, actúa como solista en estos conciertos.
Lleva toda la semana cantando con la Euskadiko Orkestra. Su primera vez con el conjunto como solista fue en 2017. ¿Cómo es cantar con un conjunto así?
Es una orquesta muy profesional y trabaja muchísimo. Se nota que tienen una gran facilidad para montar un repertorio muy difícil en muy poco tiempo. Estar en casa es una gozada.
¿Suele cambiar la experiencia del canto entre concierto y concierto?
Depende. Entre concierto y concierto ocurren dos cosas. Por un lado, cuando los conciertos son tan seguidos sí que hay cierta erosión. Para la voz es diferente que para un instrumento. Por otro lado, también hay una curva ascendente. Vas mejorando, vas encontrándote mucho más con el repertorio, con la orquesta, con el director.
‘Correspondances’ es un conjunto de cinco canciones que Henri Dutilleux compuso a partir de epístolas de Rilke, Mukherjee, Solzhenitsyn y Van Gogh.
No la conocía y escuché la grabación principal que existe, que es de Barbara Hannigan y que tiene una voz parecida a la mía, de soprano ligera, pequeña, con muchos agudos, expresiva y sutil. Al escucharlo me pareció que podía ser perfectamente para mí y acepté el proyecto. Al ensayar con la orquesta se convirtió en un reto aún mayor, porque en muy poco tiempo he tenido que adaptarme a una nueva dimensión muy compleja. La experiencia me ha enseñado que cuando te enfrentas a una obra sinfónica que desconoces, lo primero que te tienes que preguntar es qué va a pasar con la orquesta.
¿Ha descubierto algo nuevo de sí misma mientras ensayaba?
Que me gusta mucho utilizar esa zona grave de mi voz, esa zona de efectos. La partitura presenta más de dos octavas y media de diferencia de registro, es un rango amplísimo. Va desde un La grave hasta un Do sobreagudo. Pero, claro, no sabía que iba a haber tanta masa sonora. Lo que más me ha costado, sobre todo, es dar sentido al lenguaje musical. Hay muchos cantantes que son más instrumentales, pero yo necesito darle sentido al lenguaje musical. En este caso, he tenido que hacerme al lenguaje de Duttileux.
¿Cómo es ese lenguaje?
Es muy disonante, pero con patrones que se repiten. En vez de octavas, hace novenas disminuidas, por ejemplo. Fue un proceso muy largo, pero muy bonito.
¿Se cantan en francés?
Sí. De hecho, la profesora que me ha hecho el coaching de la fonética conoció a Duttileux en persona. Me dijo que era un hombre encantador y una persona fantástica. Hizo esta selección de cartas, aunque realmente dos de ellas son poemas. Diría que las cinco propuestas son bastante metafísicas y que tienen mucho que ver con su lenguaje. Hablan de la vida, la muerte, el sentido del ser humano, la vibración... Para él, todo es vibración. Y la energía en última instancia es eso, cómo vibramos. Es una música que no he podido estudiar por afinación, porque cada nota es un color y, a veces, aunque estén cerca, entre una nota y otra hay un universo, porque son muy lejanas en sus armónicos.
¿Cómo son esas cinco canciones?
Hay dos de Rilke, la primera y la cuarta canción, que tienen un carácter más abstracto: hablan de la vibración del ser humano, de su principio y su final, algo como muy cuántico. Luego se encuentra el poema Mukherjee, un escritor indio francófilo y con gran predicamento en Francia, que es muy bonito. Se titula Danse cosmique, la danza cósmica. Por último, quedan otros dos que también son preciosos. À Slava et Galina es el poema que le escribió Solzhenitsyn a Rostropóvich, que defendió al primero ante la persecución y el acoso del Gobierno soviético. La última, De Vincent à Théo..., es la que más me gusta y la que más se puede cantar.
¿Por qué le gusta tanto?
Es maravillosa. Es la carta que le escribe Van Gogh a su hermano explicando el trance que atraviesa al describir su pintura Le Café de nuit. Dice: “Un café es un lugar terrible. Lo que quería representar es que un café es algo infernal, un lugar en el que la gente pierde su alma, donde puedes perderlo todo, arruinarte o, incluso, cometer un crimen”.
En general, ¿cómo trabaja su voz? ¿Ensaya mucho?
Últimamente estoy cogiendo el hábito de tener una rutina gimnástica con los ensayos. Todos los días me gusta trabajar vocalizos, porque me parece que es la manera de mantener mi instrumento bien. De cualquier modo, esta es mi experiencia. En el mundo de los cantantes no hay una pauta igual. Ahí es donde se ve los universos tan distantes que somos, nuestra psicología y nuestra naturaleza física. Hay gente con una resistencia física inquebrantable. El canto supone una entrega total, toma de ti, prácticamente, todo. Determina tu pareja, tu forma de vida... todo. Es muy raro que haya una persona que cante como si fichase ocho horas al día.
Si el canto es la entrega total, ¿cuál es la meta de un cantante? ¿La presión de la expectativa le condiciona?
Sí, hay mucha presión. Depende de cada persona, de cada instrumento. El instrumento es como una especie de don que te da la vida. Y creo que para cualquier persona que tiene un don y una afición que ama, te produce una dopamina, un placer, un equilibrio, una satisfacción y una realización. En el canto, además, si eres una persona reconocida y a la que le va bien, le otorgas un espacio muy central en tu vida. Hay que ser muy sabio y maduro emocionalmente, porque, depende para quién, el éxito puede ser tan grande que le pueda. Se convierte en una especie de fenómeno natural. Hay de todo. No te puedo dar una respuesta única. Creo que los cantantes con verdadera vocación, que vive su profesión en paz y en equilibrio, cantan y se dedican a ello hasta el máximo de sus posibilidades, sorteando éxitos y fracasos. Hasta los 50 años se puede cantar bien y durante esa década el instrumento sigue estando bien. Después, hay gente que sigue cantando muy bien y otros se retiran.
¿Es usted cantante de vocación?
Creo que soy mucho más creadora y, sobre todo, pensadora. Estoy pensando todo el tiempo. Hay una cosa que me pasa cuando escribo y que no me pasa con ninguna otra disciplina. Cuando escribo todos los sucesos de la vida me parecen relevantes, tienen su lugar en el texto, todo tiene valor, porque es humano. Cuando estás cantando no es así, o está bien o está mal. ¿Qué pasa con un día que algo te sale mal? ¿Ya no vales? Yo me rebelo ante eso. Sufrir tiene que tener un sentido y valer algo.
Cuando un concierto no sale como esperaba, ¿lo pasa mal o lo relativiza?
Ser cantante implica lidiar con el ego todo el rato, es muy agotador. A mí no me sale de forma muy natural. Yo soy artista pero no muy narcisista. Cada vez que no sale bien tengo dos semanas de meditación para volver a subir la energía.
Tiene contrato vigente en la Ópera del Rin. ¿Qué proyectos tiene en marcha?
El año que viene repetiré en roles que ya he cantado en Los cuentos de Hoffman, La Cenerentola y Carmen. También haré Fidelio en Madrid en septiembre y Ariane auf Naxos en Sevilla.