En la historia son muchos los pasajes que han quedado en el olvido. Y es labor de historiadoras como Fermina Cañaveras (Torrenueva, Ciudad Real, 1977) que no olvidemos nuestro pasado para no repetirlo. Ahora, llega a las librerías con El barracón de las mujeres, un relato desgarrador que nos presenta a Isadora Ramírez García, una de tantas mujeres que terminaron en el campo de concentración de Ravensbrück. Huían de una guerra y se encontraron de bruces con otra.

En esta, su primera aventura literaria, trae a la memoria la historia de aquellas mujeres que huyendo del Franquismo se encontraron con el fascismo y perdieron la libertad de decidir incluso qué hacer con sus cuerpos. ¿Cómo dio con esta historia?

Yo sí que sabía, y tenía conocimiento, de que en los campos de concentración hubo prostíbulos. Pero a esta historia llego de casualidad. Yo siempre digo que fue un regalo envenenado, porque fueron cuatro años duros, y todo lo que vino después. Yo estaba haciendo un trabajo de cómo se organiza el Partido Comunista en la clandestinidad, y de cómo lo gestionan mujeres en Madrid, y una de esas mujeres me cuenta que una amiga suya con la que tenía mucha relación termina exiliándose cuando acaba la Guerra Civil, buscando a su hermano, y por mala suerte, terminó con un tatuaje en el pecho y obligada a ejercer la prostitución en un campo de concentración a noventa kilómetros de Berlín. Te lo cuentan así, como si te cayera un cubo de agua fría, y yo empiezo a tener la necesidad de querer saber. No sabía hasta qué punto este campo fue lo que fue. Ravensbrück se gestiona para ejercer la violencia sistemática de género y para empezar a mover a mujeres a otros campos y trata pura y dura. Me resultó una aberración y una bestialidad, y me puse de lleno a investigar porque tenía la necesidad de saber qué pasaba. Me puse en contacto con las que quedaban vivas, que en España eran muy pocas -solo Neus Català-, y empiezo a alimentarme de testimonios, muchos de mujeres polacas. La historia viva hay que tenerla de primera mano, y el tiempo no corre a nuestro favor. Me tiro cuatro años, y la idea es intentar recuperar los máximos testimonios posibles para fraguar la historia de Isadora, porque yo tenía claro lo que pasa hasta que deja Madrid y cuando está en la resistencia, pero para lo de los campos utilizo los testimonios de las demás porque imagino que fue lo que pasaron todas. Un grupo de historiadores me animaron a escribir. No podía hacer un ensayo porque faltaban muchas cosas. 

Por eso recurre a la ficción histórica.

Por eso hago una novela. Había cosas que me bailaban. No sé realmente el número de mujeres que pasaron por allí, porque se destruyeron muchas fichas antes de que liberaran el campo. A muchas que pasaban por las cámaras de gas tampoco las registraban. No sabemos el número de mujeres que pasaron por allí. 

A través de la literatura, la televisión, el cine..., hemos conocido más en profundidad lo que ocurría en algunos campos. ¿Qué pasa con Ravensbrück? ¿Por qué no lo conocemos?

Porque es un campo incómodo. Pasó a la historia como un símbolo comunista, lo liberaron los comunistas. Y pasa a la historia como eso, no como lo que realmente fue: un sitio donde aniquilaban mujeres. Creo que es incómodo. También tiene mucho que ver que toda la documentación de este campo no se desclasificase hasta 1978, y que como que la historia de las mujeres, por el hecho de ser mujeres, no ha sido tan interesante como la que han contado los hombres, o como la que suele contar la gente que gana las guerras. Ha ido cayendo en el olvido, la historia se lo ha comido, y creo que es simplemente por la incomodidad de no querer saber lo que hicieron. Y hoy en día sigue pasando lo mismo, como que no le damos tanto valor a historias o acontecimientos en los que pueden estar muy involucradas las mujeres. Es injusto, pero por desgracia es así. 

"Ha ido cayendo en el olvido, la historia se lo ha comido"

Marcaron su piel con el tatuaje de Feld-Hure (“puta de campo”), experimentaban con ellas... Por muy duro que resulte leerlo, es algo de lo que tenemos que hablar, ¿verdad?

Yo creo que hay que hablar de ello, hay que contar las cosas como fueron. No creo que tampoco nos hagamos un favor edulcorando la memoria. El libro es muy duro, he intentado hacerlo desde el máximo respeto, no caer en el morbo, y había cosas que decidí que no tenía que contarlas, porque ya era suficiente. 

En esta historia conoceremos a mujeres catalanas, madrileñas... ¿Hubo mujeres vascas?

Hubo mujeres vascas en este campo. Fundamentalmente mucha gente lo tiene asociado con lo que son mujeres catalanas, pero podemos hablar de dos mujeres que fueron vascas, que colaboraron con la resistencia. Una nació en Bilbao, la otra no hay constancia de dónde nació, y pelearon por lo que ellas creían, por sus derechos, sus libertades, y que tuvieron la mala suerte, como la protagonista de esta historia, de pasar por el Infierno. Y creo que también es importante reivindicarlas, y que se conozca que sus historias están ahí y que podrían haber sido nuestras madres, nuestras abuelas y es importante ponerlas en valor. 

Si Isadora hubiera leído este libro, ¿qué cree que le habría dicho?

No lo sé. Yo creo que le hubiera gustado, y espero estar a la altura no solo de Isadora, sino de todas las que estuvieron allí.