“Para Pío Baroja la ciencia era Dios”. Así lo aseguró ayer, martes, Félix Maraña, encargado de la coordinar Pío Baroja, escritor y médico, un libro editado por el Gobierno Vasco y que nada más llegar a las estanterías de las librerías ha tenido que ser vuelto a enviar a imprenta, debido a su buena acogida. Maraña presentó este volumen en el Colegio de Médicos de Gipuzkoa, acompañado por la presidenta de esta institución, Carmen Solórzano, y el director de Patrimonio del Gobierno Vasco, Mikel Aizpuru. 

La presentación, en un auditorio repleto de interesados, se llevó a cabo en un Colegio que ya en 1996 desarrolló el ciclo de conferencias Baroja, médico en su tiempo, que se enmarcaron dentro de unas jornadas generales que ese mismo año acogió el Koldo Mitxelena por el 40º aniversario su fallecimiento y que llevaron a la producción –y posterior publicación en papel– de la exposición itinerante Baroja nuestro/Baroja gurea. De hecho, las ponencias de Baroja, médico en su tiempo, hasta ahora nunca recogidas en una única publicación, son las que el Gobierno Vasco decidió editar en 2022, con motivo de los fastos del 150 aniversario, en este caso, del nacimiento del escritor de Zalacaín el aventurero (1909) y Las inquietudes de Shanti Andia (1911).

¿Baroja, escritor o médico?

Un escritor con formación en Medicina, ¿es un médico novelista o un novelista médico? Preguntas como estas rondan a aquellos que se desempeñan con brillantez en ambas disciplinas, aseguró Maraña. Esa cuestión sobrevuela, por ejemplo, en la figura del donostiarra Ignacio María Barriola (1906-1998), cirujano, impulsor de la UPV/EHU y responsable de obras científicas y también de narraciones autobiográficas como 19 condenados a muerte (1978). Más que conocida es las novela Tiempo de silencio (1962), del destacado psiquiatra vasco Luis Martín-Santos (1924-1964), prolijo también en lo que a literatura científica se refiere. Esa diatriba, incluso, podría darse en el caso de Luis Sánchez Granjel (1920-2014), nacido en Segura, historiador de la medicina vasca y experto en la generación del 98, de la que escribió profusamente. No es de extrañar, de hecho, que Barriola o Sánchez Grajel participasen en las ponencias de 1996, junto con otros como el cineasta Pío Caro Baroja, el psiquiatra José Guimón Ugartechea y el farmacéutico y escritor Raúl Guerra Garrido. 

Pero si hay alguno sobre el que debe recaer esa pregunta que pone en duda las fronteras entre la literatura y la medicina es, precisamente, sobre uno de los principales exponentes del movimiento cultural que, apesadumbrados y taciturnos, vivieron el ocaso de una era: Pío Baroja (1872-1956). No es de extrañar que el protagonista del El árbol de la ciencia (1911), Andrés Hurtado, sea un estudiante de Medicina, como lo fue el propio Baroja. De hecho, según recordó Maraña, la bibliografía del donostiarra está repleta de sus trasuntos. 

“Baroja ante todo era un hombre de pensamiento”, afirmó el coordinador de la edición, que citó su obra Juventud, egolatría (1917) como compendio de sus axiomas, en muchos casos, contestatarios, algo que lo enfrentaba a una sociedad eminentemente religiosa. “Para Pío Baroja la ciencia era Dios”, insistió, para matizar que, de cualquier modo, para nada defendía ningún tipo de “fanatismo”.

Y sin ningún fanatismo, vivió la práctica de la medicina casi desde el desapego. En Valencia concluyó la formación iniciada en Madrid aunque, como él mismo reconoció en su autobiografía de juventud, terminó sus estudios “sabiendo muy poco o casi nada de medicina verdadera, como la mayoría de los estudiantes”. Pese a todo, sí que hubo estudiosos que marcaron su pensamiento y su obra, y que también se analizan en esta publicación. Son el francés Claude Bernard (1813-1878), referente de la Fisiología –otro de los campos de interés del escritor vasco–, y el vizcaino Nicolás Achúcarro (1880-1918), neurocientífico de enorme prestigio del que Baroja valoraba su “serenidad”.

Tras terminar la carrera, el donostiarra emprendió estudios de doctorado en la capital del Estado con una tesis sobre “el dolor”, un punto que siempre le interesó, especialmente, tras el fallecimiento de su hermano Darío. De hecho, el deceso ocurrió en 1894, el mismo año en el que el donostiarra terminó sus estudios superiores y en el que logró cubrir una vacante de médico rural en Zestoa. Durante año y medio dio asistencia a vecinos de esta localidad, de Aizarna, Arrona, Errezil e Itziar, una experiencia que le sirvió para escribir su primera obra literaria, Vidas sombrías (1900). La enemistad con otro facultativo de la zona le hizo abandonar su puesto y refugiarse en Donostia.

Maraña recordó que intentó continuar sin éxito la labor de doctor en Donostia y en Segura, pero también que, cuando su amigo Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, le consiguió otro puesto de médico rural en un pueblito de Castilla y León, declinó la invitación, lo que confirma su alejamiento de las ciencias médicas, al menos, en lo que a la práctica se refiere. De hecho, prefirió volver a Madrid y trabajar de panadero en una empresa familiar. Eso fue antes de dedicarse plenamente a la escritura, oficio que vaticinaba de “poco resultado pecuniario”, pero que esperó abordar con una mayor “ilusión”.

Libro que “cierra una carpeta”

El libro que edita el Gobierno Vasco viene “a cerrar una carpeta” que se abrió en 1996. Así lo reconoció el director de Patrimonio del Gobierno Vasco, Mikel Aizpuru, que recordó que la propuesta les llegó a la mesa hace dos años, coincidiendo con la antes citada efeméride. No obstante, el hecho de que los autores de las ponencias hubiesen fallecido en el transcurso del último cuarto de siglo complicó la gestión de los derechos con sus descendientes, cuestión que prolongó la publicación más de lo necesario.

Ahora, ya con el libro en las manos, los interesados pueden descubrir algunos de los muchos Baroja que existieron y aún existen. A juicio de Aizpuru, ante un Baroja que ha podido “quedarse viejo” por ser reflejo de una prosa de otra época, existe otro que “será para siempre”. Como “testigo” de la transformación que vivió Euskal Herria, ese Baroja “ayuda” a que se comprenda “qué fue” este país y “qué es” en la actualidad.