La intensa vida personal y laboral de Azkarate difícilmente se puede resumir en las casi 300 fotografías que forman parte de la muestra situada en Tabakalera. Formada en Barcelona y Nueva York, la donostiarra cubrió los peores años del terrorismo en Euskadi, recorrió Gipuzkoa trabajando para la Diputación, fotografió a las estrellas del cine para el Zinemaldia y compartió mesa con nombres como David Bowie y Lou Reed. Todo ese legado fotográfico, con más de 175.000 objetos entre negativos y diapositivas, ha pasado a manos de la Fototeka para su conservación.
¿Qué siente al ver una retrospectiva de tantos años de trabajo?
Estoy viviendo un momento que no me lo creo. En la rueda de prensa de la presentación de la exposición flipé con la cantidad de fotógrafos que vinieron. Estaba delante de la gran foto que me hizo Polanski, que está en la entrada de la exposición, rodeada de ellos, detrás de sus cámaras, y no me lo podía creer. Sigo un poco flipada (risas).
Imagino que para usted es una sensación extraña estar delante de la cámara y no detrás.
Sí, es mucho más fácil tener la cámara y fotografiar a los demás (risas).
Su primera cámara se la compró a su tía.
Sí. Mi madre era catalana y tenía un primo que vivía en Miami que de vez en cuando venía a Catalunya a visitar a sus padres y también nos hacía una visita a Donostia. En una de ellas, en 1977, trajo una Nikon F2 fantástica y me propuso vendérmela. La compré con el dinero que me había dejado la única tía por parte de mi padre y una vez que la tuve, me pasé la vida sacando fotos.
¿Tenía interés por la fotografía antes de tener la cámara o surgió después?
Tenía muchos amigos que eran diseñadores, arquitectos, directores de cine... y estudié arte y decoración porque siempre me había gustado el mundo del arte. Desde pequeña mi madre me había llevado a museos e íbamos de vacaciones a Francia y visitábamos el Museo Toulouse-Lautrec y recorríamos pueblos medievales con mucha riqueza cultural. He seguido yendo a museos y galerías y cuando fui a Nueva York no paraba de visitar todo lo que hubiera de fotografía, porque también se aprende mucho viendo.
“Yo quería era hacer una buena foto para el periódico, pero era absolutamente imparcial. Sentía una pena terrible de ver a los muertos”
Viendo y haciendo, porque durante sus estudios en Barcelona y Nueva York no paró de sacar fotografías.
Sí. Los propios profesores te animaban a que el siguiente día llevaras una serie de fotos que podían ser reflejos, edificios o charcos. Te proponían cosas y yo me iba por todos los barrios posibles buscando la foto que llevar. Ahí aprendí mucho y tuve unos profesores estupendos.
En Nueva York, además, se sumergió en la comunidad LGTBI y la pudo vivir en primera línea, como se puede ver en la exposición.
Sí. Esas fotos fueron en Halloween, que ahora existe aquí también, pero que allí era toda una fiesta. Había desfiles, pero los gays se disfrazaban de una forma que me parecía única. Iban de Kennedy y de su mujer, o de Reagan, y era maravilloso fotografiarles. Pude coincidir varias veces en Halloween, así que pude sacar muchas fotos.
También hizo unas que son muy curiosas como son las de los momentos posteriores al asesinato de John Lennon.
Habían venido unos amigos a pasar unos días a Nueva York y habíamos ido a una representación teatral de El hombre elefante en la que actuaba David Bowie y a la salida un amigo español nos dijo que acababan de matar a John Lennon. Fuimos al edificio Dakota, que era donde le habían matado, e hice las fotos que pude. Había un gentío increíble y en los días siguientes fue el homenaje que se le hizo en Central Park con miles y miles de personas. Era muy impresionante oír música de Lennon por toda Nueva York. Fueron unos momentos muy impactantes.
Impactante también sería el regreso a Euskadi, con toda la sociedad fragmentada, el terrorismo y las muertes diarias.
Yo hui de Euskadi cuando me fui a Barcelona y a Nueva York un poco por el ambiente que ya se estaba formando. Cuando volví, me sentía fotógrafa, cosa que no era antes de irme, y me propusieron entrar en La Voz de Euskadi, que es donde empecé a trabajar realmente. Me tocó cubrir muchísimos atentados que fueron terribles, pero también todo el movimiento que había en la calle. Luego entré a trabajar en la Diputación de Gipuzkoa y en los días de verano me dedicaba también al Festival de Cine.
En esa Euskadi de los 80 la sensibilidad social era otra. ¿Cree que hoy en día tendría que haberse censurado?
Seguramente. En esos años funcionábamos con un busca. Nos daban el aviso y debíamos de llamar desde una cabina para preguntar qué es lo que había pasado y dónde para salir corriendo. Yo lo que quería era hacer una buena foto para llevarla al periódico, pero era absolutamente imparcial. Sentía una pena terrible de ver a los muertos tanto de un lado como del otro. En general, no tuve problemas, aunque sí que hubo alguna ocasión en la que me dijeron que estuviera atenta a las consecuencias si publicaba cierta foto, así que firmé con seudónimo. La situación era tensa.
Encima hacía ese trabajo sin sueldo.
Nos pagaban las dietas, el kilometraje, la gasolina, el carrete y el papel de revelado, pero algunas veces cobrábamos y otras no, porque el periódico no tenía mucho dinero (risas). Pero aprendí muchísimo y fueron unos años estupendos, muy interesantes y muy activos.
En esa época, podía estar por la mañana cubriendo un atentado y por la tarde fotografiando a una estrella del cine para el Zinemaldia. ¿Dónde se sentía más cómoda?
No sé, yo me las arreglaba y solo quería hacer buenas fotos (risas). Pasaba de una cosa a otra casi sin enterarme.
¿Recuerda con especial cariño a algún actor o actriz que fotografiara aquellos años?
Entonces tenías un acceso a los actores mucho más cercano que ahora, pero la verdad es que nunca me he sentido impresionada por los grandes actores (risas). Con los años me hice amiga de Julian Schnabel y su mujer Olatz López Garmendia y, cuando vino con una película de Lou Reed, me encantó estar con él al lado. Lo mismo con Paul Auster o cuando vino a actuar David Bowie a Donostia y pudimos estar con él en el camerino y luego fuimos a casa de Julian y Olatz y le pude sacar fotos en su estudio. Vivir esos momentos ha sido una suerte.
“Antes tenías un acceso a los actores mucho más cercano que ahora, pero la verdad es que nunca me he sentido impresionada por ellos”
¿Ha contabilizado alguna vez la de veces que le han pedido la icónica foto a Bette Davis?
(Suspiro) Muchísimas veces. Tengo muchas más de ella que me encantan, pero esa es la que todo el mundo me pide. La que más ha gustado.
¿Recuerda cómo fue ese momento?
Era un fotocol en el Hotel María Cristina al que fuimos muy pocos fotógrafos porque muchos se habían mosqueado con ella ya que no se había dejado fotografiar fuera del photocall. Yo no podía hacer eso porque era la fotocol oficial del Festival y, además, me negaba a no fotografiar a esta mujer en la que seguramente fuese la única posibilidad en mi vida.
En la exposición no ha entrado todo y se han quedado fuera varios de los viajes que ha hecho a lo largo del mundo. ¿Qué buscaba con cada viaje? ¿Le interesaba fotografiar otras sociedades?
Siempre buscaba fotografías que me impresionaran, personas, gente... Parte de este material se verá a partir de enero en otra exposición en el Museo San Telmo y coincidirán ambas muestras durante un mes.
En los tiempos que corren, en lo que todo es efímero, parece difícil que alguien pueda conseguir un archivo fotográfico como el suyo.
Creo que hay unos archivos fantásticos, lo que pasa es que yo lo he guardado todo, con los negativos bien archivados, y quizás otros fotógrafos no le han dado especial importancia a sus trabajos y han perdido muchos de esos negativos. Seguro que hay fotógrafos que tienen cosas tan interesantes como las mías o más.
Lo decía porque hoy en día, con el teléfono móvil, el valor de la fotografía se ha perdido.
Claro, porque hoy en día todo el mundo es fotógrafo. Se pueden hacer fotos fantásticas con el teléfono y, de hecho, se hacen maravillas. ¿Cómo vivo este momento? Pues sacando fotos con el móvil (risas).