TVE ha provocado indignación con la emisión de este lunes, en el matinal de Cantizano, de las imágenes, en directo, de un reportero y su cámara (qué importante es tener un cámara a tu lado) que se percataron de que entre dos vagones de un tren en movimiento asomaban unas zapatillas y unos pantalones que hacían pensar que se trataba del cadáver de Álvaro Prieto, el joven de 18 años que llevaba desaparecido desde el jueves. Los periodistas, que estaban fuera de la estación de Sevilla, donde desapareció el rastro del joven, vieron a simple vista –y ampliaron la imagen tirando de zoom– lo que la Policía y el personal de Renfe/Adif no fue capaz de ver en todos estos días. La indignación, sin embargo, se ha centrado en el periodista por mostrar este hecho. Tanto es así que el presentador del espacio pidió disculpas y aseguró que las imágenes serían eliminadas de RTVE Play y de todas las plataformas televisivas para que no se volvieran a ver. Y así lo han hecho.

El hecho ha ocurrido poco después de que medios de comunicación de todo el mundo publicaran/publicáramos imágenes durísimas de cadáveres en Gaza, incluso niños, no voy a decir ante la indiferencia, pero sí sin que el respetable montara ninguna escandalera. Me viene ahora la imagen de un padre palestino salpicado de sangre llorando el asesinato de sus dos hijos, que no tendrían más de seis o siete años, uno al que sujetaba por la cabeza y el otro (al que se le veía muy bien el rostro) tirado a sus pies. Es preciso recordar lo obvio, qué es el periodismo y cuál es el trabajo del periodista, por incómodo que resulte y cómo, pese a mostrar lo que ocurre, todavía hay quien niega que haya ocurrido.

Pero volviendo al caso sevillano, en un país supuestamente avanzado, como es España, si un reportero se topa, cuatro días después de la búsqueda, con un cadáver cuyos pies asoman entre dos vagones, en un tren que pasa delante de sus narices ¿no lo tiene que mostrar?, ¿se tiene que arriesgar a que la fuente oficial lo niegue, minimice lo ocurrido y hasta haya quien le acuse de inventarlo/exagerarlo con la famosa coletilla de que si fuera cierto lo habría grabado?

La obligación del reportero es ofrecer información veraz y contrastada, y así lo ha hecho, y con más mérito porque estaba en pleno directo. Alberto Catalán, el periodista cuestionado, ha hecho perfectamente su trabajo: no son simples imágenes morbosas sin valor informativo. Son trascendentales. No es su culpa si la familia del chaval se ha enterado de su muerte por la tele. Eran otros quienes tenían que haber mirado ahí antes y desde más cerca.

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Esa imagen era necesaria y TVE se equivoca al borrar de su archivo la noticia. Incluso, si me apuran, deberían mostrarnos también las cámaras de seguridad y todas las grabaciones existentes –con voz, si las hubiera– de la falta de empatía del personal de la estación que impidió al chaval, un crío de 18 años sin ninguna pinta de conflictivo, subir a su tren para volver a casa y se negó a ayudarle a cargar unos minutos su móvil, si tanto les preocupaba comprobar si tenía billete.

Ahora, desgraciadamente, sabemos cómo acabó todo aquello y parece haber cierta unanimidad en que la culpa es del periodista por mostrarnos que cuatro días después de la desaparición del joven, y en la misma estación donde se le perdió el rastro, un tren ha paseado el cadáver de un chaval que nunca debió morir. Y eso es tremendo se viera o no por televisión. Pero es que había que verlo.