Su primera época impresionista y figurativa, su posterior etapa informalista y de pintura gestual, la creación del Primer Taller Libre de Expresión en Donostia pensado para la infancia a mediados de los 60, la renovación del arte vasco a través del Grupo Gaur, la primera película pintada sobre celuloide, el accésit en el Premio Gure Artea a principios de los 80, su trabajo en distintos formatos como murales, lienzos, grandes telas, cartones... El currículum artístico de José Antonio Sistiaga, que ha fallecido este domingo por una complicación cardiológica en la Policlínica de Donibane Lohizune a la edad de 91 años, es extensa y su aportación más que relevante. Por ello, NOTICIAS DE GIPUZKOA charla con tres personas que le conocían bien, tanto a él como a su producción pictórica. El crítico de arte de este periódico y director del Museo Diocesano, Edorta Kortadi; el subdirector del Museo Oteiza Alzuza y autor del libro Grupo Gaur. Arte y construcción colectiva, Juan Pablo Huércanos; y el director de la Filmoteca Vasca, Joxean Fernández, han lamentado la “gran pérdida” que ha supuesto la desaparición del último superviviente del Grupo Gaur, con el que se “cierra un ciclo” y que, con su marcha, ha generado “un sentimiento de orfandad”.

Precisamente, Kortadi destaca que la principal particularidad de Sistiaga, en comparación con el resto de miembros del citado colectivo, era su “pintura gestual”, que seguía el principio del gesto de la mano, mientras que el resto eran “más abstractos”. Esta gestualidad, explica el también exprofesor de Historia del Arte de la Universidad de Deusto, está relacionada con una querencia por tradiciones orientales, es decir, por su influencia por las pinturas japonesas y chinas, que trasladaba sobre telas. “Era un pintor lírico, más bien poético y creo que tuvo una gran sensibilidad en la gama de los azules, algo unido al mar o al cielo”, ha definido Kortadi.

Juan Pablo Huércanos también conocía bien a Sistiaga. De hecho, coincidieron el jueves pasado en la inauguración de la exposición That time de Tabakalera. Es por eso que la noticia lo ha dejado, más si cabe, tocado: “Como último miembro del Grupo Gaur, su muerte nos ha dejado huérfanos”. 

“Fue un gran artista”, ha asegurado el subdirector del Museo Oteiza, que en 2015 le dedicó la exposición Sistiaga. De la pintura gestual al arte del movimiento. Como “experimentador” que era, cosecho una carrera llena de “aportaciones estéticas”, llevando “la pintura y la expresión plástica hasta sus límites”, lo que en la práctica le llevó a exportar la pintura a otros soportes como el cine, como en el caso de Ere erera baleibu izik subua aruaren... que le convirtió en un “referente monumental” en el circuito internacional, o con esos cuadros de grandes formatos en los que parecía que quería “llevar la pintura fuera del marco y mezclarla con la vida”.

Además de su figura como un “pionero” de la práctica pedagógica del arte en un momento –el franquismo– en el que lo único que había era “escaso y mediocre”, Huércanos ha subrayado su papel como miembro de una generación de artistas que “construyeron un nuevo país”. Gaur y sus componentes fueron unos artistas que lucharon “teniendo todo en contra”, poniendo “la creación artística en el primer lugar” y haciendo “del arte su misión”. Al mismo tiempo apostaron por “renovar el imaginario, defender nuevas estéticas y también maneras de entender la vida”, algo que insufló a la sociedad vasca un nuevo “oxígeno” de libertad, más allá del viciado aire de la dictadura. “Estos artistas, entre los que se encontraba Sistiaga, demostraron que apostando por la libertad, creatividad y el rigor oficial era posible hacer algo que fuese más allá del discurso oficial”, ha explicado Huércanos.

El homenaje eterno de la Filmoteca Vasca

José Antonio Sistiaga, además de “un gran artista”, también era un gran cinéfilo y muy buen amigo de la Filmoteca Vasca, que el año pasado invitó al artista a presentar una versión restaurada en 4K Ere erera..., como proyección especial de las Sesiones Lumière. Joxean Fernández, máximo responsable de la cinemateca, recuerda con gran cariño las visitas que Sistiaga hacía a la Filmoteca, tanto en su ubicación actual en Tabakalera como cuando se encontraba en el paseo de Bizkaia.

De hecho, “el mejor homenaje” que se le puede hacer a Sistiaga se lo hizo la Filmoteca cuando se inauguraron sus nuevas oficinas en la antigua fábrica de tabacos de Egia. No en vano, todos los cristales se vinilaron con fotogramas pintados por el donostiarra, una decisión que “alegró” al artista porque era una manera de “reconocer su trabajo, sus ideas vanguardistas y su espíritu libertario dentro del cine vasco”. “Podemos decir que le hacemos un homenaje perpetuo, porque todo trabajador de filmoteca tiene en su despacho o en una oficina técnica un vinilo con su obra”, comenta Fernández, que añade que, se siente muy “apenado en lo personal”, porque Sistiaga era una persona “con la que le gustaba mucho charlar” y con la que, precisamente, ha charlado “mucho” durante los últimos años: “Tenía un punto ácrata, rompedor y a veces provocador, con el que me reía mucho”.

Fernández, además, ha querido compartir un recuerdo entrañable. Sistiaga solía contar que parte de su predilección por lo artístico le llegó cuando era un niño de unos cinco o seis años. Una mujer que trabajaba en su hogar le regaló un cuaderno de dibujo y un lapicero. Muchos años después, con motivo del tributo que el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, Punto de Vista, le rindió en 2018, la organización invitó a Fernández a presentar la sesión junto al artista y el director de la Filmoteca decidió repetir el presente: al término del acto le regaló un cuaderno y un lapicero: “Se emocionó y yo también me emocioné, porque fue como volver al origen”. Desgraciadamente, todo origen tiene un final. Eso sí, está claro que, en el caso de José Antonio Sistiaga, ni su origen, ni su vida, ni su obra, ni su final caerán en el olvido.