Sin Woody Guthrie, aquel bardo izquierdista que recorrió Estados Unidos andando y en trenes de mercancías con los bolsillos vacíos y la ayuda de su guitarra para enfrentarse con himnos humanistas, solidarios e izquierdistas a las consecuencias de la gran depresión de 1929, la música popular del último siglo sería distinta. Que se lo digan a Dylan, Springsteen, The Clash, The Pogues, Wilco, Billy Bragg… y Dropkick Murphys (DKM). El grupo bostoniano de punk folk acaba de recuperar el viejo lema que portaba aquel viejo héroe grabado a fuego en su guitarra al editar This machine still kills fascists (Pias), álbum completo con viejas letras de lucha necesarias en este atribulado presente de sonido acústico. “Woody fue el primer punk”, según la banda.

Woody, nacido en 1914, fue el padre del folk estadounidense, junto a The Carter Family. Dylan le profesaba de joven tal reverencia que le dedicó en su debut (1962) una canción titulada Song to Woody, en la que hacía extensible su admiración a otros pioneros del género como Cisco Houston, Sonny Terry y Leadbelly. “Te canto la canción, pero no puedo cantar lo suficiente, ya que no hay muchos hombres que hayan hecho lo que tú”, le escribió. De ese mismo legado bebieron Springsteen, The Clash, Lucinda Williams, Tom Morello o Rosanne Cash, entre miles de artistas, y algunos, como Billy Bragg y Wilco o la asociación de Jay Farrar con Will Johnson, Anders Parker y Jim James, músicos de Uncle Tupelo, Centro–Matric y My Morning Jacket, editaron varios discos completos con su obra.

Ese rescate vuelve a producirse ahora con los bostonianos DKM, banda de punk celta que ya se había postrado ante el genio con varias canciones sueltas extraídas de sus archivos, como Gonna Be a Blackout Tonight, hace ya casi 20 años, y la célebre I’m Shipping Up To Boston. “El proyecto lleva mucho tiempo en desarrollo. Nora, hija de Guthrie, contactó conmigo por vez primera hace al menos dos décadas. Pensó que a su padre le encantaría, que le agradaríamos, que éramos almas gemelas, por así decirlo, lo que para nosotros fue un gran honor”, explica el cantante y bajista de Dropkick Murphys, Ken Casey.

Esa indagación en los archivos personales de Woody se volvió febril el año pasado y, aprovechado que el co–vocalista principal de los Murphys, Al Barr, tuvo que apartarse para volcarse en su madre enferma, se desechó la grabación de un álbum de canciones propias y surgió la posibilidad de dedicar un álbum completo a la obra de Woody como alternativa. “Nora nos ofreció el privilegio de adentrarnos en los archivos de su padre y seleccionar algunas de las letras. La idea inicial era buscar las que se ajustaran al grupo. Junto a esas, había un montón de ellas, así que surgió la idea de hacer un álbum conceptual sobre Woody. Fue algo emocionante”, explican los bostonianos.

Acústico y puño en alto This machine still kill fascists, que trae al presente el viejo lema antifascista escrito en la guitarra del maestro, supone una salida de la zona de confort del grupo, que viajó para grabar a las raíces de Woody, la pequeña ciudad estadounidense de Tulsa, alejándose premeditadamente de estudios de Nueva York o Boston. Y optaron por un sonido acústico, sin amplificadores. “Después de 26 años como grupo, queríamos intentar hacer algo diferente. Y después de leer sus textos, estaba realmente motivado. Ya sabes, un hombre y una guitarra… Era algo realmente poderoso, el primer punk, el original”, resume Casey.

“Fue a contracorriente, peleó en el bando adecuado, habló claro y le cantó a sus creencias. Su prioridad no fue el éxito comercial, sino su mensaje y aquello en lo que creía, en el amor, el entendimiento entre los seres humanos y la verdad universal de que no existe una persona mejor que otra”, indica el líder de DKM. “Soy una gramola de pie en un antro… quienes trabajaron duro para darme la vida quieren que cuente los secretos de los trabajadores”, escupe Casey en Talking Jukebox, primero a ritmo de rock acústico y luego explotando en ira punk.

Esa canción es la fotografía perfecta de Woody y de los bostonianos, que atenúan el ritmo en cortes como Two 6’s Upside Down, una historia de cuernos que acaba en la cárcel, y lo aceleran, a ritmo de rock garajero de serie b, entre The Cramps y los The Clash del Brand New Cadillac de Vince Taylor. El resto es música eufórica, para vociferar con el puño en alto sobre los desheredados, el amante abandonado borracho de alcohol y cariño, y la peña que no llega a fin de mes. Con las colaboraciones de vaqueros como Evan Felker, cantante de Turnpike Troubadours, en el medio tiempo The Last One y de Nikki Lane el dueto Never Git Drunk no More, con violines y la dulzura que compartían Shane MacGowan y Kirsty MacColl en Fairy Tale of New York.

Como es lógico, los guiños a The Pogues resultan evidentes, especialmente en la encantadora All You Fonies, tanto como el piano de la balada Waters Are A’risin, las percusiones con los pies de Ten Times More o el rescate de la propia voz de Woody en Dig A Hole. Y el mensaje es tan actual, en estos tiempos de polarización y –digan lo que digan, de lucha de clases, autoritarismo y blanqueamiento de mensajes fascistas con apelaciones a la tradición– que se te encoge el corazón cuando Casey canta “si los sinvergüenzas trabajan, nosotros tenemos que hacerlo diez veces más”, denuncia la represión de la patronal ante los sindicatos y clama que “podemos perder muchas peleas, pero seguro que ganamos la última” o “cava un agujero, vamos a acabar con vosotros, fascistas”. ¿Política, simple humanismo? Woody y DKM, almas gemelas. “Como arma contra la ignorancia o el odio, la música puede lanzar una red amplia para llegar a la gente y captar su atención”, dice Casey. Las aguas siguen subiendo y parece que el barco se hunde. Este disco es otro grito más en solidaridad con quienes nacieron “obligados a perder” a ritmo de folk, rock, punk y blues imperecedero.