Como muestra del eclecticismo que ha invadido el Jazzaldia en esta edición, el auditorio del Kursaal acogió ayer el concierto del músico bretón Yann Tiersen. Con sus melodías minimalistas y repetitivas, ofreció un concierto amable, de fácil asimilación.

En esta gira ha optado por una propuesta dominada por la electrónica. Se mueve con facilidad en otros ambientes, podía haber sido en el rock, o en la chanson française pero en esta gira se ha decidido por la electrónica.

Con el acompañamiento de Jens L. Thomsen, originario de Islas Feroe, y de su esposa, Emilie Tiersen, en la voz, nos dispusimos a degustar este Yann Tiersen: Electronic Set.

El recinto del Kursaal de nuevo prácticamente se llenó, con una buena presencia de público llegado del otro lado de la muga. Nos percatamos de que en el frente del escenario había una pantalla, en la parte de atrás otra y, en medio, los músicos.

Los efectos de sonido de una enorme tormenta nos introdujeron en un mundo onírico que se abrió con Kerlann, una propuesta ambiental con sonidos de la naturaleza y la confirmación de que los audiovisuales iban a ser los grandes protagonistas.

Está claro que tiene facilidad para ilustrar imágenes del tipo que sean, y sus habituales referencias minimalistas empezaron a brotar con naturalidad.

Los sonidos eran sintéticos, también algún piano, en secuencias en bucle con ligeras variaciones. La potencia de las imágenes era tal que atrapaban tu atención. Las capas de sonido se sobreponían las unas a las otras. Los músicos eran prácticamente anónimos, dos siluetas casi imperceptibles sobre el escenario.

Sonidos envolventes

Sonó Keryegu, con sonidos envolventes que no nos resultaron ajenos. Los audiovisuales hipnotizaban. Pertenecían a una película grabada expresamente para ilustrar el disco Kerber. Dirigida por Kit Monteith, se grabó en la isla de Ouessant, en la costa bretona. Apareció Emilie Tiersen sobre el escenario y cantó Mary en bretón. Volvimos a las raíces. La cantante bretona tiene un timbre muy particular y sugestivo. Sufrimos una especie de alteración de la realidad, ya que los efectos ópticos jugaban en nuestro cerebro.

A Emilie Tiersen le acompañaron unas casi imperceptibles bases etéreas. Los audiovisuales seguían centrando nuestra atención. En Kerber, una serie de espectros evocaban la desintegración del ser humano. Esto no tiene nada que ver con el Tiersen que conocíamos. Hasta ese momento del concierto la música era bastante gaseosa, etérea, sin ritmos marcados. En Ar Maner Kozh cambió la estética hacia formas más geométricas en las luces y abstractas en las imágenes, casi siempre en blanco y negro y con una fuerza de atracción poderosa. El sonido de un piano fiel al Tiersen más conocido apaciguó el ambiente vaporoso e inquietante. Los paisajes sonoros nos transportaron a los sonidos de legendarias bandas de rock electrónico alemán.

Se agradeció al público desde el escenario con un detallista “Mila ezker”. Continuó el minimalismo electrónico espacial a través de capas que se superponian y servían para seguir admirando las proezas visuales de la película Kerber. En su duelo particular, lo visual derrotaba claramente a las composiciones sonoras, que empezaban a no estar a la altura A partir de este momento tuvimos la sensación de que, tomando elementos de distintos momentos de la historia de la música electrónica, se fue construyendo este proyecto, donde había ecos, visuales y sonoros a Kraftwerk.

Sonó Palestine y de nuevo sonó la voz de Emilie Tiersen. Quinquis nos transportó a un mundo mágico, ancestral, y con Chapter 19 llegaron las voces indescifrables, sintéticas y analógicas, paisajes sonoros que fueron creciendo en intensidad y que nos acercaron por momentos a sonidos bailables, rápidamente jaleados por parte del público.

Hubo guiños o recuerdos a Orbital, a Nils Frahm e incluso a Jean Michel Jarre y otras bandas electrónicas, todo ello traído hasta nuestros días en una proposición que no aporta demasiado musicalmente pero que, por otro lado, desprende un magnetismo difícil de expulsar.

“Mila ezker”, repitieron desde el escenario del Kursaal. En el bis volvió Emilie para cerrar con su voz envuelta en una música ambiental, sensorial, elevadora. Hermoso final para cerrar este atípico e inesperado espectáculo, un tanto irregular por momentos, pero necesario por su originalidad.