- Ricard Gili, trompetista y cabeza visible de la big band, repasa con NOTICIAS DE GIPUZKOA el medio siglo de su formación. Este conjunto amateur y de carácter asambleario recibirá hoy el Premio Donostiako Jazzaldia, galardón que les concede un encuentro con el cual tienen una vinculación especial. No en vano, en 1977, el primer viaje que hicieron fuera de Catalunya fue para participar en el Festival de Jazz de Donostia, donde fueron premiados en la modalidad de jazz tradicional. Ahora, en su gira de despedida de los escenarios, se cierra el círculo.

¿Qué se siente al recibir un premio de estas características?

-Una satisfacción. Hay un reconocimiento. Además, el Jazzaldia para nosotros tiene una gran importancia. Nos presentamos en 1977 al Concurso de Grupos Amateurs que se celebraba dentro del festival y fuimos premiados en la modalidad de jazz tradicional. Años después volvimos a la edición número 40, en 2005. Ahora que hemos cumplido 50 años y que hemos decidido parar la locomotora, se nos recuerda. Nos complace que más allá de Barcelona y Catalunya se acuerden de nosotros, aún más una entidad importante como el Jazzaldia. Estamos satisfechos.

Su visita en 1977 fue, además, el primer viaje que realizaron fuera de Catalunya.

-Absolutamente. Funcionábamos desde hacía cinco o seis años y no eramos muy conocidos; algo más en Catalunya, pero nunca habíamos tocado hasta ese momento en ningún otro lugar del Estado. La del Jazzaldia fue una primera salida importante.

¿Cómo recuerda su participación?

-Era un tiempo en el que todo pasaba en la plaza de la Trinidad. Previamente, en 1973 y en 1974, yo ya había asistido al Jazzaldia, pero como espectador. Conocía el ambiente que había aquí. Cuando actuamos en 1977 fue muy emocionante. Además conocimos a un grupo de músicos checos que también concursaban (ríe). Todo lo vivimos con la emoción que se vive todo aquello que haces cuando eres primerizo, todo es nuevo y todo te afecta mucho. ¡Ver a toda esa gente en la plaza de la Trinidad! Entonces en la orquesta éramos solo siete u ocho y podíamos ir por ahí a hacer el gamberro; era todo muy divertido y emocionante (vuelve a reír).

Han pasado 50 años desde ese enero de 1971 cuando actuaron por primera vez. ¿Qué ve cuando echa la mirada atrás?

-Al principio fuimos un quinteto, un grupo de estudiantes que nos encontrábamos los sábados por la tarde para tocar y pasarlo bien. Pasamos de unos inicios modestos hasta llegar a montar una big band de 17 músicos tocando arreglos de envergadura, con una trayectoria tan larga. Hemos llegado a participar cada año desde 1999 en el Festival de Jazz de Barcelona; hemos actuado con músicos de fuera; hemos compartido escenario con instrumentistas que habían tocado con Duke Ellington como Harold Ashby o Wild Bill Davies, en 1999 y en el 2019, en el 30º y en el 50º aniversarios, respectivamente, de los conciertos de música sacra que Ellington ofreció en Barcelona...

Entonces, ¿satisfechos con el camino recorrido?

-Con los planteamientos tan modestos que teníamos haber llegado a hacer lo que hemos hecho, sin mayores pretensiones, nos permite quedarnos con la sensación de haber hecho los deberes; te quedas muy tranquilo.

¿Llegaron a plantearse la profesionalización?

-Se planteó inicialmente, durante los primeros cuatro o cinco años. Pero posteriormente ya habíamos terminado los estudios y estábamos iniciando nuestras carreras. Alguno ya se había casado. Todo ello complicaba las cosas y decidimos no profesionalizarnos. A alguno le hubiese gustado ir más allá y a otro le hubiese gustado hacer menos, pero encontramos este punto medio que hemos ido renovando año tras año en forma de asamblea. Allí se decide lo que se hace y lo que no y eso nos ha permitido seguir todo este tiempo.

¿Esa asamblea ha votado a favor de parar el tren?

-Sí. Lo teníamos aprobado ya desde hace dos años, por lo menos. Yo ya veía que estábamos en un punto maduro, que muchos pasábamos ya de los 70 y que no era conveniente seguir y dar una imagen un poco decadente. Es mejor parar y dejarlo cuando todavía estás más o menos presentable en un escenario.

En sus inicios, ¿contaban con algún modelo de banda de referencia?

-Cuando fuimos quinteto hacíamos el jazz que podíamos hacer, de corte tradicional. Yo que he sido, un poco, el que ha actuado de líder de la orquesta, tenía fascinación por orquestas de la época swing y por Duke Ellington. Tuve la ocasión de verlo en Barcelona en varias ocasiones; me fascinaba. Por supuesto, esa fascinación ha repercutido en el enfoque que le hemos dado a La Locomotora Negra. Pero también había otros modelos como Count Basie o Lionel Hamton; de todos ellos hacemos temas que nutren nuestro repertorio.

¿Cuál es la receta para alcanzar el medio siglo?

-Mucha afición por esta música, buen compañerismo y un compañerismo trabajado a través de las asambleas que citaba, en las que todo el mundo ha podido sacar sus quejas o sus pretensiones o sus anhelos hasta llegar a este punto concreto. Ahí está la fórmula.

Nacieron en 1971 pero su primer disco tardó en llegar, no se comercializó hasta 1982.

-Como buenos aficionados al jazz, somos muy conscientes del lugar que ocupamos. La pretensión de sacar un disco llegó cuando dijimos Está bien, vamos a hacer algo ya un poco presentable (ríe). Pasaron diez años hasta que no nos decidimos, simplemente, porque éramos conscientes de lo que éramos y lo que hoy seguimos siendo.

Lo que eran y lo que son... pero muchas bandas no pueden decir que han cumplido medio siglo sobre las tablas.

-La broma que suelo hacer yo es que la orquesta de Duke Ellington duró del año 1924 hasta 1974, cuando murió él. Son 50 años. No queremos superar a Duke Ellington (ríe).

¿Qué es lo que escuchará hoy el público del Victoria Eugenia, después de que les hagan entrega del Donostiako Jazzaldia?

-Un compendio de todo lo que hemos estado haciendo estos últimos años, desde que somos una big band. Será un repaso de temas que proceden de esta época swing con algunos temas originales nuestros y con algunos standards que sirven para presentar a los que consideramos que son nuestros mejores solistas en la banda, para darles un poco de cancha. Queremos que estos últimos conciertos sean espectáculos donde lo pasemos muy bien; esa es, además, la única manera de que el público también lo haga.

La Locomotora Negra es una banda que no se ha profesionalizado en 50 años, eso significa que se lo han pasado estupendamente.

-Sí y es lo que nos dice la gente, que se percibe que nos lo pasamos muy bien. Siendo conscientes del lugar que ocupamos, cuando al acabar el concierto viene la gente y nos agradece y nos dice que les hemos hecho felices durante una o dos horas, es lo que te queda al final: que tú te lo has pasado muy bien y que se lo has hecho pasar bien a otros. A la vida no se le puede pedir mucho más.

Quizás luego lo echen de menos.

-Bueno, podría ser... De cualquier manera, algunos de nosotros seguiremos en otros proyectos. Yo, por ejemplo, mientras pueda ir soplando, soplaré mi trompeta en grupitos más pequeños, con menos responsabilidades, menos complicaciones...

El ensayo de una big band como La Locomotora Negra en tiempos de pandemia habrá sido complicado.

-¡Piensa que, además de la rítmica, tenemos trece músicos soplando unos contra otros! ¡Era matarnos! ¡Enviarnos los virus unos a otros! (ríe). Hemos podido ensayar en espacios grandes, en naves industriales y en invierno con un frío que te morías... En las primeras ocasiones, cuando el impacto del virus era grande, tocábamos en rectángulo de cara a la pared para no mandarnos virus. ¡Imagínate! Ha sido complicado.