En alguna ocasión, Ramon Saizarbitoria (Donostia, 1944) ha confesado: "Quizá de no haber nacido en una cultura minoritaria, no me hubiera dedicado nunca a escribir". En su larga trayectoria, se reflejan los cambios sufridos por la literatura en euskera: de tener que enfrentarse a un clima adverso y hostil en plena época franquista, a la consideración de autor de culto en una producción literaria euskaldun que goza de muy buena salud, con la incorporación de nuevos autores y autoras.

En 1969, Saizarbitoria publicó su primera novela Egunero hasten delako (Lo que empieza cada día), porque veía que lo que se publicaba a su alrededor no reflejaba su mundo. Cuando en 1976 sacó Ehun metro (100 metros), se ganó la consideración de gran escritor vasco.

Ramon Saizarbitoria es sociólogo de profesión y escritor de devoción. Su producción literaria no es precisamente excesiva (estuvo sin publicar entre 1976 y 1995), pero algunas de sus novelas, como su monumental Martutene, están consideradas por los críticos como obras maestras.

Este lunes ha recibido la Pluma de Oro en la Feria del Libro de Bilbao...

—Me siento contento y halagado, sobre todo porque se acuerde alguien de mí a estas alturas.

Hace unos años, en una entrevista reconoció que nunca se hubiera imaginado que un escritor vasco ganara premios...

—Así es, cuando comencé a finales de los años 60, muchos de mi generación escribíamos en euskera militantemente. No se prestaba mucha atención a la cultura, y por supuesto al euskera, había pocos lectores, y era una condición casi marginal. Uno no pensaba nunca tener reconocimientos sociales... Fue una época muy ilusionante, difícil, pero esperanzadora para la literatura vasca. En aquel momento, nos contentábamos con poco, nunca nos hubiéramos imaginado que podríamos derivar a la situación actual.

¿Pensaba ya entonces en dedicarse a la literatura?

—Sinceramente, no pensaba que mis libros iban a tener nunca ningún eco, me ha costado considerarme un escritor. Empecé con el objetivo de tapar huecos, lagunas, la producción literaria en euskera era muy escasa, pensaba que había que hacerlo... Realmente, hasta muy tarde no me lo tomé en serio, pero se ha convertido para mí en una actividad imprescindible. Cuando dicen que la literatura es la vida, para mí, es verdad. A mi edad si no tuviera ese deseo de confeccionar una novela, de plasmar lo que llevo dentro en un papel, no sé qué haría.

Siempre se ha mantenido fiel a su decisión de escribir en euskera.

—Recuerdo que de adolescente ya solía escribir estampas de San Sebastián imitando a Baroja, un escritor al que leía mucho. Te puedes imaginar que en un colegio de frailes no era muy normal que se escribieran esas cosas y además en euskera. Luego llegó mi primera novela, Egunero hasten delako. Quería escribir algo a los euskaldunes de mi generación, llenar una laguna en euskera.

Está considerado como uno de los grandes renovadores de la literatura en euskera...

—Estaba todo por inventar. Éramos muy libres, todo estaba por hacer, ahora los jóvenes lo tienen mucho más difícil, tienen que superar a las generaciones anteriores, tienen que renovar, en nuestro tiempo era muy fácil hacerlo, estábamos en una situación bastante lamentable.

Sus novelas tienen un largo proceso de creación...

—Me complico la vida un poco, incluso cuando algo sale fácil, tiendo a sospechar, me parece sospechoso. Me he echado encima la fama de autor difícil, de estilo y pensamiento complicado... Desgraciadamente, no es fácil, ya lo intento pero me complico la vida. Es algo inherente a uno mismo, difícilmente podría cambiar. Afortunadamente, tengo unos lectores incondicionales que no me quieren solo como entretenimiento, que me dan un voto de confianza y que están dispuestos a hacer un esfuerzo, incluso, para superar ciertas dificultades de mi escritura.

Cuando terminó 'Martutene', un trabajo en el que reincide en dos de sus temas preferidos, el de la culpa y el de las dificultades de las relaciones interpersonales, confesó que se sentía extenuado. Que por gracia o por desgracia no se podía permitir otra novela de ese corte y dimensión.

—Tras escribir Martutene, traté de dirigirme a un público más joven, me entró a la vez un deseo pedagógico de transmitir a los jóvenes el deseo de leer y mis dos últimas novelas, La educación de Lili y Miren y el Romanticismo, han ido en ese sentido, pero también me salieron más complejas de lo que hubiera sido deseable para un público joven. Hay que encontrar novelas generales que se adapten a las posibilidades de entendimiento de los jóvenes, a mí de joven no me gustaban las novelas juveniles y creo que a los jóvenes de ahora que les gusta leer, tampoco. De joven, yo leía a Baroja y a Dostoievski, en mi época era muy normal. Pero ahora nos tenemos que esforzar en intentar aficionar a la gente a leer, porque antes lo único que hacíamos era leer, incluso nos prohibían leer, como ahora ver la tele. Ahora se piensa que haciendo productos, yo diría que mediocres, con perdón, van a conseguir atraer a un público juvenil, lo cual no sé si es cierto. Leer es importante, pero cosas que merezcan la pena. Hay gente que tiene la teoría de que hay que hacer que por lo menos lean, que luego ya derivarán a otras cosas, pero eso yo no sé si es verdad.

Y en la actualidad, ¿qué está escribiendo? ¿Se encuentra en una fase productiva?

—Estoy escribiendo una novela en la línea de Martutene, ahora mi objetivo es terminarla, a ver si puedo porque mis procesos son largos, y ya tengo unos años; no sé si me va a dar tiempo.

Nunca ha tenido prisa ni presión para publicar.

—Así es, ahora además en esta época de mi vida me siento más libre, sin responsabilidad, no siento ninguna presión y creo que nadie espera de mí ya nada (ja, ja, ja)... Por ese lado, estoy bien, escribo todas las mañanas, disfruto con ello, aunque algunas veces se me complican las cosas, paso apuros... pero creo que me divierto.

No es un escritor muy mediático, se prodiga poco socialmente...

—Podía haber hecho más para hacer carrera, hoy en día para triunfar además de ser bueno, y de responder a las necesidades del mercado, hay que tener cierta brillantez social, promocionarse. Ser escritor es una profesión que requiere además de saber escribir otras dotes que yo no poseo. He tenido mi trabajo profesional que también me ha interesado mucho, en el sector de los servicios sociales y me distrajo demasiado de la literatura, pero bueno, yo creo que así está bien. El éxito también hay que llevarlo, tiene que ser difícil.

Ha confesado en alguna ocasión que es difícil para un escritor vasco eludir el tema de la violencia...

—Los escritores de aquí tenemos ese problema añadido, se nos exige responder a la situación política, a la violencia, y ese peso, esa responsabilidad de tener que contribuir a ello es muy antiliterario, creo que los escritores no tenemos esa obligación. Un novelista tiene que hacer una novela interesante y eso que nos impongan, entre comillas, tratar el tema de la violencia vasca no nos ha beneficiado.

Han pasado ya casi diez años desde que ETA anunciara el cese definitivo de su actividad armada. ¿Diría que está pendiente una gran obra sobre el conflicto en Euskadi?

—La imaginación es memoria fermentada, uno tiene que dar muchas vueltas en las tripas y en el cerebro a las cosas que ha vivido para que tengan fruto, para que le inspiren una novela. Incluso yo sospecho de esas novelas que responden a un problema inmediato; creo que es más normal que las cosas fermenten, que hagan poso y que provoquen historias. Sobre todo en la literatura del yo, personal, en ese tipo de literatura que hago yo, es necesario que pase un tiempo.

¿Sabe que en algunas ikastolas dan a leer sus libros, como uno de los grandes renovadores de la literatura euskaldun?

—Me suele dar un poco de rabia cuando veo que los jóvenes me tienen que leer por obligación, me da pena que se imponga la lectura de mis textos, pero bueno, que sea para bien. Me encuentro con gente joven, que me dice que ya me han leído, normalmente suele ser mi novela Cien metros. La verdad es que me lo dicen muy cariñosamente.

De toda sus producción, ¿qué novela le ha hecho sufrir más y de cuál está más satisfecho?

—La que más me ha hecho sufrir, sin duda alguna, ha sido Los pasos incontables.

¿Más que 'Martutene'?

—Sí, es una novela muy compleja de leer y de hacer. Y trabajaba, no tenía mucho tiempo, había momentos en los que la tenía que meter en el cajón porque no podía trabajar... Me tenía que resituar, fue un proceso larguísimo. Los pasos incontables me llevó diez años, el tema es duro, es la que más me costó, sin duda. Y la que más respuestas positivas ha recibido de los jóvenes es Kandinskyren tradizioa. Y Martutene, la que más ha valorado la crítica.

¿Y qué lee Ramon Saizarbitoria de la nueva generación de escritores vascos?

—De lo ultimo que se ha producido, me ha gustado mucho Beñat Sarasola, me da mucha pena que no se le haya prestado la debida atención. Y me gusta siempre Harkaitz Cano, me parece muy serio.