a maldición de las historias cerradas en falso es que reaparecen cuando menos las esperas. Mal enterradas, vuelven en forma de libros, reportajes o películas. La tragedia de los abusos sexuales de Woody Allen a su hija Dylan ha regresado treinta años después como documental en HBO. Allen v. Farrow cuenta en cuatro partes las miserias sexuales del cineasta, absuelto por falta de pruebas, pero desposeído de la custodia de sus hijos. Los testimonios son abrumadores, incluso de su prole y si no hay mayor equilibrio en el relato es porque el neoyorkino se ha negado a participar, quizás porque ya se sentía redimido con su autobiografía A propósito de nada, páginas de descargo y venganza donde tacha de loca a Mia, típica respuesta del monstruo cazado.

¿Se puede amar la obra y odiar al autor? Es complicado ver su cine y no evocar al pederasta. Quizás por eso en Rifkin's Festival apenas percibí más mérito que los bellos escenarios de Donostia. ¿Podemos leer Madame Bovary obviando al pedófilo Flaubert? Igual sucede con las canciones, ahora amargas, de Michael Jackson, otro depredador de niños.

Tiene Woody quien le defienda, como los monárquicos españoles disculpan la rapiña del emérito. El síndrome Woody Allen, ensayo de Edu Galán, es a la vez un cómico panegírico del cineasta y un despiadado ataque a Mia y a cuantos, abducidos por las redes sociales y la endeblez moral de la izquierda, creemos a Mía y sus hijos y no a Allen. Ni la presidenta del club de fans de la Pantoja había sido más entusiasta en el enaltecimiento de su ídolo.

También ha vuelto la historia de Kennedy y otra vez con Oliver Stone, creador del mejor filme sobre el magnicidio. Quería ser un documental, pero tras el rechazo de Netflix será una película a estrenar en Cannes.

La verdad sigue pendiente. ¡Eh, Mr. Allen, no se esconda detrás de la cámara!