- Los desinfectantes han relevado a los perfumes y el glamur que otros años invadían la Mostra del cine de Venecia, donde todo está ya preparado para acoger desde hoy su edición más atípica con un estricto protocolo contra el coronavirus. Tras meses de incertidumbre sobre si se celebraría el certamen, todo está prácticamente listo en el Lido, la isla en forma de estrecha franja de tierra frente a la ciudad de los canales donde tiene lugar cada año desde su fundación en 1932.

No obstante, a nadie se le escapa que esta será una Mostra muy peculiar a lo que acostumbra. Habrá muchas menos estrellas que en las pasadas ediciones y todo estará envuelto en estrictas medidas de seguridad para evitar contagios.

En cualquier caso, la intención de esta 77ª edición es defender el sector del cine, muy perjudicado por la pandemia, con salas de cine cerradas en todo el mundo, y dejar atrás unos meses surreales.

El virus azotó especialmente esta zona del norte italiano y llegó incluso a vaciar las calles de Venecia, siempre presa de un turismo que hasta la fecha se creía insaciable.

Precisamente por esa razón, para recordar esos días grises de confinamiento, se eligió para la preapertura de ayer el documental Molecole, en el que el realizador Andrea Segre recorre calles y canales entre febrero y abril para mostrar la desolación.

La sensación en sus principales puntos de interés, como el Palacio del Cine o el Casino, era ayer de una calma atípica, con bastante menos trasiego de personas.

Las terrazas de los bares están más vacías, algunos negocios que antes hacían el agosto con los miles de periodistas llegados de medio mundo ahora tienen la persiana cerrada y el embarcadero del hotel Excelsior, el de las celebridades, está mucho menos concurrido.

El director del certamen, Alberto Barbera, reconocía hace unos días que mantener su celebración ha conllevado un precio: el de no contar con muchos famosos, a los que las productoras piden no viajar para no exponerse a los contagios y perjudicar los rodajes.

La Mostra de Venecia ya se dotó hace años de potentes medidas de seguridad, con agentes armados custodiando sus calles, a raíz de los atentados terroristas en Europa. La pandemia ha acabado sumándose a este protocolo y reforzándolo.

Todo el área donde tiene lugar el certamen, y que reúne una decena de edificios e instalaciones, está protegido por un cordón de seguridad y este año, por primera vez, se han instalado medidores de la temperatura en todos y cada uno de sus trece accesos. Por supuesto es obligatorio el uso de la mascarilla y hay máquinas dispensadoras de desinfectantes de mano a cada esquina y los organizadores han obligado a presentar una prueba PCR negativa a los periodistas que vengan de fuera de las fronteras del espacio de libre de circulación europeo Schengen y también a los llegados de España.

Como no podría ser de otra manera, el celo por la seguridad llegará también a una alfombra roja este año huérfana de grandes estrellas. Las habrá, claro, pero no consistirá en el tradicional desfile de celebridades de las pasadas ediciones.

Pisarán la moqueta Cate Blanchett, presidenta del jurado; Tilda Swinton, que recogerá el premio honorífico a su carrera, o Pedro Almodóvar. Y todos deberán protegerse con mascarillas y respetar la distancia de seguridad ante los fotógrafos y sus seguidores.

Otro reto será el de garantizar la distancia en la oscuridad de las salas de cine. Para ello se ha implantado un sistema que permite reservar asientos en las proyecciones oficiales y hasta en las ruedas de prensa, dejando un lugar libre entre cada asistente.

Pero esta plataforma de reservas servirá asimismo para localizar a las personas que hayan podido estar cerca, cuando no en contacto, con un eventual contagiado.