e dio la coincidencia ayer de que, siendo el día de San Joaquín y Santa Ana, en el Victoria Eugenia actuase el pianista alemán afincado en Ibiza Joachim Kühn. Después de disfrutar tanto con el concierto, lo hemos santificado porque realmente la experiencia vivida fue de las que no se olvidan. ¡Tremenda!

Un concierto que, desde el principio, supimos que iba a estar condicionado por la música del gran Ornette Coleman con el que Kühn tocó en los últimos años del siglo XX. La música de Coleman no es especialmente amable, necesita un pequeño esfuerzo por parte del oyente. No obstante, al mediodía Kühn consiguió que la música de Coleman fuera variada, entretenida, novedosa, sorprendente y sobre todo asequible, apta para todos los públicos.

Comenzó calmado, tenso, un tanto dramático, utilizando el recurso de lo repetitivo. En todo momento fue cambiando de registro, de muy sobrio a muy juguetón. No cabía duda de que estábamos ante la propuesta más arriesgada del Jazzaldia hasta el momento, lo cual no quiere decir que fuera complicado de digerir, ni mucho menos.

Tocó Songworld, de su disco Melodic Ornette Coleman, delicadeza dentro de la complejidad de la composición con cambios inesperados. Sin hacer grandes aspavientos, queda patente la habilidad, el virtuosismo de este hombre, que se acerca a lo confuso con un barniz que consigue dotar de transparencia a su música. Ofreció varias piezas cortas, con ciertas similitudes, en las que ralentizó y aceleró el ritmo cuando menos te lo esperabas, al tiempo que hubo piezas que terminaron cuando aún creías que les quedaba más vida por delante. Lonely woman, de Ornette Coleman, sonó genial, nada previsible, con constantes cambios de estilo y de forma, y recordamos los harmolodics (armonía, melodía, tempo y ritmo al unísono), el particular mundo compositivo que aportó esa estrella del jazz y de la música más libre que fue Ornette Coleman. En Somewhere se marcó una pieza delicada, exquisita; se bastó de una mano para conseguir un resultado maravilloso. Fue capaz de unir la música de Coleman con la de The Doors: los acordes de The End aparecieron perfectamente fundidos. Los silencios tuvieron su protagonismo y, por momentos, aparecieron pasajes un tanto violentos, de gran intensidad. La mezcla fue maravillosa. Coleman y Morrison unidos por la magia de Kühn.

Abandonando los intrincados parajes de la música de Coleman y apaciguó al personal con un standard y un tema del pianista Mal Waldron, dándole un aire más amable a la velada matinal. Kühn agradeció sentidamente que el publico acudiera a una actuación así un domingo al mediodía y en esta situación que vivimos, y que eso le transmitiera una energía tan positiva. Epilogue of hope contribuyó a redondear la mañana en una pieza repleta de distintos matices. Resultaba entretenido ver cómo, de repente, y ya tocando su propia música, aceleraba hasta el límite, aporreaba el piano con las dos manos y se acercaba a la música contemporánea de vanguardia dotándole al repertorio de una personalidad inquietante, nerviosa. Con el público puesto en pie, no tuvo más remedio que agradecer ese gesto con un bis titulado The feelings never stop, de corte más romántico y que sirvió de colofón a 90 minutos de gozosa propuesta de la mano de un músico que sigue creciendo y al que conviene no perder de vista.