n poquito más abajo, ama. No, tienes que ponerte más atrás, que no se te ve”, le decía el otro día a la fosa nasal derecha de mi madre mientras hacíamos una videollamada. No me gusta hablar con la gente por cualquier aplicación que muestre mi cara. No sé si me incomoda ver más mi rostro o el de la persona que tengo delante. Muchas veces acabo observando la esquina superior derecha del smartphone haciendo que mi interlocutor se pregunte si seré hijo de Fernando Trueba. Y eso si la conexión no falla; con mi madre congelada al no llegarle bien el wifi y yo de los nervios apunto de llamar al 112 pensando que le está dando un ictus. Pero en los tiempos que corren no queda otra que tirar de las nuevas tecnologías para charlar con los seres queridos. No obstante, en este encierro he descubierto una cosa que sí que me atrae de las videollamadas: las entrevistas en las stories de Instagram. Todos los famosos las hacen, ya sean cantantes, actores, deportistas o Fernando Trueba (¿A dónde apuntará él la mirada?). Alguien, normalmente un presentador conocido o un amigo íntimo de la persona, actúa de dialogador rememorando anécdotas y siendo enlace entre los usuarios que se conectan a la conversación y quieren preguntar algo. Pero lo mejor no son las conversaciones graciosas, ni siquiera las reflexiones profundas sobre lo mal que estamos. No, lo mejor son los primeros minutos en que el amigo del famoso espera que este se conecte y queda vendido ante los que se van uniendo a la charla. Miradas incómodas a los lados, preguntas de qué tal estáis cada 20 segundos, ordenar papeles para hacer tiempo, resoplar... Me lo paso pipa. Una vez que ya se conecta la persona a entrevistar, me salgo de la charla.