icen que sí, que si paso el test me dejan salir del cuarto. Ya les he dicho yo que no, que no es necesario, que ayer pegué cinco pedaladas en la bici que encontré bajo la ropa de mi cuarto y que el bicho, fuese el que fuese, ha tenido que disolverse en una solución salina. Y mis compañeros de piso que no, que no se fían. Y yo, que bien, que cómo hago el test. Y ellos, que hoy no es el día, que se hacía ayer a todos los que presentaban síntomas. Pues eso, mi caso, pero que no; insisten que hoy digo que me siento bien. Y yo, de nuevo, que habrá que hacer el test a todos los que se hayan sentido mal, que seguro que la OMS opina igual. Y ellos que sí, que hasta ayer la cosa también era así, pero que el protocolo ha cambiado. Y yo, elevando el tono para que me escuchen mejor al otro lado de la puerta no sea que el aglomerado trasponga mis palabras, que entonces cuándo hostias lo hago. Que tampoco lo saben, que es fin de semana, que pruebe mañana entre doce y media y una menos cuarto. Y yo que, joder, que no me vaciléis, que quiero volver a la cuarentena, que me saquéis del cuarto. Y ellos, que ya me lo han explicado, y yo que sí, que ya lo he escuchado, pero que cómo hago el test hoy. Que no se puede, que mañana igual, aunque difícil, eso sí, que me lo curre, que el teléfono no hace más que sonar en el salón, que llaman para decir que pare de enviar los diarios en papel de váter, que no se entiende bien la letra y que en redacción no están ni para chorradas, ni para transcribir. Y ellos, añaden, que no están para hacer de telefonistas, ni para pasar mensajes. Y yo, pues dadme el móvil, y ellos, que para eso hace falta otro test y un formulario, y que es posible que haya que pagar, que si eso también pregunte mañana.