Se erigió sobre un hueco, sobre una herida abierta en la línea del litoral de Donostia, en unos terrenos bautizados con el nombre de una letra: el Solar K.

El palacio de congresos del Kursaal se inauguró de forma oficial el 23 de agosto de 1999, pero su historia empezó mucho antes, cuando en 1989 se convocó a seis arquitectos de contrastada trayectoria (Mario Botta, Norman Foster, Arata Isozaki, Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg y Luis Peña Ganchegui) para que presentaran una propuesta para el solar más famoso de la ciudad.

No era la primera tentativa para que la esquina más deseada de la capital cambiara de imagen. Incluso antes del derribo del Gran Kursaal, ante el deterioro que presentaba el edificio, la Sociedad Inmobiliaria Gran Kursaal convocó en 1965 un concurso para que, tras echar abajo el casino, Donostia dispusiera de un equipamiento para usos diversos, desde oficinas a un hotel o viviendas.

122 proyectos se presentaron y el primer premio recayó en un equipo integrado por Jan Lubicz-Nycz, Carlo Pellicia y Willian Zuk. Nunca se materializó y la Sociedad Euro Kursaal lo volvió a intentar, con una convocatoria restringida de la que salió elegida la propuesta de Corrales y Molezún. Que tampoco llegó construirse es evidente. La cicatriz siguió abierta muchos años más.

En 1989 se lanzó la convocatoria definitiva y en 1990, entre los seis diseños presentados, fue elegido el de Rafael Moneo. El jurado de este concurso argumentó la decisión de optar por las dos rocas varadas: "Por el acierto en la consideración del solar K como un accidente geográfico en la desembocadura del río Urumea, por la liberación de espacios públicos como plataformas abiertas al mar y especialmente por la rotundidad, valentía y originalidad de la propuesta".

La decisión final, tras una consulta popular, la adoptó el jurado compuesto por el entonces alcalde de Donostia, Xabier Albistur; el delegado de Grandes Equipamientos, Imanol Illarramendi; Javier Mainar, ingeniero y director del Grandes Equipamientos en el Ayuntamiento; Patxo de León, arquitecto y director de la Oficina del Plan General; Luis Astrain, arquitecto y representante de la Diputación Foral de Gipuzkoa; Javier González Durana, licenciado en Bellas Artes y representante del Gobierno Vasco; Julio Martínez Torreblanca, arquitecto que representaba al Ministerio de Cultura; Ángel María de la Hoz, arquitecto; Fernando Gajate, arquitecto y representante del Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro; Fernando Márquez, arquitecto y director de la revista de arquitectura El Croquis y Pier Luigi Nicolin, arquitecto y director de la revista de arquitectura Lotus.

La redacción del proyecto no estuvo exenta de dificultades y se prolongó entre 1991 y 1994, consiguiendo el respaldo definitivo en 1995. Las obras comenzaron el 19 de mayo de ese año, iniciándose un proceso nada sencillo.

Pocas cosas resultaron fáciles en el camino de dotar a la ciudad de un equipamiento que, a día de hoy, se asemeja imprescindible.

La decisión fue controvertida. Fueron muchas las personas que no acababan de visualizar que en el solar que ocupó el Gran Kursaal se levantara una estructura singular, a medio camino entre una escultura y una dotación cultural y de congresos o, mejor dicho, una mezcla de todos estos conceptos.

cambios en el proyecto El proyecto original de Rafael Moneo sufrió cambios diversos desde que echó a andar hace ya tres décadas y las rocas varadas no son en 2019 lo que se pensó que serían en 1990 por muchas razones, desde técnicas a económicas.

Pero, en su fundamento, la idea de aquellas rocas que miran al mar, como lo hacen los bloques que se apilan en los espigones, permanece y, como una matrioska, cuando se abren se pueden encontrar cubos y cajas que acogen sesudos encuentros, congresos técnicos, alegres conciertos o solemnes óperas.

Desde 1989 hasta que el Kursaal abrió sus puertas, del tren del palacio de congresos se subieron y bajaron numerosos compañeros de viaje que desde el área política a la técnica compartieron un trayecto que no fue corto.

NOTICIASDEGIPUZKOA habla con algunos representantes políticos que tuvieron que ver, y mucho, en el desarrollo y puesta en marcha de la obra de Rafael Moneo, que se prepara para cumplir 20 años. En plena juventud y con futuro.

Xabier Albistur: "Que las obras durasen diez años es algo que alguien debería explicar"

Donostia - Xabier Albistur era alcalde de Donostia cuando se convocó el concurso y se eligió el proyecto de Moneo. "Buscábamos que cumpliera las misiones de palacio de congresos y auditorio y se tenía que levantar en un lugar emblemático donde se habían sucedido muchos fracasos anteriormente", recuerda.

Se convocó a seis grandes de la arquitectura para contar con "un proyecto que nos permitiera hacer algo de calidad y emblemático para San Sebastián", explica. Los proyectos se presentaron en la Iglesia de San Telmo, donde se instaló la urna en la que el público votó su propuesta favorita.

"Decir que el proyecto ganador fue el que más rechazo cosechó es absolutamente falso. Alguien quiso crear un mito de esa historia porque a algunos no les gustaba el aspecto de modernidad del diseño de Moneo", apostilla Albistur, que subraya que este proyecto se llevó "casi el 60% de los votos emitidos".

Después de que los arquitectos explicaran sus propuestas al jurado, este tomó la decisión final, "que ganó Moneo con una mayoría más que suficiente". "Pudo haber sido cualquiera de los proyectos pero fue el de Moneo, que ha resultado ser uno de los mejores arquitectos del mundo", afirma.

"El Kursaal no tiene 20 años, tiene 30 años", incide el que fue alcalde de Donostia entre 1987 y 1991. "Que se inaugurara diez años después es algo que alguien tendrá que explicar, porque en 1991 las obras habían comenzado", afirma. Según Albistur, este retraso solo cabe explicarse por "razones políticas".

"Inicialmente no se preveía ningún espacio comercial ni de restauración, que se incluyeron porque al alcalde que vino después le pareció que no tenía dinero suficiente para pagar el edificio. Y eso era totalmente falso, porque dejamos un estudio económico para recuperar la inversión", apunta.

Los terrenos, explica Albistur, "ya eran de titularidad municipal. Pero la forma de pago pactada con las empresas propietarias y los bancos era muy onerosa para el Consistorio, por lo que se renegociaron".

20 años después el Kursaal "cumple con creces" los objetivos marcados. "El edificio se ha integrado plenamente en la ciudad. A veces me da pena el descuido que hay en su entorno, con botellón y suciedad. La sala grande de conciertos ha estado descuidada mucho tiempo aunque ahora está mejor", apostilla.

Pese a todo, Albistur considera que el Kursaal "se ha podido quedar algo pequeño" para acoger "todo lo que San Sebastián podría recibir" aunque lo tiene claro: "Se acertó en el proyecto, que ha cumplido la misión que tenía", sustituyendo a un edificio que algunos defienden pero que, a su entender, "era decadente, construido con carácter de urgencia y con materiales de principio de siglo de poca calidad".

"El edificio saneó el espacio, aunque quedó pendiente Sagüés, donde nunca se han tomado decisiones políticas valientes y claras", concluye.

Odón Elorza: "Nos faltó arrojo para apostar por un Kursaal un poco mayor"

Donostia - Odón Elorza tomó el relevo a Albistur en la Alcaldía de Donostia y a él y su corporación les tocó lidiar con el proceso constructivo del Kursaal, con algún susto por medio. Recuerda que al llegar a la alcaldía en 1991 se encontró con que " no estaba formalizado el contrato con Rafael Moneo y no había ningún convenio de financiación con las instituciones". "Había un concurso bien convocado y todo lo demás estaba por hacer. Aunque aparentemente el solar era del Ayuntamiento, no era del todo así y hubo que negociar por casi tres años la indemnización a la propiedad".

El proyecto arquitectónico "de vanguardia no encajaba en ese espacio para las mentalidades más conservadoras de la ciudad, porque decían que no tenía nada que ver con el estilo arquitectónico del Ensanche Romántico".

La financiación fue "un caballo de batalla permanente los ocho años que duró la actuación". Según explica, "había una posición muy rácana del Gobierno Vasco, que no aportó ni el 17% del coste de la obra". La Diputación sumó 12 millones de euros "y la Kutxa se resistió hasta el final", entrando en la financiación, según Elorza, a cambio "de darle en concesión por unos años largos la sala de exposiciones". El Gobierno de Madrid aportó 7 millones de euros "tras una batalla enorme con el PP, que no acababa de soltar el dinero". El Consistorio además de pagar el suelo asumió una aportación "que llegó prácticamente al 50%".

A Elorza le gusta ensalzar el trabajo de todo el equipo y del concejal de Equipamientos,Martín Elizasu (PNV) mientras critica la actitud de su partido en Gasteiz.

Con la playa como "paso anterior a la regeneración" de la zona, el palacio de congresos echó a andar dando un servicio "necesario" a la actividad congresual pero también cultural de la ciudad. Aunque se cuestionó, "a los dos años los donostiarras se dieron cuenta de que se llenaba".

Elorza lamenta que por la polémica sobre el diseño y las batallas por la financiación no se tuviera "el arrojo de hacer un Kursaal un poco mayor". Pese a todo, asegura, "la relación con Moneo fue perfecta, se entregó a un proyecto al que tenía mucho cariño".

El final de obra no resultó "pacífico" porque la UTE que la realizaba reivindicaba "ocho millones de euros por desviación de obra. Tuvimos que negociar una cantidad para no llegar a tribunales".

Elorza cree que el proyecto elegido fue un acierto, "una arquitectura de vanguardia, en un solar que pedía algo diferente". Con el tiempo se ha visto que "no solo era un buen edificio, sino que funcionaba. Se quedó corto en baños y seguramente también se hubiera haber podido mejorar la distancia entre filas o las pendientes y dimensiones de los pasillos. Pero hicimos diabluras para sacar la mayor capacidad de butacas a un volumen con limitaciones", destaca.

Martín Elizasu: "La idea de dos rocas varadas azotadas por el mar no se pudo ejecutar"

donostia- Como concejal de Obras y Proyectos a Martín Elizasu (PNV) le tocó vivir las obras del Kursaal con el casco puesto. Cuatro años de "actualización del proyecto" y otros cuatro años de obra en el transcurso de la cual "hubo de todo, como pasa en las obras de esta envergadura". Recuerda Elizasu que entonces eran "pocos" los que apoyaban el Kursaal, y no solo desde el punto de vista del diseño.

A su entender se abría "una oportunidad para rematar la urbanización de una parte de la Zurriola", ya que en el momento de aprobarse el proyecto aún la playa no era una realidad. Tras incorporarla aunque inicialmente "se concibe como dos rocas varadas a las que les va a azotar el mar", los cambios en el entorno obligaron a sumar algunas modificaciones.

"Al principio, al no tener muchos apoyos, costó lograr la financiación y el proceso de obra no estuvo exento de tensiones, porque se incluyeron modificaciones que gustan, otras que no, otras que suponen más dinero... Lo normal en actuaciones de este calibre", apunta.

Durante el proceso constructivo a Martín Elizasu le tocó relacionarse con Rafael Moneo, del que asegura que aprendió "mucho". La relación "fue buena", aunque no hay que olvidar que "las pretensiones de los autores de los proyectos superan muchas veces las posibilidades que se tienen de ejecutar esos proyectos".

Elizasu tiene muy claro en el recuerdo el derrumbe de la gran escalera principal cuando las obras estaban próximas a finalizar. Lo vivió "entre la angustia y la necesidad de ponerte las pilas de inmediato para ver qué es lo que ha podido pasar". Las reuniones de "urgencia" se sucedieron. En Madrid, en el despacho de Moneo y con los presentantes de las empresas adjudicatarias y el propio Ayuntamiento "se hizo el diagnóstico. Quien tenía que asumir responsabilidades las asumió y se solventó el asunto".

Cuando Martin Elizasu mira hoy al Kursaal recuerda un "agujero que duraba muchos años" y que pedía a gritos una intervención. "Aunque siempre se puedan mejorar las cosas, el resultado es bueno. En lo económico, un tema que nos preocupaba mucho, el resultado es inmejorable. Ninguno hubiéramos pensado que se integraría tanto en la ciudad. Sigo por curiosidad anualmente el balance económico del Kursaal y creo que es difícil de superar".

Las modificaciones que se han realizado, a su entender, han sido acertadas. A Elizasu, amante de la música y perteneciente a una formación coral, le ha tocado hacer uso del Kursaal como intérprete y ha comprobado "desde las tripas" que los cambios han sido para mejor. "Creo que todos los sectores, privados y públicos, aceptan y reconocen lo que supone el Kursaal, y eso me satisface profundamente", apostilla.

Javier Olaverri: "El Kursaal cumple con su función pero los fallos se verán en su vejez "

Donostia - Javier Olaverri fue concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Donostia entre 1987 y 1991. "El Solar K estaba abandonado y esa cicatriz pedía algo. La decisión fue hacer un concurso con gente buena. Y ahí ya salieron los pros y contras", evoca el que entonces era concejal de EE.

"El edificio contrasta con la tradición parisina de la ciudad que tanto gusta a algunos", apunta Olaverri. De ahí que "la decisión no fuera compartida por todo el mundo, pero tenemos un edificio construido con criterios actuales y no con los de hace 200 años".

El proceso, señala, "fue complicado". Según Olaverri, Odón Elorza, que era entonces concejal del PSE, "proponía meter un hotel, lo que era una forma de poner en tela de juicio el proyecto". "Afortunadamente se concitaron las mayorías suficientes. Todas las decisiones son polémicas, pero no hay que asustarse ni mirar siempre lo que hicieron nuestros abuelos, que por su parte tampoco eran originales sino copias", explica .

Moneo, señala, "tuvo la iniciativa acertada de visitar Donostia antes de presentar su proyecto y nos preguntó al entonces alcalde, Xabier Albistur, y a mí si entenderíamos que el edificio fuera más bien una especie de escultura en vez de una construcción puramente funcional". "Respondimos que nos parecía perfecto un edificio icónico, que dejara huella", cuenta. La idea fue la de rocas varadas, aunque "al final no pudo ser y se realizó con esa especie de escamas de pez".

Veinte años después de que abriera sus puertas , Olaverri afirma que pese a que, "existe cierto ñoñostiarrismo, creo que todos nos hemos acostumbrado al Kursaal". Pero a nivel de usos, puntualiza, "juzgar es más difícil". Lo que Olaverri tiene claro es que supone "un equipamiento necesario".

Lo que le genera más dudas es que "se logre la rentabilidad adecuada". "El Kursaal cumple su función pero los números son escasos. La Sociedad Kursaal a lo largo del tiempo ha tenido pérdidas operativas. Cuando dice que tiene beneficios, como el año pasado, no es así. Hablan de beneficios sin tomar en cuenta las subvenciones. Es un ejercicio de ingeniería financiera al que están muy acostumbradas las empresas públicas".

Según Olaverri, el palacio de congresos está lejos de "llegar a su vejez". En su momento, recuerda, él mismo presentó "una serie de alegaciones al proyecto porque entendía que era despilfarrador de energía". "Los fallos se notarán en su vejez", apostilla.

Y es que, apunta, el Kursaal está ubicado en "un sitio duro", muy expuesto y ya "en la memoria se recogía que con el tiempo habría que hacerle retoques. Quizá, se tenía que haber sido más valiente en su tiempo para que estuviera en mejores condiciones técnicas en la actualidad y a futuro", concluye. - A.L.