Este año se cumplen 150 años de la creación por Dimitri Ivanovitch Mendeléiev (1834-1907) de la Tabla Periódica de los elementos químicos; fue en marzo de 1869 cuando el sabio presentó a la Sociedad Rusa de Química los 63 elementos químicos por entonces conocidos, organizándolos por sus propiedades y valencias atómicas; con motivo de este aniversario Naciones Unidas ha proclamado este su Año Internacional.

Desde la literatura resulta difícil no unir la efeméride a la publicación en 1975 del Sistema periódico de Primo Levi (1919-1987), escritor y químico. Cursó sus estudios en malos tiempos para la ciencia, sepultada por los mitos y las seudociencias del fascismo. Cuando alcanzó el doctorado en 1941, en su diploma constaba “de raza judía”.

Su oficio de químico tuvo una gran importancia en su vida empezando por las propias condiciones de encierro, pues fue destinado a la Buna, fábrica de caucho sintético perteneciente a la I.G. Farben, lo que hizo que evitase el duro invierno. Más tarde, tras su liberación, en enero de 1945 le serviría una vez llegado a su Turín natal para ejercer su trabajo en una fábrica de pinturas hasta su jubilación (el desbrujulado periplo por tierras europeas antes de llegar se narra en La tregua). Además de lo decisivo de su profesión para evitarle males mayores y para hallar trabajo, tales conocimientos tienen destacada relevancia en otros aspectos de su existencia y su quehacer: por una parte, él tomaba la ciencia como un instrumento de lucha contra la barbarie fascista y su huera palabrería, y por otra, puede verse la huella en el oficio de escribir (me refiero a Si esto es un hombre): una cierta distancia, lejos de sentimentalismos y morbos, a la hora de describir el infierno vivido, característica que salta a la vista y que se ha solido destacar... y que algunos han criticado como si de una cierta frialdad neutral se tratase (véanse las severas opiniones de Jean Améry, que hablaba de él como “el hombre que perdona”).

Se da cierta tendencia a reducir a Levi a un superviviente aplicado al deber de memoria, olvidando otras dimensiones de su literatura. Prueba de ello es El sistema periódico, considerado por algunos como el mejor ejemplo de ligazón entre literatura y ciencia, y hasta como el mejor libro de ciencia, tal honor le fue concedido por la Royal Institution; el libro vio la luz el mismo año que Levi dejó el trabajo para dedicarse de lleno a la escritura. Veintiún elementos le sirven al escritor como metáforas para relacionar cada uno de ellos con diferentes aspectos de la vida y las relaciones entre los humanos en los tiempos oscuros que le tocaron vivir, y padecer. El libro obtuvo indudablemente un gran éxito de ventas y de críticas. Su intención declarada era desmarcarse de la etiqueta de testigo del horror, como si éste fuese el único registro a tener en cuenta en su actividad, así lo dejaba escrito: “por eso mi intención en estos momentos está bastante alejada del lado Auschwitz, que es nuestro pasado, hacia el lado química-fábrica-trabajo cotidiano que es mi presente”. Puede confirmarse esta tendencia a alejarse en el hecho de que únicamente, de manera explícita, se refiere a su encierro en la entrada Cerio, en donde se puede leer: “A 30 años de distancia, me resulta difícil reconstruir el tipo de ejemplar humano que pudiera corresponder, en noviembre de 1944, a mi nombre, o mejor dicho a mi número: el 174517”. En Vanadio muestra su preocupación por saber del paradero del doctor Müller, quien jugó un papel prominente en Auschwitz y quien mostró a la vez un lado humano, de simpatía, sin pathos). La obra resulta una “autobiografía química (y moral)” -por emplear la fórmula de Ítalo Calvino, quien añadía que era “un libro extraordinario y fascinante que no puede por menos de dejar una profunda huella en el lector”- que se abre por diferentes derroteros, que se despliegan en episodios, narraciones y estilos bien dispares, acerca de sus orígenes familiares tomando lo inerte como característica guía (Argón), la afirmación de su vocación de químico (Hidrógeno), una cena que se celebra 25 años después de finalizar la carrera que provoca el encuentro con antiguos compañeros (es el tema de Plata); entradas en las que se narra su tiempo de estudiante y sus relaciones de amistad establecidas, especialmente, con su compañero Sandro Delmastro (en Hierro), muestra su preocupación por el ascenso del fascismo a lo largo y ancho del Viejo Continente (Potasio), narra su relación con Giulia (Fósforo), elemento que también le conduce al fracaso por no servir para lo que él proyectaba: curar ciertas enfermedades, relata su entrada y sus andanzas en el grupo de partisanos que resistían al fascismo y los lazos de amistad que surgían en medio de la precariedad de la resistencia (Oro), completa la mirada con reflexiones sobre el transcurrir del tiempo y la necesidad de ser consciente de la diversidad, en medio de la distinción vigente entre lo puro y lo impuro, en aquellos años en los que se imponía el instinto contra la razón, asociado al elemento maleable (Zinc). Titanio recupera una historia de compromiso que le había contado un amigo. El anterior elemento será el Azufre, en el que irrumpen los aires de familia con el neorealismo de la posguerra italiana; la culpabilidad de haber extraído tal metal para uso de las armas nazis (Níquel). En Cromo reivindica la necesidad de mantenerse firme y no caer en el desánimo, sintiendo la necesidad de testimoniar, hallando un paralelo con el poeta Coleridge -a quien ya había recurrido a la figura del viejo marino del poeta en su Si esto es un hombre (“Desde entonces, en el momento más imprevisible, / La angustia, de nuevo, se ampara de mi ser, / Y mientras no diga mi historia terrible, Este mi corazón arde en mi pecho” )... el Benceno y la destilación, el Sodio y la “degeneración”, ... con la constante de relacionar los elementos y las historias con una mirada de químico que asocia las características de los elementos con los aconteceres de la vida, incidiendo igualmente en aspectos técnicos que hubieron de solucionarse en su trabajo como director en la fábrica de pinturas SIVA, en donde debido a sus responsabilidades ( que la empresa siguiese a flote) se veía enfrentado en ocasiones con los sindicatos, con los clientes, haciendo frente a los reajustes de personal, lo que le llevaba, considerándose de izquierda, a practicar en más de una ocasión políticas empresariales de derechas, lo que hacía que por momentos se considerase a sí mismo como un kapo del lager. Se ha de esperar al último de los elementos tratados (Carbono), aunque para entonces, como él mismo supone, el lector ya está al corriente del dispositivo puesto en marcha- para que exponga el carácter de su escritura y la mecánica de la obra: “No es un tratado de química (?) tampoco una autobiografía, sino dentro de los límites parciales y simbólicos donde cabe considerar como autobiografía cualquier escrito, es más, cualquier obra humana (?). Es, o habría pretendido ser, una microhistoria, la historia de un oficio y de sus fracasos, triunfos y miserias, como le gustaría contarla a cada cual cuando siente a punto de concluirse el arco de la propia carrera, y el arte deja de ser largo”, afirmando al modo de René Magritte y su pipa que su libro no se trata de una autobiografía... en estas entregas que son un verdadero juego de espejos. En cada átomo de carbono halla el escritor el impulso de escribir, de narrar con la habilidad y el humor de un avezado narrador “numerosas historias diferentes, siendo todas verdaderas, literalmente verdaderas”.

“De la química me interesa el contacto con la materia, comprender el mundo que me rodea”. Apostando por ella contra las cantinelas y falacias del fascismo y un posicionamiento radical del lado del humanismo ilustrado.