Donostia
casi desde sus inicios, las propuestas artísticas de Dora Salazar (Altsasua, 1963) han venido entrelazando un discurso plástico (dibujo, grabado y escultura) en torno a su propio cuerpo femenino, body art, tendencia surgida en el mundo anglosajón en la década de los 80. Ya antes, y entre nosotros, también a otros autores como Andrés Nágel, Esther Ferrer, Ramón Bilbao, Juanjo Aquerreta, Gorka Salmerón, les había preocupado el cuerpo humano como objeto de reflexión intelectual y plástico.
En el caso de Dora Salazar, las cuestiones de género van íntimamente enlazadas y entrelazadas con las plásticas, ofreciendo una mezcla de lenguajes mixtos que van desde la arquitectura y el objeto, hasta el dadaísmo y el surrealismo, utilizando materiales efímeros como el alambre de cobre, la varilla, la tela metálica, el estaño, la pasta de papel, la cuerda, la piedra, y hasta la luz artificial incorporada. Se trata de un taller personal, que se mueve en la onda de otras autoras europeas, y que propone una reflexión sobre la mujer como ser alado, ensimismada, dependiente del varón, andrógina, etérea y, a veces, hasta algo fálica. De todo hay en la obra de Dora, que denomina irónicamente a sus personajes, como Princesa 1, 2, 3 , 4, 5, y 6, colgadas desde el techo, como levitando, a la manera de maniquíes ligeramente móviles, pero siempre ingrávidos en el espacio.
La labor de entrelazar, tejer, coser, remachar, incorporar, retomar una y otra vez, a la manera de la labor artesanal femenina, aporta también un valor interesante y significativo a su escultura. Es lo mismo, pero de otra manera. De un modo más tecnológico y plurivalente, más abierto e incisivo. Dándole la vuelta al calcetín, desde dentro. Dando una vuelta de tuerca al propio discurso feminista.
Con todo, los rostros-máscaras de sus mujeres, tienen algo de espejo de sí misma, son introvertidos, ensimismados, enmascarados en sus propios sueños y fracasos. Su cosmovisión está cerca de las máscaras rituales y del panorama social femenino que nos rodea. Su mujer Eiffel (2000), sus Cuentos oscuros: Pato (2011), así como su mujer Echar ramas (2013), o sus dos mujeres entrelazadas, Entre el azar (2013), tienen mucho que ver con sus propios fantasmas, y con su propia realidad más cercana. Todo un ejercicio de fantasía y realidad al mismo tiempo.