Recupero el teléfono, veo las llamadas perdidas. Un número inusual de llamadas de amigos, medios de comunicación. Antes de nada, entro en Internet, es como si no quisiera que nadie me diera una mala noticia en persona.

Estoy lejos de Euskal Herria, en una noche de sábado oscura y desapacible. Xabier se ha ido, y al cabo de un rato, cuando he hablado ya con amigos y periodistas, comienzo a tararear "Euskal herri nerea ezin zaitut maite, bainan nun biziko naiz zugandik aparte".

Corría el año 1969, cuando mi hermano Henrike, que había pasado desde Iparralde los discos de Michel Labegerie, me regaló un disco -un singles de 4 canciones-; por aquel entonces yo estudiaba en Barcelona y empezaba a tener contactos con gente de ambientes abertzales.

Llevé el disco conmigo a Barcelona y me aprendí las canciones de memoria. Era mi manera de afirmarme como vasco, cuando yo no sabía ni saludar en euskera. De esa manera, Euskal herri nerea se convirtió en mi canción de cabecera y en tarjeta de una identidad presentida y precaria. La casualidad quiso que en la primavera del 69 vinieran a cantar al Colegio Mayor de Sarrià Joxepe Irigarai, Lurdes Iriondo y Xabier Lete, acompañados de una jovencísima Maria del Mar Bonet. Fue un recital hermoso e intenso, en una sala entregada. Al finalizar el recital, nos reunimos algunos compatriotas a tomar algo con Xabier, Lurdes y Joxepe. Por alguna razón, tanto Lurdes como Xabier repararon en mí, y me hicieron preguntas sobre Araba. Eta ez al dakizu euskeraz? me preguntaron. Y esta fue mi respuesta: "no, pero lo hablaré dentro de un año".

Esa anécdota la he explicado muchas veces, para ilustrar lo que vivíamos en aquellos tiempos y las emociones que nos transmitían un puñado de cantantes armados de sus guitarras. Al cabo de un año, gracias a Lurdes y a Xabier, era capaz de expresarme, si bien todavía torpemente, en euskera; y al año y ocho meses, ya daba las primeras clases de euskera a un grupo de estudiantes en un barnetegi de Elizondo.

Más tarde vendría mi relación con Xabier Lete, una vez comenzada mi carrera como cantante. Una relación en la que recuerdo -me imagino que como tantos otros-, cómo nos arrastraba la fuerza expresiva de Xabier, la contundencia de su poesía, su dominio del euskera, sus arranques de humor, su compañerismo, su sencillez, su sentido de la amistad. Pero sobre todo esa fuerza, que tras su grave enfermedad allá por 1985, comenzamos a echar tanto de menos.

En 1970, una vez retornado a Euskal Herria, seguí a Xabier, a Benito, a Lurdes, a Mikel y el resto de integrantes de Ez dok amairu, mientras empezaba a componer canciones con Eduardo Moreno Bergaretxe, hasta que en 1971 comencé a cantar y en 1973, en el Teatro Guridi de Vitoria-Gasteiz, Xabier, Benito Lertxundi y Lurdes Iriondo me hicieran el honor de darme la alternativa en mi propia casa. Con Xabier, por cierto, con el brazo en cabestrillo. Vivimos aquellos tiempos tan difíciles, en los que había que sortear la censura del llamado Ministerio de Información y Turismo (de Información y Cinismo, repetía mi hermano Henrike), con la Guardia Civil y la policía secreta siempre al acecho. Compartiendo los escenarios más insospechados, los camerinos más improvisados, o las situaciones más ridículas, como aquella ocasión en que debíamos cantar Xabier, Lurdes, Antton Valverde y yo mismo, y los censores solamente habían autorizado siete canciones. Pero el calor de la gente suplia con creces tanta estrechura y tanta persecución. Y el humor de Xabier nos ayudaba a sonreír en las situaciones más complicadas.

Xabier ha sido el maestro de muchos de nosotros. Como cantante, como poeta, y, lo más importante, como persona. De una campechanía contagiosa, era capaz de combinar el estilo más desenfadado de los bertsolaris con una profundidad cada día más acusada de su poesía, cuidada y precisa, teñida por sus grandes preocupaciones vitales y existenciales. Es la misma persona la que canta a Nafarroa, la que homenajea a las personas sencillas en Gizon arruntaren koplak la que escribe Izarren hautsa, la que recuerda a Xalbador pariendo una melodía tan hermosa como Xalbadorren heriotza.

La enfermedad nos arrebató aquel Xabier lleno de fuerza, mezcla de poeta, creador, cantante y hombre comprometido, que incluso había hecho su incursión en la vida política, que tanto le defraudaría. Aquella fragilidad de su salud que había remodelado su presencia física, dio paso al Xabier más trascendente, que sacó fuerzas de flaqueza para volver a cantar, y que nos regaló todavía un poemario pleno de nostalgia del pasado, de canto al amor, teñido, como recuerda Iñaki Aldekoa, de la presencia de la muerte sentida, siempre próxima, que finalmente nos lo ha arrebatado.

Es frase hecha, cuando despedimos a seres tan queridos y que tanto han representado a nivel personal y a nivel colectivo, decir de ellos que han muerto, pero que no se han ido. Y es cierto, porque hay algo que hace que ello sea así: la huella moral de esas personas, la trayectoria vital que merece ser emulada, más que glosada.

Niko Etxart adiskideak esaten zidan bart, Xabierren heriotzaren berriak zeharo hunkiturik, ohore bat izan dela Xabier Lete eta Mikel Laboa bezalako jenioekin bidea gurutzatzea. Ados nago. Izan ere, ofiziotarik haratago, hanitx gauza ikasi baitugu eurengan, kantarien belaunaldirik garrantzaitsuena osatzen zuten gizon-emakume abertzale eta ausart haiengan. Abenduaren 4an, euskararen nazioarteko egunaren biharamonean, utzi zaigu Xabier, poeta haundia, kantari aparta, eta pertsona sakon bezain umil eta maitagarria. Euskal Herriak eta euskarak galdu egin dute langile abertzalea eta euskaltzale nekaezina. Bainan gure bihotzean eta gure gogoan iraun egingo du bere arrasto morala, ezin ahanztekoa.

Orain solasaldi luzeak izanen dituzte, again, Jexux Artze, Mikel Laboa, Xalbador, Luis Mari Bandres, Julen Lekuona eta Xabierren emaztea zena, Lurdes, besteak beste. Neguaren bildurrik gabe, betikotasunaren gurpil amaierarik gabekoan.

Ohore zuri, Xabier!