Nacieron en el corazón de la pampa guipuzcoana, pero acabaron colgando las albarcas y las zapatillas de aeróbic para calzarse los zapatos de salón. Pareja dentro y fuera de los escenarios, Joseba Pagola y Bakartxo Arabaolaza, dos en uno cuando bailan abrazados, también son nombres de tango. Aunque sean vascos.

Joseba apenas tenía siete años cuando empezó a dar sus primeros pasos coreografiados. "Estuve con los bailes vascos hasta los dieciséis, pero llegó un punto en el que se me hacía un poco monótono", confiesa. Tras picotear varias disciplinas, desde el clásico hasta los bailes latinos, el tango le cautivó. "Además de su música, el poder improvisar con otra persona en el abrazo es lo que más me atrajo". Tanto que se instaló siete meses en su Buenos Aires querido para aprender de los mejores maestros. Al volver -no con la frente marchita, como Carlos Gardel- abrió una escuela de baile en Andoain junto a su compañera, Bakartxo, con quien ha tangueado en festivales de todo el mundo y hasta dirigido un espectáculo.

Consciente de la "sensualidad" que transmite este baile "por el tipo de abrazo y la intimidad que genera", Joseba admite, a sus 38 años, la vergüenza de la primera vez. "Los primeros días dos cuerpos de hombre y mujer tan pegados parece que te corta un poquito, pero el que ya está metido en este mundillo está acostumbrado y lo que busca es estar abrazado a una persona y compartir cuatro tangos". Algo que, asegura, se puede hacer en cualquier rincón del planeta. "Es como aprender un idioma, con el que te comunicas perfectamente con otra persona aunque no la conozcas. Puedes ir a Estados Unidos, Argentina o Japón y pedir bailar a una mujer o un hombre sin ningún problema porque hay unos códigos".

Para 'defenderse'

Un año de clases

Aclarado que en esto del tango no hay fronteras, este bailarín de Astigarraga cree que si los vascos no se animan a practicarlo no es por pudor. "Hay mucha gente que baila salsa y también hay un contacto bastante fuerte. Lo que pasa es que siempre se ha dicho que el tango es muy complicado y la gente ni lo intenta. Además, se ve como un baile de viejos, aunque sólo aquí, porque en cualquier otro sitio de Europa o en Argentina la gente joven baila tango igual que aquí la salsa", atestigua, y aprovecha para desterrar otro tópico. "Esa imagen que se tiene del tango de que el hombre es chulo y la mujer sumisa hoy en día no se corresponde", señala.

Su pareja de milongas, Bakartxo, corrobora que el tango es un gran desconocido. "No es comercial, no se escucha en los bares y la gente está muy desorientada. Lo identifican con lentejuelas y cosas muy antiguas. Hay un desconocimiento bastante grande, pero una vez que la gente entra en la clase, ese tabú desaparece". También al pisar la escuela se esfuman los reparos. "Los abrazamos como hay que abrazarse, pegaditos como si tuvieran un imán, pecho a pecho, y la gente rompe el hielo de golpe. Luego descubren el placer de bailar tango así. A mí me parece que es uno de los ingredientes que lo hacen especial", explica esta ex profesora de aeróbic de Andoain.

Vista la flexibilidad de Bakartxo, cabe caer en el desánimo, pero su pareja perjura que para tanguear "uno no tiene que ser gimnasta". "Otra cosa -matiza- es que uno se quiera dedicar profesionalmente a esto". Si no es el caso, las ganas de aprender y un poco de paciencia bastan para lanzarse a la pista. "Depende de lo echado para adelante que seas, pero con un año de clases uno ya puede defenderse", estima este bailarín, que ha tenido alumnos desde los 10 hasta los 80 años. De hecho, "el padre de Bakartxo, que ahora tiene 74 años, empezó a bailarlo con 72", apunta.

"Cada vez se baila más"

El "efecto Shakira"

Tampoco para bailar la danza del vientre, dice la bilbaina Miren González, hace falta una cinturita de avispa. "En realidad las personas con unos kilitos de más tienen ventaja porque no tienen que hacer tanto esfuerzo para marcar los movimientos de cadera", explica esta diseñadora de moda reconvertida en profesora de danzas orientales.

Guardados en el baúl los maillots y los tules -"el ballet exige mucha disciplina y flexibilidad"-, Miren probó los bailes de salón, el tango y la salsa. "El problema es que necesitas pareja y no siempre es fácil encontrarla. Cada vez hay más chicos que bailan, pero antes ibas a las clases y siempre había chicas de sobra", explica. Por eso terminó enganchándose a la danza del vientre, "porque la puede bailar cualquiera y, una vez que te apuntas, enseguida ves mejoría".

Ahora que es ella la que enseña a niñas, jóvenes y abuelas a mover las caderas, admite que artistas como Shakira han marcado tendencia. "La gente entra a clase y te pregunta: ¿Pero vamos a aprender a hacer lo que hace Shakira en el vídeo? Alguna chica ya me ha pedido que le explique alguno de los movimientos que ella hace". Lo mismo que la cantante colombiana introduce pinceladas de danza del vientre dentro de sus coreografías, dice Miren, "tú puedes salir a bailar de fiesta y hacer lo mismo".

Convencida de que, tópicos aparte, "en Euskadi cada vez se baila más", esta joven de 29 años no ha logrado, sin embargo, atraer a ningún chico al aula. "He conseguido que alguno venga a probar, pero apuntarte a una clase en la que hay quince chicas intimida bastante". A ellas, cuenta, también les da reparo practicar delante de sus parejas. "No les debe bailar nadie en casa porque les da mucha vergüenza".

Aunque en su origen la danza del vientre "se bailaba en fiestas familiares, ya fuera un bautizo o una boda", Miren es consciente del erotismo que desprende. "Tiene mucha carga sensual porque la mayoría de los movimientos se ejecutan con la cadera, que es justo el centro de la energía sexual del cuerpo", explica.

Se baila con camiseta y bombachos o sujetador, falda y cinturón de lentejuelas, Miren asegura que las danzas orientales son todo ventajas. "Quemas calorías, mejoras la circulación y la flexibilidad, ganas control corporal e, incluso, autoestima. Una chica que siempre iba a la playa en bañador por vergüenza me contó, después de un par de años, que ya usaba bikini, que le daba exactamente igual y se veía estupenda".

La memoria del claqué

Tocar música con los pies

Marcado, Mary Poppins aparte, por las pelis de Gene Kelly y Fred Astaire -"han sido una inspiración"-, el bilbaino Rafa Eizaguirre abandonó hace dos años y medio el mundo del cine y la publicidad para dedicarse profesionalmente a bailar claqué. Una disciplina con un "encanto especial" por "el ritmo y la posibilidad de poder fabricar tu propia música. Es como tocar la batería, sólo que la llevas puesta, o sea que podría decirse que toco los pies".

Pese a que los referentes cinematográficos son masculinos, en las clases que imparte Rafa predominan las mujeres. "El 90% de mis alumnos lo son. En cuanto al espectro de edad, el más numeroso es el que va de los 28 a los 45 años", detalla este bailarín, que ha estado zapateando este verano en Chicago.

Además de "memoria", este "complicado" baile requiere "mucha disciplina para trabajar la elasticidad, los pasos... Y para ello un cuerpo atlético ayuda, aunque no es imprescindible. Yo he recibido clase de muchos profesionales y hay de todo: altos, bajos, gordos y delgados".

Abierto el armario, lo más cómodo para emular al protagonista de Cantando bajo la lluvia "es un pantalón ligero, de chándal o poliéster, y una camiseta". "El claqué esta asociado a Fred Astaire y su frac negro, o a las lentejuelas de Broadway, pero los bailarines de hoy día combinan todo tipo de atuendos, incluidos los vaqueros". Y lo bailan, al menos él lo hace, hasta en las bodas. "Es mi forma de expresar el ritmo y, en definitiva, eso es bailar, expresar el ritmo de uno a través del cuerpo y de la música". Por si algún vasco, apostado en la barra del bar, aún no se había enterado.