El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dimensionaba ayer en la apertura de la Conferencia sobre Financiación del Desarrollo el tamaño del reto que se afronta en Sevilla desde ayer y hasta el jueves. Guterres sostenía que la cita que reunirá a decenas de mandatarios de todo el Mundo debe servir para “cambiar el rumbo” pese a los “fortísimos vientos en contra”. Dos factores principales esconde esta primera reflexión: la declarada voluntad de los gobiernos populistas en general –y de la Administración estadounidense en particular– a desmarcarse de la cooperación internacional y la dimensión de los recursos económico precisos para dar el salto de una estrategia paliativa a una claramente comprometida con las inversiones imprescindibles para lograra cambios sustanciales en las dificultades de desarrollo de cientos de millones de personas. Sobre el primero de los asuntos, los efectos de la suspensión de las agencias estadounidenses que colaboraban en el pasado con la ONU –con USaid a la cabeza– son dramáticos. Hablamos de la supervivencia física de millones de personas que dependen de que se habiliten mecanismos alternativos que aporten la inmediata respuesta paliativa. El segundo ámbito, el de ir más allá de la mera asistencia en forma de ayuda humanitaria, lo enunció el propio Guterres como primer guante lanzado a los asistentes: la coordinación de recursos, la participación estructurada y colaborativa de las entidades que financian el desarrollo –bancos de crédito– para que la suma de recursos permita acometer proyectos de envergadura, infraestructuras y programas de medio y largo plazo, que la atomización de actuaciones no permiten. Una política humanitaria necesaria no es suficiente para la transformación del rumbo del desarrollo en tanto no sea capaz de transformar las condiciones de vida en las regiones que lo precisan. Hablamos de sostenibilidad en servicios vitales, suministros imprescindibles, autosuficiencia alimentaria y disponibilidad de recursos energéticos, entre otros objetivos. La tendencia a reducir la cooperación del norte al sur se agudiza pero ya comenzó en la crisis de 2008. Pero esa contracción no ha propiciado un escenario más seguro, estable y sostenible para el Norte. La lección es clara: el desarrollo colectivo es el mejor mecanismo de estabilidad global.
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