Crítica de cine de 'One piece film: red': distopía musical

Además, desde 1999 One Piece también vive en forma de serie de anime. Desde entonces y hasta ahora, un millar largo de episodios inundan las cadenas televisivas de medio mundo. Al mismo tiempo, catorce largometrajes antes que este, han contado, descrito y desmenuzado las peculiaridades de la banda del Sombrero de Paja. Para muchos, esa banda forma parte de su familia; otros, sin embargo, apenas saben nada.

Con Luffy, el capitán al mando de la banda del Sombrero, una especie de Sr. Fantástico de los Cuatro Fantásticos que posee la facultad de estirar su cuerpo de manera insólita, Oda desarrolló un homenaje y una epopeya al mundo de la literatura de filibusteros y aventuras de Stevenson, Defoe, Hodgson, Howard y Conrad. Enemigo imbatible, alrededor de Luffy orbita un universo más numeroso que complejo, en el que los Schichibukais, la Marina, Shanks, el Pelirrojo, Usopp, Tonytony Choper, Roronoa Zoro,... son presencias reconocidas.

Para este decimoquinto largometraje, no es necesario –aunque sí recomendable–, conocer algo de One Piece para disfrutar de sus excelencias. Con él, Goro Taniguchi, su director, ha desplegado un delirante musical, una recreación de enorme belleza y desmesurada locura visual que impacta por su genial creatividad. Torrencial, brillante y vibrante, One Piece Red representa un arriesgado salto formal y estilístico. Es anime de ultimísima generación, la que ha crecido con y sobre maestros como Tezuka, Miyazaki y Satoshi Kon.

Representa el último tren para quien no quiera perderse esta (r)evolución. Si en Hollywood se están volviendo locos con el metaverso, en Japón ya es parte de su historia animada.