La Milán-San Remo disputada el sábado abre el camino de las grandes clásicas, las de toda la vida, que, a partir de ahora, se sucederán sin tregua: Tour de Flandes, Paris-Roubaix, Amstel Gold Race, Flecha Valona, Lieja-Bastogne-Lieja; las carreras más duras de un día y en las que se han escrito algunas de las páginas más gloriosas del ciclismo. Pogacar, al que su superioridad en la temporada de 2024 ha despertado una voracidad sin límite, sabedor de esa gloria, ha señalado las pruebas que le faltan de la lista y quiere tenerlas en su palmarés, porque quiere pasar a la historia como uno de los más grandes campeones. Y la Milán-San Remo era la primera pieza. Una obsesión a tenor de lo que había ido declarando en los últimos meses. Deseaba ganar en San Remo más que cualquier otra cosa, era uno de sus objetivos centrales del 2025. Y le salió el tiro por la culata, obteniendo un tercer puesto, que para él es poco, y que ya había obtenido en 2024.

Lluvia y frío

Los primeros 200 kilómetros se desarrollaron bajo la lluvia y con un frio intenso. Viendo a los corredores abrigados, empapados, ateridos de frío, pensé que íbamos a asistir a una prueba desvirtuada. Me recordó al Giro de 1974, en el que Fuente, el “Tarangu”, tuvo todas las opciones para derrotar a Merckx, poniéndolo al borde del K.O. En ese Giro, Fuente había hecho verdaderas exhibiciones en la montaña durante la primera parte de la prueba, y parecía que el triunfo final no se le iba a escapar. Marchaba de líder, con una amplia renta sobre el caníbal belga, suficiente para llevarse el triunfo final, teniendo en cuenta que ya habían disputado la única contrarreloj de la prueba, y que sólo quedaban por delante los Alpes y los Dolomitas. Pero en una etapa aparentemente anodina, camino de San Remo, por las mismas rutas que el sábado, en los repechos y cotas de la costa de Liguria, bajo un día infernal de frío y lluvia, pilló una pájara descomunal, que le distanció en más de siete minutos de Merckx. Pero la lluvia desapareció. La larga distancia de la Milán-San Remo permite que a lo largo de sus trescientos kilómetros la climatología cambie, y en los noventa últimos kilómetros lució el sol; los ciclistas se despojaron de sus abrigos y pudimos ver un combate limpio, sin adulterar.

Sabiendo que Pogacar deseaba ganar la carrera, se había especulado con que debía cambiar de táctica, no esperar al Poggio, la última subida, que con sus 3,7 km al 3,8 % de pendiente media, se había mostrado con insuficiente dureza en 2024 para que Pogacar dejara a sus rivales. Y es lo que ocurrió, en lugar de aguardar al Poggio, atacó a 25 kilómetros de meta, en la penúltima cota, en la Cipressa, un poco más dura, con sus 5,5 km y 4,1 % de pendiente media. Pero no pudo descolgar a Filippo Ganna ni a Van der Poel. En la Cipressa y el Poggio Pogacar atacó hasta seis veces, y no pudo deshacerse de Van der Poel. Sí de Ganna, en el final de Poggio. Pero el italiano perdió sólo un centenar de metros y al final del descenso alcanzó a la pareja. Ganna ha hecho grandes progresos subiendo, y quizá estemos ante un nuevo todoterreno, tipo Van Aert. 

Pogacar atacaba con fuerza, pero cuando se sentaba en el sillín sus vatios parecían bajar mucho de intensidad, y Van der Poel le seguía sin problema. El holandés se permitió, incluso, atacar al esloveno poco antes de la cumbre del Poggio, creo que para bajarle la moral ante el posible esprint. Imagino que Vingegaard miró la carrera tomando notas. Me recordó al Pogacar del Tour de 2023, que quería pero no podía doblegar al danés. Fue un final emocionante con la disputa entre los tres, donde Van der Poel fue el más potente, y el más listo, anticipándose.

Mi primer viaje a Italia

Si la lluvia me recordó los sucesos del Giro de 1974, San Remo me recuerda mi primer viaje a Italia. La entrada por Ventimiglia, muy cerca de San Remo, era la puerta a ese país para los que llegábamos en coche desde el Oeste, desde Francia, desde España, y que daba paso a una espectacular autovía llena de puentes y túneles sobre la costa. Ventimiglia era la frontera entre dos países, dos culturas, y se notaba mucho. Acababa de morir Enrico Berlinguer, uno de los puntales de aquello que se llamó eurocomunismo, o la búsqueda del socialismo en libertad, y otro líder Alessandro Natta, natural de la región de San Remo, la Liguria, le había sustituido al frente del PCI. Las plantas bajas de muchas casas estaban cubiertas con dos tipos de grandes carteles, los dos mortuorios: carteles con Berlinguer; y carteles en blanco y negro con nombres y una gran cruz, esquelas católicas de ciudadanos de Ventimiglia recientemente fallecidos. Eran las dos Italias conviviendo. Ahora las fronteras culturales no están tan definidas, el capitalismo de las marcas unifica ciudades y todos estamos contentos porque satisface nuestras ansias de consumo. Para ese capital no hay fronteras, pero sí para los refugiados. Por eso el grito “Abajo las fronteras” para los seres humanos, me parece el más necesario, para que cada uno viva y trabaje donde quiera.