De las etapas que llevamos de la Vuelta, en Pico Villuercas, fue donde vimos algunas señales de los favoritos. Y donde Roglic se postuló como el principal. Allí se mereció el triunfo por partida doble, como premio a su mala fortuna durante la presente temporada, con sus dos graves caídas que le alejaron del Tour, y porque fue él quien, con su ritmo en el último puerto, hizo la selección definitiva. Ese día tuvo la suerte de su lado, pues el belga Van Eetvelt, que lanzó el sprint en el grupito de ciclistas que llegaron juntos a la cima del puerto, cometió un error de principiante. Levantó las manos antes de tiempo y propició que Roglic le superara. No era la primera vez que Roglic ganaba de esa manera una gran carrera. En la Lieja-Bastoña-Lieja de 2020 derrotó de igual manera a Alaphilippe, quien levantó ostentosamente los brazos, creyéndose ganador, antes de cruzar la línea de meta, y Roglic le superó con un golpe riñones. Algo que habla del pundonor y del carácter irreductible del esloveno. Entre los otros candidatos a ganar la Vuelta, a quienes mejor se vio fue a Enric Mas, y a Mikel Landa, quien, a pesar de entrar muy mal colocado en el estrecho camino de hormigón de la subida, remontó hasta alcanzar al grupo de los mejores.

La meta en ese pico, una antigua base militar abandonada, y que alberga hoy una instalación de antenas de telecomunicaciones, al que se accede a través de un sendero de hormigón rayado de pendientes imposibles durante más de 3 kilómetros, retrató una de las modas del ciclismo actual, la de las pendientes extremas. Y ese tipo de instalaciones con accesos por pistas de hormigón y grandes porcentajes, se convierten en un atractivo, gracias a que las multiplicaciones y desarrollos que ahora montan la bicicletas, permiten la subida sin bajarse de la bici, cosa antes imposible, ni siquiera para los profesionales. Esas instalaciones abundan en las montañas, sobre todo en las cercanas a las fronteras, por su antiguo objetivo estratégico, donde se ubicaban antiguamente los fuertes y las subidas, para dificultar la llegada, no eran fáciles. La apropiación para la población de esos espacios militares, antes vedados y prohibidos, donde solías encontrarte una valla que decía “prohibido el acceso”, es un logro, y me alegra. Me alegra mucho que no haya montes ni espacios cerrados, fronteras de ningún tipo.  

Entre las comarcas de Las Villuercas y La Jara

El pico de la meta del que hablo, se encuentra en Extremadura, entre las comarcas de Las Villuercas y La Jara; un espacio natural donde abunda este matorral que le da nombre, la jara. La bicicleta tiene el potencial de permitirnos recorrer la naturaleza, para disfrutar de sus vistas, pero también para impregnarnos de sus olores. Todo huele, los países huelen, recuerdo ahora que cuando antaño uno pasaba el telón de acero e iba a Bulgaria, Polonia, Albania, etc, percibía un olor especial, el olor a socialismo. Quizá por los combustibles que usaban, o los productos que fabricaban y cómo lo hacían, pero aquellos países olían distinto. Y, los espacios naturales huelen a la vegetación que los puebla. El olor de la jara fue, gran parte de mi vida, origen de una fascinación y de un misterio. Durante años, cuando era un niño, cada vez que atravesaba la sierra de Madrid hacia el sur, como viajero en el coche de mis padres, y abría la ventanilla, sentía un olor dulzón exquisito. Me embriagaba pero no indagaba a qué se debía concretamente. Era el olor del campo, según decían mis padres. 

Y así quedó, como una impresión profunda pero de la que no daba cuenta a nadie. Y esa jara, su olor, tiene que ver con la bicicleta, porque fue en otro viaje, que realicé con un amigo ciclista años después, como premio a una larga temporada de carreras y entrenamientos, cuando descubrí el misterio. Me detuve en esos campos, toqué una planta pringosa y sentí de pronto, en mis manos, el perfume exacto que cada año creí percibir desde el coche. Así que era algo tangible, y no un producto de mi imaginación viajera, y eso me produjo una gran alegría, una satisfacción profunda, como si hubiera acertado la difícil respuesta de un enigma. Entonces supe que se trataba de la jara, una planta nueva para mí, y, desde entonces mi preferida, mi olor preferido. Un perfume que recomiendo buscar, y que para mí, además, tiene el sentido de lo otro, lo nuevo, del viaje, porque mis campos verdes, muy verdes, con todos los verdes dentro, tenían otros aromas, intensos, sí; pero no tenían olor, este olor perfumado, tan sensual; un olor de carne, un olor del sur, del sol, de la vida en la piel desnuda. Y quedó guardado ese perfume en mi memoria como uno de los momentos de plenitud o instantes de felicidad, de los que vamos haciendo una colección, el álbum con lo decisivo y lo mejor, lo que ha marcado y orientado nuestro camino en la vida. Quizá algunos ciclistas, si no iban demasiado exhaustos y bajo una demanda extrema de oxígeno, pudieron disfrutar, al atravesar esa comarca extremeña, el delicioso olor de la jara, y sentir el flechazo del viaje, de lo otro, lo diverso, como a mí me ocurrió.