La acogida de la Grand Départ del Tour de Francia en Euskadi ha despertado la memoria del ciclismo vasco. Son días de júbilo en los que llueven los recuerdos de toda relación vasca con la carrera francesa, la gran odisea del ciclismo, el gran evento del pedal. Y en el autodenominado como El templo de los grandes eventos, el restaurante Aitkeri, en el Palacio Torre de Arriaga de Erandio, se celebró una emotiva reunión de todos corredores que alcanzaron la gloria, vascos, concretamente de la zona de Hegoalde, que a lo largo de la historia ganaron el Tour, alguna de sus etapas, el Gran Premio de la Montaña o vistieron el maillot amarillo en alguna de las jornadas de la prueba gala. Un total de veintinueve nombres propios que Juanjo Rementería, propietario del Aitkeri y amante del ciclismo, quiso poner de actualidad aprovechando la ocasión de la llegada del Tour. “Menudo embolado”, bromeaba Josu Loroño, hijo de Jesús y responsable de cumplir el sueño de Rementería con la organización del acto en el día de San Juan, sin hogueras pero con estrellas a vista del firmamento.

Cuentan que el único vehículo que mantiene intacto el corazón es la bicicleta, que es incorrompible, compañera, alegre, salvaje y a la vez despiadada. Pero su corazón permanece intacto. Ellos, con sus piernas, ambición y sacrificio alojaron sus gestas en la inagotable memoria del Tour. Se trata de Abraham Olano, Federico Ezquerra, Aitor González, Aurelio González, David Etxebarria, Fede Etxabe, Gregorio San Miguel, Iban Mayo, Igor González de Galdeano, Ion Izaguirre, Javier Murgialday, Javier Otxoa, Jesús Loroño, Joane Somarriba, José Mari Errandonea, José Nazabal, Juanma Garate, Julián Gorospe, Luis Otaño, Marino Lejarreta, Miguel Indurain, Mikel Astarloza, Peio Ruiz Cabestany, Miguel Mari Lasa, Omar Fraile, Roberto Laiseka, Txente García Acosta, Txomin Perurena y el equipo Kas como ganador de una contrarreloj por equipos, en cuya representación acudió Román Knorr.

Todos tuvieron su mención, algunos en persona y otros desde la ausencia debido a compromisos profesionales o porque la vida se apagó, como la de Txomin Perurena, que recién fallecido estuvo en boca de todos los presentes y, como tal, así fue homenajeado, haciendo de su trayectoria un recuerdo imperecedero, porque el cuerpo desaparece, pero dicen que uno es lo que deja para el recuerdo, y ellos serán siempre inolvidables.

“Ha fallecido alguno y se echa en falta”, admitía nostálgico Miguel Indurain, el hombre que en vida tocó el cielo de París, junto a Joane Somarriba, los dos únicos corredores vascos ganadores del Tour. “Habíamos perdido este tipo de comidas y cenas a causa del covid, pero las vamos recuperando”, celebraba Miguelón, cuya figura, además de imponente por su constitución, es aclamada allá por donde va, porque entre los asistentes también hubo aficionados que acudieron a la llamada de la gloria del ciclismo vasco, y el marco era desde luego incomparable.

“¡Vaya la que tenemos aquí liada!”, expresaba sorprendida Somarriba, mientras otros, los más veteranos, echaban cuentas: “¿Quién es el más mayor?”. “Cuando venga, será Otaño”, comentaba alguno apartando las miradas que le enfocaban. Porque en La Campa de Erandio se citaron ídolos de infancia e infantiles que siguiendo los pasos después fueron ídolos y generaciones que se relevaron sucesivamente, cada uno con su historia.

Y de este modo echaron el rato estos legendarios corredores, evocando el pasado, recordando sus hazañas y faenas, charlando sobre cómo transcurre la vida y sobre los cambios de la vida misma: primero con bicicletas que exigían sustituir las ruedas enteras, luego con piñones de 23 dientes y ahora con 35. Evolución. “Ahora todo el mundo puede andar en bicicleta”, afirmaba Julián Gorospe. Era un comentario en apariencia sencillo pero que albergaba matices: antes la bicicleta era el único vehículo pilotado y motorizado por el ser humano, lo que requería de esfuerzo y tenía su mérito; ahora las bicicletas eléctricas han democratizado el deporte del ciclismo. Y para algunos de estos protagonistas es una alternativa que permite revivir tiempos pretéritos.

“Estas cosas están bien”, se podía escuchar el referencia a la quedada. Las sonrisas parecían el atuendo común, aparcados los egos y rivalidades que algunos vivieron en sus épocas. “¿Dónde está fulanito? ¿Va a venir menganito?”. Alguno se demoró en su llegada. “Este no hubiera ganado una crono”, se decían jocosos. “¡Mira, si está no sé quién!”. “¡Anda, has venido!”. El clima de buena sintonía generaba un afable ambiente que se culminó con una comida que a su vez fue simbólicamente el despliegue de la alfombra roja para la llegada del Tour. “La gente está acostumbrado a verlo por la tele, pero no se imaginan semejante montaje, que venga a la puerta de tu casa”, advertía Indurain.

El pentacampeón describía el comienzo en Bilbao como “una encerrona para ser el primer día”, porque “hay muchos nervios, tensión, las carreteras son estrechas, hay subidas, bajadas...”. Pero ahí comenzará la historia de otros, porque todos estos vascos ya escribieron las suyas o siguen haciéndolo en el Tour. Ellos convirtieron el sudor en el mejor amigo, en una bienvenida a la cultura del esfuerzo que es el ciclismo, que en sus casos les permitió ser inmortales. Ellos son la memoria vasca del Tour.