Ésta es una semana de luto para el ciclismo guipuzcoano. El sábado falleció Paulino Goikoetxea y este jueves el gran campeón Txomin Perurena. Paulino había sido director de Txomin en sus inicios, y luego en la JOCC de Hernani, donde, con su moto derbi y su mano firme, nos ponía en forma en los duros entrenamientos que todos los martes y viernes realizábamos en el circuito de Miramón. En su funeral, algún veterano nos inquietó con la noticia de que Perurena estaba muy enfermo.

Para mí, Perurena es indisoluble del país, del territorio y de mi infancia, poblada por el ciclismo. Y su caserío familiar, en el alto de Ventas, entre Astigarraga y Oiar-tzun, simboliza todo eso: infancia, lugar, ciclismo. Recuerdo muchas paradas en su caserío, en el bar que había en la planta baja, para almorzar o tomar un hamaiketako, porque era un lugar de paso para casi todas las salidas montañeras de mi familia, una afición que nos lanzaba al monte cada domingo del año. Era un bar cargado de sabor ciclista, no sólo por el mito de ser la casa del campeón, también gracias al decorado, sobre todo a la gran fotografía que ocupaba toda una pared, donde se veía a Txomin con cinco compañeros del equipo Fagor, empujando a Luis Ocaña, su jefe de filas, ensangrentado, tras una dura caída en el Ballon de Alsacia mientras disputaba el Tour de Francia. Quizá la más bella foto de la historia del ciclismo, porque muestra como ninguna el compañerismo, la idea de que este deporte, a pesar de ser individual, se corre en equipo. Y ésa fue una de las virtudes de Txomin: ser buen compañero, ayudar a los demás, a pesar de su gran clase. De lo que dio sobradas muestras.

Quizá la mayor prueba de su carácter entregado, subordinado al equipo, la dio en el primer triunfo de Fuente en la Vuelta de 1972. Txomin iba de líder pero avaló la fuga de Fuente con Grande camino del puerto de Formigal, porque las opciones del equipo se fortalecían. Sus galones en el equipo eran importantes, y el director le preguntó qué hacían con la fuga. Txomin le respondió que la respetaran siempre y cuando Fuente dejara de rueda a Grande subiendo el puerto de Monrepós. Txomin podía haber ganado esa Vuelta, pero vio el diamante que tenía su compañero Fuente, y lo dejó brillar. Tenía una gran visión de carrera, y ésa era otra de sus virtudes, la que le convirtió en el capitán de ruta del mítico Kas, donde desembocó tras sus primeros años en el Fagor de Periko Matxain, con Otaño y Ocaña. También pudo vencer en otra Vuelta, la de 1975. En toda la prueba se batió como un jabato, se metió en escapadas para ganar tiempo, aguantó en la montaña a los mejores escaladores, rascó segundos en los esprints intermedios, pero la perdió sorprendentemente por unos segundos frente a Tamames, el último día y en Donostia, en una contrarreloj que terminaba en el velódromo de Anoeta. Txomin decía, todavía hace poco, que ésa era la mayor espinita ciclista que tenía clavada, que a veces se despertaba con esa pesadilla y se revolvía en la cama sin poder conciliar el sueño.

Txomin ganaba en todos los terrenos, al esprint, escapado, en subida. Era un todoterreno, lo que le permitió tener un palmarés inigualable, siendo el corredor estatal profesional que más victorias atesora, 156. Y lo hubiera tenido aún mejor si no hubiera vivido en un tiempo en el que el ciclismo, en este país, era muy autárquico, y salía poco al extranjero a competir. Giro, Tour y poco más. Las grandes clásicas, para las que Txomin tenía unas cualidades inmejorables, no formaban parte del programa habitual de los equipos, y a buen seguro que si las hubiera disputado tendría alguna de las mejores en sus vitrinas. Incluso ganó la montaña en el Tour de 1974.

Perurena fue una de las mayores figuras del deporte en el final del franquismo, y lo fue junto a otros dos guipuzcoanos: Urtain e Iribar. El boxeador y el futbolista habían nacido el mismo año que Perurena, en 1943. Y creo que los tres juntos marcaron el espíritu de la época. La del franquismo tardío, que pretendía usar al deporte como propaganda, cuando su hegemonía se tambaleaba en medio de grandes luchas políticas y sociales. El entorno familiar de Txomin refleja el conflicto de aquel tiempo: su hermano Bixente, miembro de ETA, escapado a Francia, fue asesinado por los GAL en Hendaia en 1984. Y el 29 de mayo de 1986, dos años después de su asesinato, el GAL ametralló el caserío de la familia Perurena, dejando en la fachada la huella de ocho impactos de bala.

El alto de Ventas era, además, el escenario de la mayoría de la carreras de comarca, desde las carreras de los sindicatos estudiantiles de la República, hasta las de juveniles y aficionados de todas las épocas, porque junto al caserío estaba la mítica Cuesta de la Guitarra. Siempre pensé que el caserío de Txomin, en la cima de la Cuesta de la Guitarra, sería el lugar idóneo para un museo de ciclismo, el deporte que está en nuestro ADN como pueblo. Por eso, cada vez que veo que la Cuesta de la Guitarra fue destruida, y que el caserío está cerrado y deteriorándose, me enfado. A partir de ahora, cada vez que pase por allí, veré el museo de Txomin, el mejor ciclista guipuzcoano de la historia, y, sobre todo, un hombre bueno.