¿Ser o no ser? El rey danés, Jonas Vingegaard, es. Él es el nuevo monarca del Tour de Francia. En los Campos Elíseos de París, el sol cerrando los párpados en la ciudad de la luz, se entronizó Vingegaard, rostro pálido, mirada azul, la emoción recorriéndole cada recoveco. Vingegaard, el emperador que viene del norte. Desde Dinamarca con amor. El Tour que celebró en París comenzó en el país natal del nuevo campeón. El viaje perfecto. El sueño. La victoria de Vingegaard posee un componente único que sublima su conquista.

El danés ha sido capaz de vencer a Tadej Pogacar, que incluso atacó en los Campos Elíseos. Eso le concede un valor extraordinario a su logro, más próximo al lenguaje de las grandes gestas. La altura de los campeones la otorgan las dimensiones de los rivales. Pogacar es un coloso. El laurel del danés, gigantesco. Tuvo que arrodillar al irreductible esloveno, un campeón de época, dos veces ganador del Tour, en un duelo estupendo, vibrante, emocionante, bello e intenso. Choque de placas tectónicas en un aventura de 21 días.

UN DUELO PARA EL FUTURO

En ese tiempo, Vingegaard, ortodoxo y académico, y Pogacar, salvaje e impetuoso, fueron dos pesos pesados buscando el K.O. en el cuadrilátero de un Tour grandiosos. Una batalla intensa, enérgica y vigorosa. Legendaria. Pogacar atacando en cada resquicio y Vingegaard respondiendo la osadía del esloveno que nunca se rinde.

Así ha transcurrido el Tour más hipnótico, atractivo, valiente y efervescente en varias décadas. Vingegaard y Pogacar han honrado al ciclismo. El pulso, majestuoso, tiene el aspecto de convertirse en un clásico en los próximos años. El danés tiene 25 años y el esloveno, 23. Entre los dos suman tres Tours.

También homenajeó a los viejos campeones Geraint Thomas, que cerró el podio. El galés, campeón de la Grande Boucle en 2018, completó una carrera magnífica, pero los campeones de la nueva era le quedan lejos. En el podio de París que saludó el cierre de la competición, se apilaban cuatro Tours. El último, el más novedoso, el del estreno, pertenecía a Vingegaard. "Ahora sí me lo creo".

UN TRIUNFO COLECTIVO

El danés ocupó la cúspide de la pirámide pero no puede entenderse la proeza de Vingegaard sin el apoyo mayúsculo del Jumbo. El equipo neerlandés ha encumbrado al campeón del Tour. Su huella es imborrable. La victoria responde a una obra coral, colectiva. Vingegaard ha sido el solista, el frontman, de un grupo de ciclistas formidables.

A diferencia de los triunfos de Froome y de los diversos apóstoles del Sky/Ineos y sus trenes de cremallera en las montañas que liquidaban cualquier oposición ahogando a los rivales a base de ritmo, la actuación del Jumbo, posee un ingrediente más audaz. En ese aspecto se distancia del modelo británico, aunque no de ese poderoso impacto. Es otro modo de encarar el reto. Vingegaard fue el hombre que condensó ese esfuerzo para lograr el Tour.

TRES JORNADAS CLAVES

Hubo tres jornadas llave que sirven para situar el éxito del danés. En todas ellas, la clave de bóveda se construyó en equipo. Pogacar no se midió a solas con Vingegaard, siempre tuvo que competir con el ajedrez del Jumbo. Un par de puños contra un pelotón liderado por el formidable Van Aert. Después de la igualada puesta en escena en la crono de Copenhague, la mirada de los favoritos se centró en la quinta jornada. Reverberaba el castañeo de los adoquines. El miedo a las piedras. En ese escenario pétreo y alocado, de huidas y supervivencia, Pogacar completó una magnífica etapa.

Su demostración le enfatizó. A Vingegaard le rescató su equipo. Una avería mecánica le dejó sin fuelle, muy cerca del desastre. Tras la confusión inicial el Jumbo se recompuso a tiempo. Van Aert, el tercer mejor hombre del Tour, o el primero, según que se valore, salvó al danés. Le acercó a Pogacar, que apenas obtuvo unos segundos de renta. Ese día, Primoz Roglic se fue al suelo. No pudo esquivar una bala de paja y se dislocó el hombro. El esloveno, el que parecía el principal adversario de Pogacar, alcanzó la meta con demasiado retraso. No podría pelear por el Tour. Sin embargo, al servicio del plan maestro de conquistar la carrera francesa, se puso al servicio de Vingegaard.

POGACAR, LÍDER

Pogacar, esplendoroso en la primera semana de competición, alcanzó el liderato en Longwy. El esloveno mostraba su poderío en un reducido esprint con final picudo. Se vistió de amarillo. La idea era mantener el liderato hasta París. Observadas sus prestaciones nada hacia presagiar un cambio de tendencia, menos aún cuando el esloveno se impuso un día después en la agónica rampa de La Planche des Belles Filles, su montaña fetiche.

Ese día, superó a Vingegaard en un vis a vis tremendo. El danés estaba muy cerca del esloveno. Sin embargo, Pogacar parecía inabordable. Algo intuyo, sin embargo, el bicampeón del Tour, cuando ante cualquier llegada trataba de alejar al danés, aunque fuer aun pellizco de segundos. A Pogacar le inquietaba la presencia del danés. En Lausana, el esloveno agarró más ventaja gracias a las bonificaciones. En el altipuerto de Megeve también trató Pogacar distanciar al danés en el esprint del grupo de favoritos. Vingegaard era su sombra.

OFENSIVA DEL JUMBO

El Tour viró del todo en la 11ª etapa, la jornada llave de los Alpes. El Jumbo dio un golpe de mano definitivo. Esperaba el final en el mastodóntico Col du Granon. El fuego que fue quemando a Pogacar, lo encendió antes el equipo neerlandés. Entre el Télégraphe y el Galibier, Roglic y Vingegaard se aliaron para atacar a ráfagas, sin desmayo a Pogacar. El espectáculo alcanzó niveles de locura. Una ruleta de demarrajes contra el líder que a todo respondía como en una rueda de un hámster.

El esloveno defendió su estatus de maravilla en ese tiovivo infernal de ataques de Roglic y Vingegaard. Pogacar era un muro que todo lo repelía. Así llegó al Galibier, donde se mostró imperial. Volteó la situación. Roglic se quedó sin fuelle y Vingegaard se acodó tras la rueda de Pogacar. Nada hacía presagiar lo que sucedería en el Col du Granon, un lugar para la historia. Allí se esperaba el ataque definitivo de Pogacar, la sentencia del Tour. Ocurrió lo inesperado. Lo opuesto.

EL DANÉS, DE AMARILLO

Vingegaard, valiente en una montaña por encima de los 2.000 metros, ahogó a Pogacar, por vez primera impotente en el Tour. El esloveno, que tanto se gastó en defenderse del danés y Roglic, se quedó vacío. Pájara. Perdió más de tres minutos en la cima. Vingegaard le desnudó. El danés se pintó de amarillo. No soltaría el liderato el danés a pesar de la insistencia del esloveno, que le midió en todos los escenarios posibles.

Le probó Pogacar en Alpe d’Huez. Vingegaard no le concedió ni un metro. Se planchó al esloveno, obligado al remonte, una situación ajena a él desde su estallido en la Planche des Belles Filles en 2020. La llegada a Mende, dos días después, aceleró a Pogacar, que lo intentó nuevamente. En esta ocasión prefirió un ataque a ritmo, sostenido, para deshacerse de la vigilancia de Vingegaard. El danés le negó cualquier opción.

POGACAR, A POR TODAS

Se adentró el Tour en la semana definitiva. Los Pirineos se antojaban decisivos. Pogacar y Vingegaard se encontraron con los papeles cambiados respecto al duelo alpino. El esloveno, ambicioso al extremo, buscó la quiebra del líder camino de Peyragudes. Su equipo logró aislar a Vingegaard. Iluminado McNulty.

Sin embargo, el danés dominó la escena sin quebrantos. Ni una grieta asomó en su estatus. En el altipuerto de Peyragudes, en una rampa imposible, Pogacar pudo con el líder, que fue segundo. Después de un esfuerzo titánico durante toda la jornada, apenas restó cuatro segundos. El premio de la bonificación. Escaso botín. Restaba otro examen en las alturas.

SENTENCIA EN HAUTACAM

Apareció de nuevo el mejor perfil del Jumbo y la fotogenia de Van Aert. Aguardaba el final en Hautacam. La muchachada de Vingegaard completó una etapa magnífica desde la planificación hasta su puesta en escena. Entre medias, Pogacar, siempre afilado, sacudió al líder en la subida a Spandelles. El líder se agigantó y se encoló al esloveno. En el descenso de la montaña, Vingegaard a punto estuvo de irse al suelo. Se corrigió. Pogacar no pudo evitar la caída mientras exigía al límite al líder. El danés esperó al esloveno. Se dieron la mano. Ambos sellaron la paz al menos en la bajada. Faltaba la escalada a Hautacam.

Van Aert aguardaba la llegada por detrás de de Vingegaard, que se quedó a solas con Pogacar por la propia dureza del puerto y un Tour velocísimo. En ese ecosistema, Van Aert impuso un ritmo vertiginoso. Asfixió a Pogacar. Vingegaard se lanzó hacia la cima. Hizo cumbre con más de un minuto de renta sobre el esloveno. Había sentenciado el Tour.

SUSTO EN LA CRONO

Con una renta de 3:26 se midió en la crono de cierre antes de los fastos de París. Completó una contrarreloj magnífica, aunque tuvo un susto. Pudo con Pogacar. Fue segundo. Solo Van Aert pudo con él. Finalizada la etapa, puesto a enfriar el champán del festejo en París, el danés y el belga se fundieron en un abrazo. Esa imagen representaba el logro de todo el equipo, que perseguía sin descanso la victoria en el Tour. Repuestos de la terrible y dolorosa derrota de 2020 a manos de Pogacar encontraron la redención. Vingegaard corona la gran obra del Jumbo.