De regreso al costumbrismo, aunque con la excitación que provocan los finales próximos, surgió el tríptico de los Pirineos, un campo de batalla en las alturas. En la azotea del Tour permanece, impertérrito, Vingegaard, que ha iniciado la cuenta atrás hacia París. Tic-Tac. El líder, que el domingo perdió a Roglic y Kruijswijk, se sabe más frágil, pero no pierde la compostura. Su equipo, el Jumbo, un depredador, no es ahora quien domina la cadena trófica como se suponía. Es una presa más.

Desea despiezarla Pogacar, que siempre muerde, a cualquier distancia. Sucede que el danés tiene mucho hueso y un punto de pausa necesario para manejarse en el escenario caótico que le plantea el esloveno febril y apasionado. Pogacar no sabe estar quieto. Se alimenta de la adrenalina que le provoca el ataque constante. Las dentelladas del esloveno, que afiló los incisivos subiendo y bajando el Port de Lers no hirieron al líder, que recobró la prestancia y el aplomo tras el susto camino de Carcassonne.

No mostró ni un síntoma de debilidad el danés, que repelió al obsesivo esloveno con seguridad y calma. El cargador de Pogacar, que dispara a ráfagas, se agota. La pasión que arrastra tira de él. Siente el hormigueo en las piernas. Tiene el gatillo fácil. Decían que los mejores pistoleros no eran aquellos que desenfundaban primero, sino los que mantienen el pulso firme y no se alteran a la hora de disparar. Esos son los que aciertan en el blanco. El danés sigue ese precepto. Disparó en el Col du Granon y dejó muy tocado a Pogacar.

Desde entonces, el esloveno es una rebelión diaria. Un atacante nato. No sabe correr de otra manera. Es su sino. Lo mismo cuando lideró el Tour, que cuando necesita remontarlo. En el primer día de los Pirineos, Vingegaard empaquetó el ansía de Pogacar en el día de gloria de Hugo Houle, que venció escapado. El canadiense apuntó al cielo en su mejor victoria de siempre. Se acordó de su hermano, Pierrick, que falleció tras ser atropellado años atrás por un conductor borracho que se dio a la fuga. El recuerdo de la tragedia, el homenaje a su hermano, empujó a Houle.

MOVIMIENTOS TÁCTICOS

Los Pirineos invitaban al ajedrez toda vez que el Jumbo y el UAE disponen de las mismas piezas. En el plan de asalto del esloveno, Marc Soler era un alfil importante para Pogacar. Al catalán le sentó pésimamente el reinicio de la carrera. Apagado por problemas intestinales, le tocó la letanía del sufrimiento. Un paso de Semana Santa en un paisaje de calor pirenaico. Soler padecía un martirio, con el coche escoba barriéndole la pena.

La alegría en el Tour no va ni por barrios, circula calle por calle. Posee vida propia la carrera francesa. Rescató a Vlasov. El ruso sin bandera agarró el estandarte de la rebeldía. Se insertó en la fuga y se inmiscuyó entre los puesto nobles. Redivivo. Vingegaard envió a Van Aert al frente. Pogacar, a McNulty. El tablero estaba dispuesto.

En el Port de Lers (11,4 km al 7%) Enric Mas asomó para proteger su escalafón en la general. Fue un destello. Después tuvo que recular. Vingegaard, solo pendiente de Pogacar, dejó que Kuss marcara el tempo en la ascensión. Metrónomo. Pogacar, Thomas, Yates, Quintana, Gaudu o Bardet bamboleaban los hombros en la proximidad. Todo discurría con cierta calma. El aullido sordo antes del estallido del esloveno incontenible.

ATAQUES DE POGACAR

Pogacar es todo los ataques. Siempre ambicioso. Infatigable. Un ciclista con tilde de campeón. El esloveno se arrancó la camisa. Tremendismo. A todo o nada cerca de la cima de el Port de Lers. Violencia y crudeza. Fuego e ira. Es una animal en estampida. Vingegaard, que se sabe fuerte, no dudó. Le ensilló. Es su sombra amarilla. El líder pulsó el botón de la turbina. Respondió con contundencia. Apresó a Pogacar. Centinela. Se puso en paralelo y le miró de arriba a abajo. Una mirada de poder.

El resto de favoritos remontó cuando el líder serenó al esloveno. Solo Bardet se descascarilló entre los arreones de Pogacar. El esloveno, inconformista, tomó una par de bocanadas de oxígeno y descargó. Otro disparo. Vingegaard se fue a por él solícito. Ágil, grácil y potente. El frío danés puso hielo sobre el fogoso esloveno. Se repitió la escena. Sintió Pogacar su presencia y se saludaron en ese duelo tan estupendo que mantienen. Los otros jerarcas se reestructuraron. Amainó el impulso juvenil de Pogacar, al que el instinto y el corazón le piden guerrear sin desmayo.

Una vez coronado el Port de Lers, el esloveno, kamikaze enamorado, se lanzó en el descenso sin red de seguridad. Pogacar es una bendición, puro espectáculo. Un ciclista del pueblo, al que le entusiasma el frenesí, el baile y el descontrol. Vingegaard, reactivo, con muelles, percutió. No le concedió ni un palmo. Tachonado. Un remache. El líder es un apéndice más del esloveno. El eco de su respiración. Un tatuaje. Se serenó la cascada de ataques.

CALMA TRAS LA TORMENTA

Aguardaba el Mur de Péguère, con sus últimos tres kilómetros de mentón elevado y cuellos almidonados. Otro lugar de encuentro para el arrojo sobre un asfalto de grano gordo, una lengua estrecha de una carretera perdida y árboles para aliviar el sofoco. Un paredón para subir a gatas. Balbuceando. Majka, el mejor sherpa del Pogacar, balanceó la bici. Thomas y Yates cedieron unos metros, pero se rehabilitaron.

Quintana, formidable, se agarró. Vingegaard y Kuss charlaron a espaldas de Pogacar. Algo tramaban. El gesto del grupo, escasísimo, se alteró cuando a Majka se le rompió la cadena. Se quedó varado. Pedaleando en el aire. Pie a tierra. El líder mandó a Kuss que elevara el tono de la ascensión que se quedó a cuatro.

Vingegaard se sentía fuerte. Pogacar se quedó a la expectativa. Quintana, con ellos. Desaparecieron Thomas y Yates. El galés, un superviviente, peleaba cada palmo. Resistente. Gaudu le pisaba los talones. Vingegaard, los ojos abiertos, sin el camuflaje de las gafas de soldador, de pantalla enorme, no quitaba ojo de Pogacar, enmascarado, el maillot a dos aguas. Sin gas. Demasiadas burbujas gastadas. Así traspasaron el muro. Thomas, experimentado, supo gestionar su fatiga. Se aferró a Daniel Martínez, que le aguardaba. Ambos enlazaron con el grupo del líder.

Vingegaard estaba protegido por un mullido sofá. Kuss y Van Aert le resguardaban. Pogacar recibió la visita de McNulty, otro integrante de la fuga. El descenso encoló también a Gaudu, que se desgañitó para entrar entre los mejores. Van Aert, que es todos los ciclistas en uno, que vale más que un pelotón entero, meció al líder. En la llegada, a un mundo de la emoción y las lágrimas de Hugo Houle, Vingegaard esprintó como el esloveno hacia durante la primera semana del Tour. En el corazón caliente de los Pirineos, Vingegaard enfría a Pogacar.