a estamos de rosa, y con el Giro llegan las carreras de tres semanas, las grandes vueltas, que cambian nuestra rutina, porque durante ese tiempo tenemos sobremesas ciclistas, diarias, en televisión. Algunos dirán que son perfectas para la siesta, yo digo que para disfrutarlas. Dan un espectáculo distinto al de las clásicas, con un desenlace siempre electrizante, y en disputa generalmente entre los gallos del pelotón. En las grandes vueltas hay espacio para todo tipo de ciclismo, lucimiento para todos los corredores, los capitanes y los modestos, los guerrilleros, como decía un viejo director; que, en las etapas de transición, o cuando el cansancio acumulado hace bajar la guardia a los grandes equipos, encuentran su lugar. Y el espectador percibe ese reflejo, asistiendo a los momentos estelares, pero también a los inesperados, los que algunos llaman aburridos pero que otros, los apasionados del ciclismo, aprovechamos para observar detalles que en otras ocasiones pasan desapercibidos por el frenesí y la emoción.

Ayer, mientras el pelotón se dirigía al castillo húngaro de Visegrad, observé que ya nadie lleva frenos de herradura, y todos llevan frenos de disco. Hasta este año el Ineos resistía con la vieja tecnología, y también Pogacar en las etapas de montaña, porque son más ligeros. El Ineos ha sucumbido, y veremos Pogacar. Alguna vez dije que tras esta decisión no solo se esconden argumentos técnicos, sino estrategias de venta de bicicletas. Porque otro fenómeno relativamente nuevo es el poder de las marcas de bicicletas en el pelotón. Hay alguna que patrocina completamente un equipo, como la estadounidense Trek; ésa, y todas las presentes, Spezialized, Cervélo, Factor, Orbea, Pinarello, Giant, Scott, Mérida, Colnago, tienen un papel mucho más relevante que antaño, donde se limitaban a suministrar las máquinas. Dado el coste de cada bici y los desarrollos tecnológicos de los cuadros en rigidez, peso y aerodinámica, se han vuelto muy poderosos. Y los aficionados, que compran esas bicicletas tan caras, son muchos. Con el cambio de los frenos han conseguido que tengan que cambiar toda la bici, pues los cuadros no sirven para el otro sistema. Y eso, en el mundo, son muchos millones de euros. Es el retorno de su importante inversión. Pero los de herradura son más ligeros, frenan muy bien, y no rozan. Aunque admito un viejo trauma desde una carrera donde me tuve que parar en un puerto porque mi rueda rozaba al freno. Los de disco, si no están muy bien ajustados, rozan, lo advirtió el mismo Froome.

Las tres primeras etapas de este Giro recorren Hungría, un país exótico en el ciclismo. Y al calor de la contrarreloj disputada, me viene a la memoria Laszlo Bodrogi, el único ciclista magiar destacado en el pelotón profesional. Era un extraordinario contrarrelojista, un gigantón de 1,90 al estilo de los contrarrelojistas de los noventa, que movían enormes desarrollos con las poderosas palancas de sus piernas, idóneos para recorridos llanos, como el de la puszta, la gran llanura húngara. Fue 10 veces campeón de Hungría contrarreloj y una vez subcampeón del mundo en la misma especialidad.

El país magiar es predominantemente plano, pero sus colinas han decidido las dos primeras etapas. Van der Poel aprovechó la de Visegrad para llevarse la primera, en un sprint exigente, como a él le gustan. Y ayer, en la crono de Budapest, tras ocho kilómetros llanos junto al Danubio, resultó decisiva la subida a la colina de Buda, con medio kilómetro de adoquines al 10 % de pendiente. La victoria del escalador Simon Yates constituyó una sorpresa relativa, porque es un alumno de la escuela del velódromo de Manchester, que llegó a ser campeón mundial de puntación en pista, lo que indica que también es un buen rodador. Se le ve muy fino, como cuando ganó la Vuelta. Le veo como el principal favorito, junto al resucitado Dumoulin, tercero. Landa estuvo bien, pero, como siempre, es impredecible. Pello Bilbao, con su pundonor y gran su visión de carrera, dará guerra y quizá pueda colarse entre los cinco primeros.

Hungría, un país sin tradición ciclista, no ofrece, más allá de Bodrogi, hazañas construidas por sus corredores o sobre sus rutas. Pero es un país cargando de historia, y al evocarlo, no puedo dejar de mencionar la que es mi novela favorita, El desertor, del húngaro Lajos Zilahy. No hay un libro, una obra mejor que ésta, para comprender el convulso periodo de la historia europea después de la I Guerra Mundial. Para comprender los nacionalismos centroeuropeos y el nacimiento de las nuevas naciones, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, tras la caída de los tres imperios, el ruso, el alemán, el austrohúngaro. Para comprender la revolución soviética húngara de Bela Kun, en 1919, y el internacionalismo antimilitarista de los bolcheviques, que les llevó al poder. Ese viejo internacionalismo pacifista perdido, y tan necesario en la actual escena de guerra, en el que veíamos a soldados abandonando sus armas, rebelándose, para no enfrentarse a sus hermanos de clase, desertando, como hace el protagonista de esta novela, István Komlóssy, tras la sanguinaria batalla del Piave, en los mismos Dolomitas que también recorrerá el Giro. Marchando a pie, como tantos miles de desertores, hasta su casa en Budapest. No hay ciclismo en esta novela, pero sí un ejemplo contra la guerra. Y además, es que yo todo lo imagino en bici. l

A rueda

En las grandes vueltas hay espacio para todo tipo de ciclismo, lucimiento para todos los corredores, los capitanes y los modestos, los guerrilleros