En la montaña, en su hábitat, en su territorio emocional, Nairo Quintana recuperó su mejor versión. O más bien lo que fue antes de que se le encogiera la valentía y optara por el cálculo como método para ascender a la gloria. El colombiano, un escalador fastuoso, rebajó su rebeldía y adoptó un perfil más cicatero, donde sus codos, -la imagen de Quintana pidiendo relevos gesticulando con el codo-, parecían su seña de identidad.

En la etapa definitiva del Tour de la Provenza, Quintana rompió con ese reflejo. "Esta victoria me hace feliz, veo que los resultados llegan", expuso Quintana, que dedicó el triunfo a la memoria del recientemente fallecido Manu Arrieta, el que fuera masajista de Miguel Indurain. El colombiano remitió a sus mejores días, a aquellos en los que no estaba pendiente de nadie, en los que prefería hablar de sí mismo. Protagonista. Quintana, valeroso, hilvanó un discurso estupendo con las piernas.

Con ellas talló la victoria en la carrera francesa, que conquistó en 2020. Dos años después, el ligero colombiano que aletea en las montañas y fluye en los abanicos planeando con el viento, se posó sobre el nido del triunfo, siempre reconfortante y curativo. A la sombra de Quintana ondearon en el podio final Julian Alaphilippe y el joven danés Mattias Skjelmose.

Quintana volteó en la ascensión a la Montagne de Lure (13.28 km al 6,59 % de desnivel), que comparte el corazón pétreo, de roca caliza, con el Mont Ventoux, una montaña hermanada, la carrera francesa. Se desató el colombiano para abrumar a Alaphilippe, al que asfixió con la corbata del plomo. El francés quiso atar a Quintana, pero el cóndor voló con fuerza y soltó las bridas.

Al coronel -Alphilippe fue condecorado como coronel honorífico del ejército de tierra la jornada anterior- le escribió Quintana. Le mandó una postal de despedida después de que compartieran un kilómetro unidos. Eso le duró a Quintana Alaphilippe, que disponía de un zurrón de medio minuto de ventaja al empezar el último día. Filippo Ganna, el pesado líder, el excelso contrarrelojista de los 88 kilos, tuvo que dimitir antes.

GANNA, DESCALIFICADO

Quintana se encrespó con furia, pero con la sutileza de su estilo de peso pluma con pegada de peso pesado, cuando restaban 4,4 kilómetros para someter el Lure. Reivindicó su nombre en una carretera estrecha, sin lujos y con la mirada de los pinos que soportan el invierno con la sonrisa acogedora del sol. Superado el covid semanas atrás, el colombiano, convencido, no titubeó. Al asalto. Alaphilippe no tardó en subirse a la propuesta de Quintana. El campeón del Mundo agitó la bicicleta y se descorchó para codearse con Quintana.

En el grupo, Ganna padeció los rigores de una subida exigente, más si cabe para su colosal figura. Un cambio ilegal de bicicleta, realizado en un punto fijo, le descalificó. El italiano, que empleó durante la etapa una bici con frenos de disco, optó por cambiarla mediada la subida. Se subió a una bici con frenos de zapatas, más ligera, lo que daba cierta ventaja. Le penalizaron los jueces.

El latigazo de Quintana, que no necesitaba ir más ligero, despertó a Sosa, que recogió a Alaphilippe, desfondado, vaciado por dentro, por el ímpetu de Quintana. El colombiano arrancó el retrovisor. Por detrás, Sosa también fue atrapado por el grupo de los destacados. El mejor, empero, crecía por delante, imparable. Un estirón de más de medio minuto le separaba del resto.

Nadie pudo rastrear a Quintana, que era un cañonazo. Olvidó su pasado reciente el colombiano, en trayectoria ascendente, elevado por las corrientes de la confianza y de su esencia, la de un escalador excelso. Impulsado por sus adentros, apuntó al cielo en la cumbre del Lure. Quintana vuelve a la cima.