donostia - Simon Yates es la gran revelación de la 101 edición del Giro. Se sabía de su talento, pero la sorpresa ha llegado con su solidez y la gestión que está realizando desde la azotea del liderato. Él contradice el sentir general, se justifica para quienes no depositaban confianza en sus posibilidades, al menos no tantas como la proyección que está haciendo de su ciclismo: “Me preparé a la perfección y llegué en un gran estado de forma. Así que para mí no está siendo una sorpresa”, dice.
Llamativo de Yates son sus formas. Su manera de interpretar la carrera. Nada acostumbrado a verse donde está, vestido de rosa y afincado como gran candidato a la victoria en Roma a tenor de su ventaja amasada, afronta la prueba desde un prisma ofensivo. Ha conquistado tres etapas, la tercera de ellas con una exhibición en Sappada disparado con un ataque lejano que no dejó a nadie indiferente. Más bien boquiabierto el pelotón. Ello una jornada después de ceder únicamente 7 segundos en el Zoncolan con respecto al ganador ese día, un Chris Froome que se entregó, por si no llegan mayores réditos, a un triunfo que decorase su discreta carrera desde el favoritismo como partía. “Me regalé un regalo de cumpleaños adelantado el día anterior (en Zoncolan) pero pagué el precio ayer (en Sappada), decía Froome, que si ganó por 7 segundos sobre Yates en Zoncolan, cedió 1:32 en Zoncolan, donde culminó Yates y edificó gran parte de sus opciones de campeón.
Cierto es que la valentía de Yates, aderezada sin lugar a dudas por su condición, está motivada por la consciencia de que aguardaba la etapa que hoy encara, la decimosexta del Giro, una contrarreloj entre Trento y Rovereto de 34,2 kilómetros que representa su gran amenaza para el maillot rosa; y antes de ellas, llegaba la tercera jornada, la de ayer. Es así porque en liza está Tom Dumoulin, campeón del mundo contra el crono, vigente campeón de la ronda italiana y afincado como inmediato perseguidor del británico, a 2:11 precisamente. El favorito durante el crepúsculo del Giro era Froome, pero el tetracampeón del Tour vivió una especie de premonición el día que reconocía la pasada crono de Jerusalén, cuando sufrió una caída. Este, más allá de su “experiencia increíble” por triunfar en el Zoncolan y por la que admite que ha cedido en la general, parece una versión rebajada de su gigantismo. “No me arrepiento de haberlo dado todo”, subraya. No obstante y a pesar de los 4:52 que cede respecto a Yates, mientras haya carrera habrá esperanza. Hoy, sin ir más lejos, podría pegar un bocado al tiempo que pierde con su compatriota. Y más adelante aparece el tríptico de montaña que definirá la clasificación.
Sobre Yates, dice Froome, no atisba flaquezas, pero “no me rendiré”, apostilla. “No veo esa debilidad tal como está ahora. Ha hecho días consecutivos difíciles, así que no veo que lo esté pasando mal, pero el tiempo lo dirá”.
Discurso similar presenta Dumoulin, derrotista -“Ahora mismo Yates está totalmente intratable. Es inalcanzable”-, criticando la falta de colaboración en Sappada, agua pasada: “(López, Pozzovivo, Carapaz, Pinot...) no colaboraron, me jodieron. La forma en que pudimos perder la carrera fue ridícula, parecía que ninguno tenía ambición”. Aunque Dumoulin es sabedor de que hoy tiene su gran oportunidad. Hoy los papeles se invierten. El holandés, hasta ahora a la espalda, emprende a una cacería de 34,2 kilómetros por territorio hostil para Yates, hoy sí, protagonista de un ejercicio de supervivencia. En el tiempo que ceda podrá estar su maglia rosa en Roma.