donostia - Se aplanó el perfil del Giro, que quedó como las narices chatas de los boxeadores que comen mucho, para meterse en un charco. La carrera italiana lleva atizando los rostros de los ciclistas varios días. El pelotón añoraba algo de terraceo con música chill out, pero la ensoñación, compartida, la estropeó la lluvia, que cayó a dolor en un día que olía a velocidad. El ecosistema del Giro ha desencajado del marco a Froome; le ha apagado la sonrisa a Chaves con el interruptor del día después y salvo el dichoso Simon Yates, el líder, todos llevan alguna de sus marcas a la espera del gran combate del Zoncolan. La mole se agitará mañana y las esperanzas de muchos se desprenderán ladera abajo. Cantos rodados. La ilusión de los días de paso y las piernas estiradas en las áreas de descanso, se desvanecieron entre un torrente de agua camino de Imola. La lluvia convirtió la parte final en una travesía a nado con oleaje y resaca suficiente como para asustar a Carapaz y Pozzovivo, a los que casi se llevó la corriente cuando la etapa emanaba olor a gasolina.
Siempre existe mar de fondo en el Giro. No hay remansos de paz. La Corsa rosa es una aventura oceánica, una odisea incluso en las jornadas que debería mecerse en la calma chicha. Siempre quedan sobresaltos, mares en los que naufragar y aguas turbulentas. También cuando espera el asfalto del Autódromo Enzo y Dino Ferrari, la cuna del automovilismo y de los coches que son sueños pintados en Rosso corsa. En ese santuario, Bennett fue el mejor piloto. Se hizo con la pole con una aceleración brutal, de esas que solo dejan el tufo a goma quemada y el humo como testigo. Detrás del esprint del irlandés, de su arrancada de bisonte en estampida, quedó el pasmo del resto de velocistas. Bennett estaba en el podio, recibiendo besos y flores, mientras los otros levantaron las cejas. Fue lo único que movieron ante el irlandés, que rugió feroz. Para el resto, silencio. “No quería que se me escapara otra etapa, así que decidí atacar pronto sin saber si podría aguantar o no. Sorprendí a algunos rivales con mi ataque final. Todo funcionó muy bien”, dijo el irlandés, que sumó su segundo triunfo tras vencer en Praia a Mare.
Chapoteaba el pelotón y nadaban los fugados, convertidos en clásicos de las escapadas: Frapporti, Maestri, Senni, Mosca y Zhupa. Italia a la carrera de no ser por Zhupa, un albanés que de tanto huir se le ha pegado el acento italiano. Aunque compartieron el mismo idioma, el del entusiasmo, no evitaron que el babel del pelotón les cortara la cháchara mientras el cielo se desplomaba de mala manera, en tromba, con saña. Las nubes gordas, repletas de agua, parieron. Descargaron su ira sobre un asfalto líquido, una sala de espejos deformantes que rompió Tim Wellens y su motor de gran cubicaje. El belga abrió gas para entrar en Imola derrapando en la primera vuelta, con el grupo enfilado, apenas cosido por hebras de hilo.
Se deshilachó en Tre Ponti, donde zozobró Wellens. Se alborotó la carrera. Asomaron Sergio Henao, Rohan Dennis, Ulissi y Betancur, al que se unió más tarde Mohoric. El colombiano y el esloveno trazaron hasta el circuito en busca de la pole position. Entonces arrancó el bólido Sam Bennett. Fue una salida fulgurante, meteórica. El irlandés, el velocista al que retrató Viviani en Israel, fue una bola de fuego. Cometa. Se destacó de tal modo que no hubo esprint. No al menos para él que, de tan sobrado, llegó escapado. Solo le faltó exhibirse haciendo un caballito y saludando al tendido. Miró para atrás para darle algo de emoción a una llegada que no la tuvo porque se la arrancó de cuajo, a puro galope. El irlandés bailaba bajo la lluvia a modo de un Gene Kelly que no se enroscaba en las farolas.
Victoria incontestable Podría haberlo hecho Bennett, que tuvo todo el tiempo del mundo en Imola, el templo del motor, el prado del Cavallino Rampante, un lugar que recuerda eternamente a Ayrton Senna, el dios del volante que no pudo esquivar la muerte. Viviani, el mejor velocista italiano de la carrera, no fue capaz de homenajear el escudo de la factoría de la velocidad. Ni tan siquiera participó en el festival. Perdió el rebufo en la primera pasada rasante por el circuito. Los esprinters que quedaron: Van Poppel, Bonifazio o Plancaert, enfundados en neoprenos, trataron de acudir a la volata. Era tarde. No había nada que discutir. No al menos el laurel y el champán. El número uno lucía en el carenado del portentoso Sam Bennett, que metió el turbo para saludar la bandera a cuadros. Tutto Bennett.