Omar Fraile sigue de caza
El santurtziarra derrota al sprint a Colbrelli y Rui Costa en el Tour de Romandía, que lidera Primoz Roglic
donostia - “Cuando a Omar una carrera se le mete entre ceja y ceja...”, suele decir Pello Bilbao cuando describe al santurziarra y su extraordinario olfato ganador. Esa frase del gernikarra ofrece la dimensión exacta de lo que es Fraile, un ciclista instintivo, apasionado, obstinado, espabilado, fuerte y con una puntería magnífica. Nada se le resiste a Fraile, un tipo que confía como ningún otro en sus posibilidades. Un hombre de fe. La suya. Tanto que fue capaz de noquear en el mismo asalto a Sonny Colbrelli, el velocista del Bahrain, y a Rui Costa, que fue campeón del mundo cuando era un Fraile a la portuguesa y sumaba victorias como las que engalanan al vizcaino, un ciclista que mantiene el idilio con el triunfo. “Sabía que Colbrelli era el mayor rival. Me puse a su rueda y empecé el sprint a falta de 300 metros. Fue una buena decisión. Lo había calculado en los pasos anteriores por meta. Tenía que arrancar ahí. Colbrelli iba un poco tufado porque el equipo le atacó con arrancadas y él tuvo que tapar huecos. Eso le fatigó y yo lo he aprovechado. En un sprint normal, Colbrelli me gana de cien, cien, pero el repecho me ha favorecido”, describió el santurtziarra, sonrisa de ganador la suya en Delémont, donde Roglic adquirió el liderato del Tour de Romandía.
En Suiza, Fraile pintó el día de azul celeste, el pantone del cielo, el del Astana, su equipo, como hiciera en las calles de Eibar durante la Itzulia. “Los compañeros lo han hecho perfecto y, en gran medida, les debo la victoria”, analizó Fraile. En su vitrina reposan dos laureles en lo que va de curso, brillante sol para Fraile. El vizcaino que maduró entre las madejas de mar y el salitre del remo, es un francotirador que ama el estrés y la adrenalina cuando monta en bicicleta. Ese hábitat le ofrece calma y sosiego. “Siempre he tenido punta de velocidad y es algo que tengo que explotar”, expone. Fraile posee el pulso firme y decidido de los cirujanos incluso en la locura de un sprint. En esos pasajes en los que se espesa el tiempo, convertido en una niebla, y todo transcurre con prisas, sin tiempo para pensar, Omar Fraile fue una computadora. Se anticipó al futuro. “Me fijé en los anteriores pasos por meta y tenía claro lo que tenía que hacer”, dijo. En un final con alguna isleta decorativa y que picaba hacia arriba, el vizcaino, voraz, optó por el minimalismo. Calculó de inmediato. Se calibró y se resguardó en la rueda de Colbrelli.
El italiano tensó el sprint. Fraile, el más listo de la clase, se metió en su zurrón. Había que tomarla al asalto. Bandera pirata. La de Fraile. “Cuando tienes la oportunidad, hay que ir a por ella, sin pensarlo”, analizó. Ese fue el cabo Cañaveral del vizcaino, que se disparó desde lejos. Eso derrotó a Colbrelli y arengó a Fraile, pleno de potencia, ensillado sobre una turbina con destino la gloria. El santurtziarra desató su caballaje y anuló a Colbrelli en dos actos. En el primero, le arrancó cualquier opción y le dejó sin esperanza. En el segundo capítulo le sentó como en esos regates maravillosos que obtienen por respuesta el asombro. “Los últimos 100 metros eran llanos y sabía que si le sacaba de rueda, después del esfuerzo, se sentaría”. Fraile subrayó su sprint al igual que los carteles de los circos ofrecen el mayor espectáculo del mundo jamás visto aunque no tengan ni carpa. Fraile fue el domador. Chasqueó el látigo y dejó sin mordida a Rui Costa, la fiera que ronroneaba a su espalda. Al portugués le limó los incisivos como lo hiciera el pasado curso en Bagno di Romagna durante el Giro de Italia. Aquel día supo que fue el principio. Fraile esperó su momento. De un tiempo a esta parte siempre es el suyo, como si se supiera un elegido, incluso en un sprint picudo. Al vizcaino le alcanzó con una arrancada furibunda para desmoralizar a Colbrelli y señalar el cielo con su embestida, la de los grandes depredadores.