Cap Fréhel. Jean-Marie Leblanc (27 de julio de 1944) fue director general del Tour desde 1989 hasta 2005. Lo fue, pues, en los años de Miguel Indurain, de Lance Armstrong y el caso Festina, que estuvo a punto de acabar con la carrera antes de su centenario. Nunca antes el Tour estuvo tan cerca de Euskadi como bajo su batuta. En 1992 la Grande Boucle salió de Donostia y en 2001, hace hoy diez años, cursó la invitación con la que Euskaltel-Euskadi llevaba soñando desde su creación.
Hace diez años, usted abrió la puerta del Tour a Euskaltel-Euskadi, ¿qué le convenció?
Entonces era un equipo joven pero bien construido que iba progresando año a año. Pero, además, presentaba la particularidad de estar compuesto en su mayoría por corredores vascos. Eso nos atraía porque sabíamos de la popularidad del ciclismo en el País Vasco. Y sí, creo que fue una buena razón para mostrarles nuestra simpatía e invitarles a correr el Tour. Ahora, visto con perspectiva, pienso que fue un acierto. Euskaltel nunca nos ha decepcionado, aunque es cierto que en aquel primer Tour -2001- los resultados de las primeras etapas no fueron espectaculares, más bien todo lo contrario. Parecía que no saldrían del bache, pero luego se rehicieron y en los Pirineos apareció la figura de Roberto Laiseka.
¿Alguna vez pensó que se había equivocado, que el Tour le venía grande a Euskaltel?
No. Al principio parecía que la carrera les sobrepasaba, pero Euskaltel siempre ha sido un verdadero equipo del Tour de Francia. ¿Por qué? Porque desde el principio tuvieron lo más importante para triunfar en esta carrera: el deseo de hacer bien las cosas y de aprender. Jamás olvidaré a Miguel Madariaga, su voluntad y ganas de saber. Al final, ha acabado por convertirse en un amigo.
¿Cuál ha sido el mejor momento de Euskaltel-Euskadi en el Tour?
La etapa de Laiseka en Luz Ardiden. Era el primer año, los Pirineos se volvieron naranjas de repente, y allí apareció Roberto, que, además, era la persona idónea para ese logro porque era el personaje típicamente vasco, ejemplar en su equipo. Recuerdo pocas victorias de etapa en las que el suspense y la simbología fueran tan intensos.
También ha habido decepciones.
Ninguna más grande que la de Iban Mayo en 2004, cuando venía a ganar el Tour. Fue una gran decepción porque Mayo llegaba radiante.
¿Qué le ha dado Euskaltel al Tour?
Mucha animación, mucha vida, sobre todo en las etapas de montaña. Todo lo que conlleva la marea de camisetas naranjas, un verdadero ejemplo de dimensión deportiva, social e identitaria de la afición con su equipo. Lo de los Pirineos era algo impresionante. Una vez, bajando el Tourmalet hasta me ofrecieron un vaso de txakoli.
¿Llegó a temer que la marea naranja se desbordase?
No, no. La afición vasca siempre ha sido ejemplar. Entiende de ciclismo. Aunque es cierto que pasaron algunas cosas. Nada grave. Me quedo más con la imagen de unión de todo un pueblo en torno a sus representantes, en este caso los ciclistas. En torno, también, a un deporte que los vascos adoran porque, quizás, simboliza los valores que han forjado su carácter: coraje, perseverancia, audacia, nobleza…
¿Qué le ha dado el Tour a Euskaltel?
Creo que el Tour, por la exigencia de profesionalismo que conllevaba tener que enfrentarse a los mejores equipos del mundo, le ha servido a Euskaltel para progresar. Llegó como un equipo de escaladores, casi como los colombianos, y al final han aprendido a moverse en todos los terrenos, incluso en las etapas llanas.
En 1992 usted llevó la salida del Tour a Euskadi, a Donostia.
En 1992, sí. Entonces el contexto era favorable. Madrid era capital cultural, Barcelona tenía los Juegos Olímpicos, Sevilla la Exposición Universal y, en cambio, el País Vasco nada. Había que hacer algo por reparar esa injusticia y el Tour lo hizo.
¿Volverá el Tour a salir de Euskadi?
Francamente, no sé nada sobre eso porque ya no estoy metido en ello.
Dejó la dirección del Tour en 2005, ¿qué hace ahora?
Cuando lo dejé volví a mi pueblo del norte de Francia, Nueil-Sur Argent, donde he encontrado mi sitio. Tengo responsabilidades en la vida pública al servicio de mi región, me ocupa tiempo la música, la presidencia de una radio local... pero ya lo hago todo sin el ruido y el estrés que me perseguía en el Tour. No sigo mucho la actualidad ciclista, pero continúo aportando a través de su historia, su memoria y su patrimonio como presidente de una asociación de ciclismo con 800 personas adheridas y una revista que habla de los antiguos ciclistas. Pero eso sí, cada año voy a saludar al Tour en alguna etapa.
Cuando se marchó dijo que estaba cansado de tantos años difíciles en los que casi estaba obligado permanentemente a defenderse de los periodistas que solamente preguntaban sobre dopaje. ¿Se ha recuperado de ese agotamiento?
Es verdad que me sentía un poco cansado porque vivía en un ambiente suspicaz a causa del dopaje. Esto no cesó bajo la dirección de Prudhomme, por desgracia. Pero guardo la esperanza de que el ciclismo vuelva a un cauce más ético y sereno.
Usted fue ciclista, periodista, director del Tour y ahora vive el ciclismo desde una posición más periférica. ¿Desde dónde se ve mejor el Tour?
No desde el sillín de la bicicleta, eso te lo puedo asegurar. El ciclismo es demasiado duro. Los otros dos oficios sí me aportaron satisfacciones, particularmente el de director del Tour. Es por la responsabilidad tan enorme que tienes, el peso. Hay que asumir todo tipo de problemas. La presión es grande, pero al mismo tiempo tener la posibilidad de dirigir el Tour es una magnífica motivación.
¿El Tour estuvo a punto de morir en 1998?
Tuve muchas dificultades por devolver el Tour a París. Los disgustos mediáticos del asunto Festina o problemas de dopaje dañaron la vida del Tour deportiva y económicamente. Pero, a pesar de ello, nos dimos cuenta de lo grande que era el Tour porque el público no lo abandonaba. Seguía ahí, en la cuneta, esperando ver a los ciclistas. Mira lo que sucedió en Francia, desde Hinault en 1985 ningún campeón francés ha ganado el Tour, y, sin embargo, la gente seguía allí: venían a saludar a los buenos viejos corredores del Tour.
¿Significa eso que el Tour nunca morirá?
No puedo predecir el futuro.
Su esencia, la épica, aquellos ciclistas heroicos, ¿se ha perdido eso?
Es lo que pide el modernismo. Es algo válido en todos los aspectos, pero sin embargo me reitero en que la afición está siempre allí. Me gusta mucho la historia y la nostalgia del Tour, pero no podemos vivir eternamente de aquello.
Hablando de nostalgia, usted corrió con Anquetil, escribió de Merckx e Hinault y dirigió todos los Tours de Indurain y Armstrong. ¿Quién le impactó más?
Todos ellos me impresionaron: Merckx e Hinault por su brillantez, Anquetil e Indurain por su elegancia sobre la bicicleta, su inteligencia durante la carrera, basada en su superioridad en contrarreloj; Armstrong por su lección formidable de voluntad después de su enfermedad y su carácter de hierro.
En el ciclismo y en el Tour reina ahora Contador. ¿Le conoce bien? ¿Cree que forma parte de esa estirpe de campeones?
No, no le conozco, lo que le he visto en la tele. Pero creo que tiene la raza de los grandes corredores de la historia del Tour.
¿Es bueno que esté en el Tour?
Creo que sí, ya que los reglamentos no se lo impiden.
Al principio le silbaron y le abuchearon. ¿Esperaba ese recibimiento?
No estaba seguro de que ocurriera, pero sabía que si ocurría sería esporádico. Una vez que empieza la carrera, son los hombres quienes compiten, no los medios informativos…
La afición francesa se decantó el año pasado por Andy. ¿Tiene usted su favorito?
Andy Schleck es un bello corredor, un chico amable, y a los franceses les gusta mucho, incluido a mí. Pero no tengo favorito y veré el Tour como aficionado de la bici, no como partidario de uno u otro corredor.