El nombre de esta montaña pirenaica donde terminó la etapa suena como un grito de guerra, y así debe sentirse en el pelotón, pues ha sido, en las pocas veces que se ha ascendido en el Tour, escenario de grandes batallas. Una montaña decisiva para la prueba y donde los campeones han querido dejar su sello.
El primero, Miguel Indurain, en 1994, cuando se inauguró esa subida, con una actuación soberbia, que cerró la boca a todos aquellos que dudaban de su eficacia escalando. Impuso un tren frenético que dejó KO al mismísimo Pantani, que acababa de iniciar su fulgurante carrera. Siguió el danés Bjarne Riis, en 1996, robándole el sexto Tour a Indurain. La escalada de Riis fue tan soberbia que aún mantiene el récord de la subida, medio minuto mejor que la de ayer de Pogacar.
Aunque Riis iba dopado, como él mismo confesó años después, sin que hubiera dado positivo en ningún control. Parece que su conciencia calvinista no le permitía vivir con la mentira, y escribió una carta a la organización del Tour explicándolo todo, adjuntando un paquete en el que les devolvía el maillot amarillo ganado en París. Poco consuelo para Indurain. De aquella subida guardo una anécdota. Indurain, cuando ya llevaba un rato subiendo, se acercó al coche del equipo para decir a su director: “¡Riis va en plato grande!”. No daba crédito a lo que veía. A pesar de su confesión, ese Tour permanece en manos de Riis en el palmarés oficial del Tour. Algo difícilmente comprensible cuando por lo mismo se han eliminado del palmarés todos los triunfos de Armstrong, igualmente dopado según su propia confesión, sin control positivo alguno.
Armstrong protagonizó, en el año 2000, otra ascensión clave, cimentando allí su segundo triunfo en la ronda francesa, certificando que el primero, que resultó sorprendente tras su convalecencia del cáncer, no era ninguna casualidad. Fue Pantani, ya con una vida deportiva y personal muy desordenada y conflictiva, quien pagó el pato de la exhibición de Armstrong, que lo sepultó allí definitivamente, cuando el escalador italiano se presentaba en el Tour como un resucitado. Lo envió de nuevo a las tinieblas de la indeterminación y las dudas. Y fue decisivo en el primer Tour en el que Vingegaard derrotó a Pogacar, tras una magistral subida de Van Aert, que puso un ritmo infernal, que el danés remató sin que Pogacar pudiera seguirle. Lo contrario justo que ayer.
Tour sentenciado
La etapa de ayer terminó con un patrón similar, pero con los maillots cambiados. Narváez, el compañero ecuatoriano de Pogacar, puso un ritmo tremendo que precedió a un ataque explosivo del esloveno. Vingegaard se dio cuenta enseguida de que no tenía piernas para seguirle. Le aguantó a cien metros, a la vista, durante medio kilómetro y luego ya se abrió un abismo entre ambos, que terminó siendo de más de dos minutos en la cima. El calor, que parece que no afectó a las piernas de Pogacar, fue un factor demoledor que dejó sin energía a muchos ciclistas, vacíos, que perdieron auténticas minutadas, como en otros tiempos, dejando una clasificación con enormes diferencias. El Tour ya está sentenciado. La única lucha que queda es la del podio, pero no sólo por el tercer puesto. También por el segundo, porque entre Vingegaard y Evenepoel media poco más de un minuto, y es probable que la impotencia que sentirá el danés al no poder plantar cara al esloveno, pese a su exhaustiva preparación, pueda pasarle factura y cejar en su perseverancia, abandonarse.
Pensaba que el irlandés Healy iba a resistir más y mejor, pero me equivoqué, ni la letra de la canción de Rudimental que le incitaba a no ceder bastaron. En esa lucha por el podio sale fortalecido, a mi modo de ver, el belga Evenepoel, porque, a pesar de quedarse en el primer puerto, el Soulor, a sesenta kilómetros de meta, supo resistir, sin equipo, hacer una gran persecución en el siguiente puerto, enlazar antes de comenzar Hautacam, y, a pesar de ese enorme desgaste, fue de los mejores arriba. Mantuvo su tercer puesto y hoy tiene una contrarreloj, que es su especialidad, aunque sea en escalada.
Armstrong
En aquella edición del año 2000, en la que Armstrong logró su segundo Tour, el americano no se impuso en la etapa, en la cima de Hautacam. Lo hizo el vizcaino de Barakaldo Javier Otxoa. Un triunfo agónico, muy sufrido, escapado antes de la subida, resistió los embates de Armstrong, que se le acercaba metro a metro. Sin embargo, ése no fue el mayor éxito de su vida, éste fue la recuperación de un grave atropello que sufrió en una carretera de Málaga, mientras se entrenaba junto a su hermano gemelo Ricardo. Ricardo murió al instante arrollado por el coche, y Javier sufrió una parálisis cerebral como consecuencia del accidente. Tras una complicada y esforzada rehabilitación, Javier volvió a competir en el deporte que amaba, en las categorías paralímpicas, ganando cuatro medallas en los Juegos Paralímpicos, proclamándose campeón de ruta en las Olimpiadas de Atenas de 2014, y obteniendo el oro en la contrarreloj de los Juegos Paralímpicos de Pekín de 2008, donde ganó, además, dos platas en otras dos categorías de ciclismo en ruta. Lamentablemente su salud quedó muy afectada por aquel atropello y falleció en 2018. Vaya esto en su memoria.