Donostia. “O, col Bayard, O, Tourmalet (...) à côté du Galibier vous êtes de la pâle et vulgaire bibine” (Oh, col Bayard, Oh, Tourmalet (...) junto al Galibier es una bebida ligera y vulgar). Así dio a conocer Henri Desgrange, editor de la revista L’Auto y uno de los fundadores del Tour de Francia, la que se ha convertido en una de las cimas más míticas de la ronda gala, el Galibier. Ciclista apasionado y periodista de profesión, el francés comparó en una editorial el puerto con dos de los pilares por los que la carrera transcurrió en 1910. Desgrange, con la idea de hacer un Tour mejor, más atractivo, decidió llevar la carrera a los Alpes. Era 1911. Ahora, 100 años después, la carrera rinde homenaje a uno de sus techos.
Después de que en la octava edición del Tour la novedad fuese el ascenso a los Pirineos, un año después, con la idea de expandir la carrera por otros lugares de Francia, Desgrange, enamorado por la belleza y la exigencia de los Alpes, decidió que había que pasar por ellos. De entre las montañas que se elevan en el sureste del país, zona fronteriza con Italia y Suiza, el Galibier es el que más veces se ha subido, el más antiguo. Desde que en 1911 se coronase por primera vez, el puerto ha registrado un total de 57 pasos por su alto.
Dos son las formas de llegar a lo alto del Galibier, la primera, la más exigente, es la que atraviesa el Telegraphe, con rampas de 18,1 km. al 6,9%. La otra vertiente, a la que se accede después de subir a Lautaret, tiene una menor longitud, 8,5 km., y el mismo desnivel.
Por sus rampas de tierra apisonada, cargados con víveres para sobrevivir a las maratonianas etapas de las primeras ediciones del Tour, los ciclistas, que más que corredores eran aventureros en busca de nuevos retos, se acercaban al cielo, a los altares del Olimpo.
El primer ciclista en coronar el mítico puerto fue Emile Georget, todo un héroe que, para sorpresa de los organizadores, llegó a lo más alto sin poner ni una sola vez pie en tierra. Era un 11 de julio, época propicia para alcanzar la cima, inaccesible durante gran parte del año debido a la nieve. El esfuerzo ciclópeo del francés, tuvo una recompensa más allá de convertirle en el primer corredor en escribir su nombre en lo alto del Galibier: 50 francos y el triunfo de etapa.
Ese mismo día, al término de los 366 km. que separaban Chamonix de Grenoble, Gustave Garrigou, vencedor final de aquella edición del Tour, se dirigió a los organizadores de manera airada: “Sois unos bandidos”. Sus palabras encontraron respuesta en otros corredores, como Eugène Christophe, que señaló que “esto no es un deporte, esto no es una carrera, esto es un trabajo forzado”. Razón no le faltaba al galo en su queja, ya que las etapas daban comienzo a las tres de la madrugada y las condiciones no eran las mejores para tan ardua tarea.
EL PRIMER PERCANCE. Los complicados descensos, por caminos sinuosos sin asfaltar, se cobraron la primera víctima mortal del Tour de Francia en una de las laderas del Galibier. También un 11 de julio, pero 25 años después del primer paso por el Galibier, una grave caída de Francisco Cepeda (Sopuerta, 1906) durante el descenso del mítico puerto acabó con la vida del vizcaino tres días después en un hospital de Grenoble, por el que nada se pudo hacer.
Aunque las circunstancias de la caída de El Negro todavía son una incógnita, todo hace indicar que el tubular de la rueda delantera se separó de la llanta, haciendo caer al ciclista de manera irremediable contra la gravilla. Ágil escalador, en 1930 se convirtió en el primer vasco en llegar a París. Su afán por la aventura, sin nadie que le acompañase en el Tour, llamó la atención de Desgrange, quien le invitó durante cinco años de manera consecutiva hasta que en su sexta participación, en 1935, perdió la vida. Otras de las historias a las que el Tour no ha encontrado respuesta, puesto que existen diferentes versiones, fue lo que sucedió en la ascensión al Galibier en el año 52. Dos italianos, dos ganadores natos, de personalidad muy distinta. Delante, Fausto Coppi, maillot celeste de la Bianchi, ganador final de la clasificación general. Detrás, Gino Bartali, de verde, de la Legnano. Ambos agarrando una botella de agua, un bien más que preciado en una ascensión como aquella.
Hoy, cuando han pasado ya 59 años de aquella imagen, fotografiada por Carlo Martini para la Gazzeta dello Sport, todavía sigue sin descifrarse quién ayudó a quién. Si fue Coppi, que agarraba la parte de arriba, o fue Bartali, que sostenía la de abajo. Un misterio que perdurará en el tiempo. En la época moderna, en 1998, en el Tour del caso Festina, con la carrera llegando a su fin, con ganas de que esta terminase por todo lo acontecido, una pequeña figura, de cabeza rapada, hizo volver a creer en el ciclismo, en el espectáculo. Su nombre era Marco Pantani, El Pirata. En un día de perros, de intensa lluvia, con bruma en el Galibier, el ágil escalador, que parecía tener alas, saltó del grupo en el Telegraphe, siguiendo al Chava. Ullrich, vencedor de la general de la ronda gala en 1997, se mostró incapaz de seguir a Pantani. Era un lunes, un 27 de julio. Perdió el Tour entre la niebla, entre la desesperación que le incapacitaba para pedalear a buen ritmo. El alemán coronó la cima a poco más de cuatro minutos del italiano. Una distancia insalvable que fue en aumento camino a Les Deux Alpes.
EZQUERRA Y ARRIETA La historia del Galibier, puerto que se ha coronado en 57 ocasiones, tiene hueco para dos ciclistas vascos. El primero fue Federico Ezquerra, vizcaino, que tuvo un debut soñado en el Tour. Fue en 1934 y logró algo con lo que muchos corredores habían soñado, coronar en solitario el mítico puerto. Aunque fue alcanzado después por el francés René Vietto, su sacrificio recibió los elogios de la prensa francesa. Dos años más tarde, volvió a repetir la gesta de alcanzar en solitario el Galibier, aunque nuevamente se quedó sin el tan ansiado triunfo de etapa que perseguía.
Más recientemente, 1999, el navarro José Luis Arrieta siguió los pasos del vizcaino. Tras marcharse del pelotón en un grupo de cinco integrantes, se quedó solo en la ascensión al Galibier desde el Telegraphe. En el mismo lugar donde tuvo que abandonar en la edición anterior, sacó fuerzas de flaqueza y coronó en solitario. “Fue como escalar un ochomil”, escribió para El País. Llegó al techo del Tour en solitario, pero su objetivo no era la victoria de etapa, sino ayudar a sus compañeros de equipo. Eso sí, obtuvo su premio, 500.000 pesetas. Una recompensa por haber sido el primero en alcanzar la cima del Galibier junto a la estatua que rinde homenaje a Henri Gesgrange. Este año, el Tour rendirá homenaje a Marco Pantani, a quien colocarán un monumento en la cima, un motivo más, aparte del premio que se otorga en memoria de Desgrange, para tratar de llegar en solitario al Galibier, el techo de la mejor carrera del mundo.