El endecasílabo de los Alpes perdió al Mont Ventoux, que es un verso suelto, un radical libre, enajenante. Es de la misma familia geológica de la cordillera alpina, pero no se abraza, como si estuviera enfadado.

La montaña pelada es un asterisco, una nota al pie de página que trata de explicarse a sí mismo en la Provenza, donde se eleva como un gigante hostil, por encima de los 1.900 metros (15,6 kilómetros al 8,7%), pellizcando el cielo con una antena de la estación meteorológica que le ensalza el perfil, la nariz respingona.

El Ventoux es un montaña fascinante por su singularidad, por esa ladera de aspecto lunar, donde uno puede esperar el descenso desde el Apolo 11 de Neil Armstrong, el astronauta que pisó la Luna y dejó una frase para la Historia. “Este es un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.

Otro astronauta, casco blanco, traje espacial amarillo y bici negra, levita en el Mont Ventoux dejando actuaciones para la eternidad. Tadej Pogacar, un nombre para la historia del ciclismo y de la era espacial. El esloveno flota en su viaje cósmico hacia la galaxia de su cuarto Tour. Mesiánica su ascensión, derribó otro récord.

En el gigante de la Provenza, donde Valentin Paret-Peintre se impuso a Ben Healy al esprint desde la ruleta de la fuga, el líder sometió otra vez a Jonas Vingegaard, que buscó una grieta en Pogacar. El esloveno no tiene poros ni ángulos muertos en su armadura de oro.

Valentin Paret-Peintre festeja la victoria en el Mont Ventoux. Efe

Enhebró todos lo intentos del danés y le remató con el reprís de siempre en la cima. Vingegaard se rebeló en cuatro actos y en todos ellos le negó el esloveno, que se pasea por el Tour ajeno a las leyes de la naturaleza, del sufrimiento y de la gravedad.

Completó la subida sentado, a modo de una estatua, en otra de sus actuaciones asombrosas en las que no se detecta ni una brizna de sufrimiento.

Esprintó al final, tal vez por la prisas de abrazar a su chica, Urska Zigart, que le esperaba en la cumbre con el uniforme ciclista porque el Tour femenino arranca el sábado y la eslovena compite. A un instante del abrazo y el beso de la pareja, apareció Vingegaard, que se entregó hasta los estertores. Ni con esas le alcanza para arañar al líder.

"Ha atacado varias veces, pero sentía que podía seguir su rueda sin forzar demasiado. Era mejor no atacar porque nos arriesgábamos a su contraataque, era mejor ser prudente. He atacado una vez, pero he pensado que era mejor mantener el ritmo, controlar la carrera", apuntó el esloveno.

El Tour es un documental a mayor gloria del esloveno, que dicta su fabuloso relato. Una hagiografía. Zarandea el esloveno el Tour a su gusto, sin más oponente que él mismo. Cerrado el apasionante episodio del Mont Ventoux, dispone de una renta de 4:15 sobre Vingegaard y de 9:03 respecto a Lipowitz. Solo a la espera de la ceremonia del podio se le vio algo taciturno y sombreado.

La jornada también dejó el comportamiento soberbio e impresentable de Nils Politt, uno de los braceros de Pogacar. El alemán abroncó a varios corredores porque a él no le interesaba su manera de competir como si su equipo fuera el dueño del Tour. El espectáculo fue poco edificante y señala al alemán.

La muerte de Simpson

En el Mont Ventoux, las rachas de viento que lo azotan, que le han rasurado la vegetación, que lo han deforestado, suelo rocoso, tierra yerma, no ha borrado la memoria de la fatalidad. Los dramas perduran más que la gloria. Se recuerda el 13 de julio de 1967.

En una placa al lado de la carretera, la lápida de Tom Simpson, muerto por el consumo de anfetaminas. Varios botes semivacíos se hallaron en el bolsillo del maillot. Entre las paredes inhóspitas del Mont Ventoux, el británico, ciego, a punto del colapso, comenzó a zigzaguear.

El ciclista prosiguió su agonía pero acabó cayendo al suelo, exhausto. Sus ayudantes le socorrieron rápidamente pero él se lo impidió. “¡Subidme a la bicicleta!”, exhaló. Así continuó 500 metros. Hasta el desplome, inconsciente. El inglés murió por una insuficiencia cardíaca acelerada por el consumo de anfetaminas. El dopaje salvaje.

Desmayo de Johannessen

El inclemente Ventoux también tumbó a Tobias Halland Johannessen, que se desmayó nada más hollar la cumbre. Fue atendido de inmediato y se le aplicó oxígeno. Recuperada la consciencia, fue trasladado a un hospital que se le realizaran más pruebas.

Tour de Francia


Decimosexta etapa

1. Val. Paret-Peintre (Soudal) 4h03:19

2. Ben Healy (Education First) m.t.

3. Santiago Buitrago (Bahrain) a 4’’

4. Ilan van Wilder (Soudal) a 14’’

5. Tadej Pogacar (UAE) a 43’’

6. Jonas Vingegaard (Visma) a 45’’

7. Enric Mas (Movistar) a 53’’

8. Julian Alaphilippe (Tudor) a 1:17

16. Alex Aranburu (Cofidis) a 3:27

55. Ion Izagirre (Cofidis) a 17:21



General

1. Tadej Pogacar (UAE) 58h24:46 

2. Jonas Vingegaard (Visma) a 4:15

3. Florian Lipowitz (Red Bull) a 9:03

4. Oscar Onley (Picnic) a 11:04

5. Primoz Roglic (Red Bull) a 11:42

6. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 13:20

7. Felix Gall (Decathlon) a 14:50

8. Tobias Johannessen (Uno-X) a 17:01

74. Alex Aranburu (Cofidis) a 2h33:52

75. Ion Izagirre (Cofidis) a 2h34:59

La aproximación al gigante de la Provenza era una rampa de despegue kilométrica, alimentada por el acelerante de una fuga con una treintena de dorsales, de la que nacieron los opositores al triunfo de etapa con Paret-Peintre, Healy, Buitrago, Enric Mas, Van Wilder..., interpelados por la montaña que es foresta bochornosa, que hornea los pulmones, hasta hacerlos arena.

Valiente Enric Mas

Festoneada la carretera por el gentío, lanzando en masa hasta construir muros humanos de ánimo, algarabía y ruido, Enric Mas, valiente, lanzó su apuesta desde el portal de la montaña en un movimiento de arrojo y personalidad. El aire no era capaz de colarse entre los árboles y la argamasa de los aficionados.

En pie, Mas, al fin el orgullo ondeando, Arensman, el hombre que derrotó Superbagnères, y Alaphilippe, el icono galo, abrían el cortejo. El mallorquín alzó la voz. Arensman y Alaphilippe enmudecieron en un montaña que pasa del jolgorio al silencio a medida que toma altura, que los árboles se baten en retirada.

Paret-Peintre y Healy, durante la ascensión. Efe

A cielo abierto, se desploma el peso de la montaña, que liquida la vida, la deshilacha. Ben Healy, Paret-Peintre y Santiago Buitrago rastreaban a Mas en una subida atroz, infinita. El irlandés, bravo, descamisado, tocó el hombro de Mas, apurado, ajusticiado al sol, implacable el Mont Ventoux, una montaña indescifrable.

Vingegaard, con todo

El Visma enfiló a los patricios en la letanía. Kuss pastoreaba el grupo, encolados Pogacar, el amarillo soleado, y Vingegaard, el hombre que no pierde la esperanza. Lipowitz seguía con ellos. También Roglic. El líder contaba con Adam Yates, el ciclista que sube de puntillas.

Vingegaard se lanzó al abismo de lo desconocido, agitados los adentros para tratar de descubrir una grieta en Pogacar. El líder es pura vida. El esloveno cauterizó el desgarro sentado, elevando una ceja, con ese punto de condescendencia que ha incorporado en el Tour. Benoot, presente en la fuga primigenia, aguardó la llegada de Vingegaard para impulsarle.

El danés lanzó otra llamarada pero Pogacar ni sufre ni padece. El esloveno, piel ignífuga, continuó silbando. Hamacado en su apabullante superioridad. Campenaerts, otro baliza de Vingegaard, quitó algo de viento a su líder, que despegó de nuevo. Otra vez el esloveno le esposó sin alterarse.

Pogacar se erizó un peldaño después con furia. El danés esprintó y pudo encolarle. Por delante, Paret-Peintre festejaba la victoria en el mano a mano con Healy. En otro esprint, el líder sometió a Vingegaard, al que le falta vuelo ante el esloveno mágico. Es un ser sin límites. Ingrávido Pogacar.