ETAPA

P. Gilbert (Omega P. Lotto)4h.06:12

Joaquín Rodríguez (Katusha)a 3""

Igor Anton (Euskaltel-Euskadi)a 13""

GENERAL

P. Gilbert (Omega Lotto) 8h.55:56

Joaquim Rodríguez (Katusha)a 14""

Kanstantin Sivtsov (Columbia)a 22""

La etapa de hoy: Málaga-Valdepeñas de Jaén

Málaga. Lo que ocurrió en la subida al cerro de Gibralfaro, 1,8 kilómetros, no una pared pero sí algo serio, suficiente como para hacer tambalearse a los más débiles, destapar sus carencias, lo resumió Joaquim Rodríguez: "Se me ha ido en una curva de esas cerradas, me ha sacado unos metros y ya no he podido cogerle". Tan simple.

Purito hablaba de Philippe Gilbert y de la ratonera subida al castillo, quebrada como una serpiente, donde el valón, un ciclista de los que enamoran, de los que atacan más que ganan aunque en su palmarés, 28 años, mucho ciclismo en las piernas, figuren un Giro de Lombardía y una Amstel Gold Race, la del pasado abril, reventó a un pelotón asfixiado en el horno del puerto del León. Sobre las seis de la tarde, el calor insoportable, la sombra de los pinares de Gibralfaro como único refugio en el agosto del siesteo, la tapita y el anisado para rematar la modorra, Gilbert levantaba los brazos sudados a un cielo limpio y azul. Pero ganar, lo que se dice ganar, había ganado mucho antes, cuando ni el aire quemaba ni el sol mordía. Cuando la mayoría de los ciclistas de la Vuelta deambulaban por los pasillos del hotel sin saber qué hacer, aburridos, hartos de la luz andaluza, de las mañanas vacías, de las eternas esperas hasta que, al mediodía, sale al fin la etapa y más aprieta el calor. Y mientras, Gilbert, recién casado -entre la Clásica de Donostia y la de Hamburgo-, huía del sopor, montaba en el coche del equipo y subía hasta Gibralfaro con los ojos bien abiertos, archivando las sombras y las rampas retadoras. Ya había ganado cuando volvió al hotel, comió algo y se marchó a la salida.

De Marbella a Málaga no hay nada. Apenas 40 kilómetros por la autovía que son un espanto. La costa del ladrillo. El santuario de la construcción. La destrucción. Evitando el mar y mirando al interior, como hizo ayer la Vuelta, el paisaje tiene su encanto. Es un terreno abrupto, poco amable. Un muro frente al mar. El primero, el puerto de Ojén. Tempranero en la etapa. En frío, podría decirse, si no fuera porque se pedalea por el agosto andaluz y el mercurio hierve. Al infierno le echaron leña los ciclistas. "Se ha ido a mil. No ha habido descanso", se sorprendía Eusebio Unzue. De las brasas salieron resueltos siete ciclistas. Ramírez Abeja, Biel Kadri, Jelle Vanendert, Nike Terpstra, Mickael Cherel, Serafín Martínez y Egoi Martínez. Cogieron vuelo. Casi diez minutos. El límite del pánico.

En la Vuelta de la indefinición, ¿quién es el favorito?, ¿quién asume tamaño peso? Saxo Bank, el equipo de los Schleck, tuvo menos sangre fría que nadie y puso a alguno de sus peones a tirar. La diferencia cayó con estrépito antes del asalto al puerto del León. El primer zarpazo hizo daño.

Caen Intxausti y Andy Más que a nadie a Beñat Intxausti, la perla de Euskaltel que en 2011 emigra al Movistar, que camino de Marbella, el domingo, el calor le hizo un nudo en la garganta, le oprimió los pulmones y le atornillo al asfalto. Sufrió pero salvó el día. Mal asunto. Ayer, el golpe del fuego acabó por tumbarle. Fue temprano. Apenas comenzada la subida. Apretó el Liquigas de Nibali y la asfixia se adueñó del zornotzarra, débiles las piernas, agitado el pulso, vacía la mirada. Entre pinos y trozos de roca vio marcharse al pelotón. Enfilado. Rapidísimo. Más que sus deseos. Mucho más. Sufriendo y aprendiendo, le diría Samuel al muchacho.

Demasiado ritmo también para Andy Schleck, el segundo del Tour, que como si no encontrase divertido exprimirse en ausencia de Contador, levantó el pie, se echó agua por el cogote y dejó la Vuelta del Saxo Bank en manos de su hermano Frank, malhumorado tras su caída en el Tour.

En el puerto del León sufrió también Gilbert, predestinado a ganar. Limitado en la escalada, obró con inteligencia, dejó el corazón al límite de su umbral a tres kilómetros de la cima, contemporizó, tomó algo de aire, se quedó a treinta segundos y se lanzó en el descenso para, entre coches, enlazar y buscar el abrigo sanador del pelotón. Allí se quedó. Quieto. Afilando el cuchillo.

Desde las montañas por las que se deslizaron los ojos de Pablo Picasso, malagueño, verano de 1896, hasta la ciudad, el mar, la brisa fresca, la mirada salina de los pescadores que también retrató el artista cuando era niño prodigio. Queda de aquella época, por ejemplo, el retrato de Manuel Salmerón Castellano, El viejo pescador, la frente arrugada, la cabeza despoblada, la barba cana y desaliñada, la blusa desgarrada, las manos bajo la pantorrilla, y perdida en el suelo, mustia, la mirada azul clarísima de los hombres de la mar. Tan azul, tan clara, como la de Gilbert, oculta tras las lentes, llena de imágenes, de curvas cerradas, de pasillos estrechos, de repechos que subían hasta una atalaya. Los dos kilómetros de la acuarela de Gibralfaro.

Allí, un giro brusco a la izquierda, llegó con poco tiempo y menos aire Serafín Martínez, único de los siete fugados que sobrevivió al pelotón y que pensó por un momento, a cinco de meta, más de un minuto de ventaja, que podría ganar. Se convenció de lo contrario en la estrechez de Gibralfaro, cuando el pelotón le aplastó de una manera inmisericorde. Tiró a muerte, primero, el Omega de Gilbert. Y el Liquigas de Nibali. Y el propio Nibali, explosivo, el ciclista que ha devuelto la fe a Italia, después. El pelotón empezó a crujir. Una herradura cerradísima, un salida de fuego y una rampa considerable aplacaron a Nibali. No lo conocía. No había madrugado. Gilbert, sí. "Era como el Cauberg -la cima donde acaba la Amstel-, pero algo más largo". Por eso esperó. Hasta el cartel de 700 metros, que fueron bestiales. Sólo Purito, fuerte pero descolocado, aguantó lo suficiente para inquietarle. Le sobraron tres segundos al valón, que además se vistió de líder. A 13 entró Anton. La pinta, estupenda, como nunca; la cautela, la de siempre. "No hay que emocionarse, lo importante era no fallar, sentirse bien y seguir luchando por una etapa, que la general ya se verá", dijo. A 15 segundos llegó Nibali, destrozado. A 18, Menchov. A 19, Mosquera, Arroyo, Frank Schleck y Plaza. A 25, Luis León. Y a 30, Sastre, más viejo y diesel que sus rivales. Esos jóvenes diablos.