HACE 57 años Holanda se ahogó. Cayó el diluvio y el Mar del Norte, embravecido, se subió a la tierra. 200.000 hectáreas de terreno quedaron bajo el agua, 100.000 personas tuvieron que ser evacuadas y 1.835 perecieron. El Gran Dique de Oosterschelde, una obra mastodóntica, tres kilómetros de cemento, 66 pilares de 50 metros de altura, 62 compuertas, 10 años de trabajo para levantarla, se convirtió en la gran muralla para frenar las acometidas del mar. No fue la única. En Rotterdam, donde se desperezó ayer el Tour, la barrera de Maeslant monta guardia en la bocana del puerto. Y a Lance Armstrong, que corre su último Tour porque se lo ha pedido su hijo Luke, que quiere un padre normal que le lleve al parque, al colegio, o a comer hamburguesas los domingos después de ver el béisbol, un padre, vamos, que esté en casa, le gustaría contar con un dique como el de Oosterschelde, o como el de Maeslant, en su defecto, para tapar la boca a Floyd Landis, su cainita ex amigo, que escupe historias frenéticas sobre sexo, drogas y bicicletas. La versión ciclista de los excesos de los Rolling Stones.
Vuelve a diluviar sobre el ciclismo, sobre el Tour, sobre Armstrong. Llueve mierda. "Es el sensacionalismo mediocre de antes de cada Tour", dijo el norteamericano al leer ayer por la mañana la segunda entrega de las confesiones de Landis en las páginas del Wall Street Journal, en las que amplía los detalles sobre sus prácticas de dopaje durante su militancia en el US Postal y el Phonak.
Landis, que en una entrevista anterior en espn.com justificó la confesión en la necesidad de limpiar su conciencia y dejar de ser parte del problema, recordó lo que ya había revelado anteriormente. Su conversación con Johan Bruyneel, en la que el director belga le habla por primera vez del doctor Ferrari y la metodología de las transfusiones sanguíneas, de los parches de testosterona que Armstrong le va a proporcionar; el viaje en el helicóptero a Saint-Moritz, donde el texano le dio un paquete con 20 parches de testosterona mientras tomaba un café con su mujer sentado en una terraza; el frigorífico lleno de bolsas de sangre que debía de controlar para que no se alterara su temperatura óptima de conservación.
De todo eso volvió a hablar el ciclista de juventud menonita que se vació los bolsillos tratando de demostrar su inocencia al ser cazado durante el Tour de 2006, el que ganó, con testosterona. De eso y del Tour de 2004, de la primera jornada de descanso en la que, asegura, el US Postal organizó una sesión de transfusiones de sangre en la habitación de Armstrong. "Había gente haciendo guardia, se taparon con plásticos los agujeros, los detectores de humo, las salidas del aire acondicionado por si había cámaras. Nos tumbábamos dos ciclistas a la vez y hacíamos la transfusión. Ese día yo sólo vi a Armstrong, Rubiera e Hincapie. Las bolsas de sangre vacías se cortaban en pedacitos y se tiraban por el váter".
También aporta nuevas confesiones. En 2001, antes de entrar en el US Postal, fue invitado a una concentración en Austin. Landis cuenta que durante la estancia fueron a un local de striptease cuyo dueño asegura que Armstrong y Bruyneel llevan visitándolo desde hace diez años. Esa misma noche, cuatro chicas ofrecieron un espectáculo privado a los ciclistas en el que, sostiene, corría la cocaína sin cadena. El episodio no tiene relación con el dopaje. Se traslada al plano moral y legal.
Las bicicletas desaparecidas Landis menciona en la entrevista a Michele Ferrari, las supuestas averías del autobús del equipo en lugares remotos que no eran otra cosa que una excusa para hacer las transfusiones y las bicicletas (hasta 60) que se vendían por e-bay y que se supone que era una forma de recaudar dinero para financiar las prácticas de dopaje. Un portavoz de Trek, las bicicletas de Armstrong, ha confirmado que, efectivamente, ese número de bicicletas desapareció y no se volvió a saber nada de ellas.
En 2005 Landis dejó el US Postal y se fue a liderar el Phonak. Allí, dice, nada era igual. "No había nada organizado y me tuve que apañar yo solo", cuenta el estadounidense, quien, junto a su compatriota Leipheimer, contrató a un médico español, de Valencia. Para abastecerse durante el Tour y salvar los controles de la Policía, reclutó a una persona a la que pagó 10.000 dólares por dos entregas de medio litro de sangre. El cartero se hacía pasar por un aficionado que le pedía un maillot firmado al corredor. En la operación se intercambiaban el material. En una dirección viajaba el maillot firmado; en la otra, la bolsa de sangre.
The Wall Street Journal asegura también que otros tres ciclistas han confirmado las prácticas de dopaje en el US Postal y uno de ellos ha admitido haber formado parte de ellas. Otros miembros del equipo interrogados han negado haber visto alguna vez algo relacionado con el dopaje. Chad Gerlach, un ciclista desconocido que corrió en el equipo de Armstrong, es uno de los que no dudan de la palabra de Landis. "Yo me lo creo porque lo he visto personalmente". Gerlach ya lo había denunciado anteriormente, pero nadie le dio credibilidad. Claro, quién va a creer a un ex ciclista vagabundo, alcohólico y adicto a las drogas que regresó al ciclismo en el Amore e Vita en 2009.
Pat Mcquaid, presidente de la UCI, leyó las nuevas acusaciones y, como tras la primera andanada, despreció la intención de Landis. "Está buscando venganza. Es triste para el ciclismo". Tampoco se quedó callado Armstrong, que construyó un dique de sarcasmo para descalificar a su ex amigo: "La credibilidad de Landis es como un vaso de leche que está mala; una vez la pruebas no hace falta bebérsela toda para saber que está podrida". No importa lo que diga. Ni él ni Landis. Ya no. Ahora el caso está en manos de Jeff Novitzky, el sabueso que destapó el caso Balco que hundió a Marion Jones.