Conocí a José Manuel Gorospe en 1968, o así. Lo conocí con una chaqueta de azul vergara y una escoba en la mano. Trabajaba como almacenero en una empresa de import-export, GUMASS que mi hermano Gustavo intentaba sacar adelante después de haber roto con mi padre. Yo estudiaba en Bilbao, hacía teatro, aprendía de Luis Iturri a beber whisky sin hielo y a huir de las chicas tatuadas, y en vacaciones, el guapo de José Manuel me exponía lo dura que era la vida del teatrero. Luego, él se fue a Madrid a triunfar y yo al Credit Lyonnais para convertirme en un aburrido empleado de banca.
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No nos perdimos de vista. Venía a invitarme a un pintxo y a un vino, a contarme sus problemas con la pérdida del cabello, a hablar de proyectos… Yo le seguía por la prensa y, poco a poco, por la cartelera madrileña. Había que ver alguna comedia producida por él en cada viaje a Madrid y desearle mierda con una copa en la mano.
Siempre me alegro de que mis amigos sean los mejores en lo suyo. José Manuel era el mejor, la vida le resultaba un maravilloso absurdo y en la vida había el teatro, el teatro que la explicaba durante un breve momento.
Gracias José Manuel por tu mano amiga en aquellos años difíciles y perdona que no te devolviera el libro.