Muchas veces tenía ganas de hablar sobre el personaje más controvertido: el político, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Me ha recordado que hace años mandé una reflexión sobre otra persona, político español: el señor Aznar. En ese tiempo lo taché de necio. Coincidió que estaba leyendo un libro de un filósofo (ahora no me acuerdo del nombre). En uno de los capítulos hablaba de la definición del hombre y mujer: “Hay buenos, malos y necios”.

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Daba consejos buenísimos para que se trabajaran las personas con el fin de ayudarse a mejorar y así ayudar a otras hacer lo mismo. Pero, curiosamente, subrayó algo importantísimo. Sólo las personas buenas y malas pueden cambiar. Las necias nunca lo podrán hacer. ¿Por qué? Me quedé sorprendida al escuchar la definición de la necedad. A la persona necia le dices: “¡qué día tan soleado!” y te contesta: “¡ufff, está lloviendo”. “¡Qué rubia tan guapa!”. “De rubia nada, es morena”. Y así todo. Es que le impide ver la realidad. En todos los sentidos. La persona necia es incapaz de ver la realidad. A lo que voy. La mayor desgracia a nivel político es la que nos ha tocado con Trump. Está clarísimo. Con el agravante criminal que va a seguir trayendo. Es muy grave la situación, no sólo en Estados Unidos. Sino una repercusión global de todo el mundo.