El mundo va a la deriva. Si fuera argentino, me iría a otro mundo. Pero no hay otro mundo; hay Argentinas antiguas y nueva; siempre Argentina de vivir y morir, con la memoria temblando. Temblando de miedo y amor, temblando de belleza y olor. No es Israel, pero puede convertirse hoy, de repente, por un golpe de historia nacido del hastío, en dolor. Argentina son los argentinos que saben lo que quieren y la mayoría, ahora, han dicho que quiere sufrir más, los pobres, y que los ricos sean más felices, que les expolien los del dinero, que haya más gente en la calle, borrachos, menos escuelas y menos hospitales, aunque haya más enfermos, más locos, más niños con mocos, piojos, garrapatas y trapos, jirones de pantalón y mugre en la cara, en las calles y en las calles llenas de basura, ratas gordas como conejos. Es el nuevo estilo, el liberalismo de un descerebrado, con chupa, hermana y cuadrilla, para la que es una nueva moda de la desesperación, liberal de la muerte. Nueva Argentina.
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