Qué penoso y difícil resulta escribir de este drama sin herir sentimientos. Los ahogamientos durante la época estival se han convertido en meros números y estadísticas comparativas que nos dejan indiferentes cuando deberían hervirnos la sangre; especialmente crueles resultan los ahogamientos infantiles. Playas, piscinas, ríos, pozas, etc. se cobran su tributo anual llevándose la vida de nuestros chicos. ¿Qué falla? No pretendo buscar culpables, pero los únicos inocentes en los ahogamientos son los niños que se dejan la vida jugando en el agua. Me pregunto qué hacen sus padres: ¿Están distraídos con el móvil? ¿de cháchara cerveza en mano? ¿confiados porque no va a suceder nada?. Los servicios de vigilancia y socorrismo, cuando los hay, tratan de evitar lo peor pero no siempre lo consiguen. Niños que se van de excursión vigilados por tutores, normalmente estudiantes para sacar un dinero, en quienes depositamos tamaña responsabilidad. ¿Cómo se dice a unos padres que su retoño descansa de cuerpo presente en un hospital porque se ha ahogado? ¿Quién y cómo les consuela?. Reconozco que no se puede evitar que a veces sucedan este tipo de infortunios, pero su escandalosa repetición nos interpela bien a las claras que algo falla. Las lamentaciones a posteriori no sirven para nada, el chiquillo no va a volver. No es cuestión de infundir miedo pero sí más responsabilidad.