En 1996, los datos ya rebelaban que la mayoría de la población, tanto mujeres como hombres, estaba en contra de la participación plena de la mujer en el Alarde. ¿Por qué algunas mujeres sienten el deseo de desfilar como soldado y no se sienten activas en la acera aplaudiendo mientras otras mujeres se sienten plenas de esta manera? Por una parte está la inconsciencia de que el poder de las mujeres que están en las aceras aplaudiendo está mediatizada por las personas que están desfilando. Es decir, las mujeres que aplauden en las aceras, están adquiriendo poder indirectamente. La mujer proyecta en ellos, para conseguir finalidades propias. La falta de consciencia está aquí, donde la mujer no se da cuenta que está en un segundo plano.

El rechazo al cambio no tiene nada que ver con la pérdida de la tradición o del gran sentimiento que se tiene hacia el Alarde, sino con la pérdida de los sistemas de género establecidos, una pérdida que siembra pánico entre muchas personas, tanto hombres como mujeres. El orden social que establece tanto el rol del hombre como el de la mujer es ya un hecho natural para la mayoría de la población y modificarlo supondría plantear un cambio dentro de ellas/os. Dicho cambio es muy duro para la mayoría de las personas, y aferrarse a lo conocido supone evitar la reflexión interna.