donostia. "Los grandes pívots dominantes acabaron conmigo. Ahora todos quieren ser como Pau Gasol". Las palabras de Shaquille O"Neal, que pueden ser tomadas como una bravata por venir de quien vienen, esconden una gran verdad. El baloncesto estadounidense vive una crisis de hombres altos que se ha manifestado claramente este verano. Cinco pívots europeos o de formación europea han llegado al unísono a la NBA: el brasileño Tiago Splitter (San Antonio), el ruso Timofey Mozgov (New York), el montenegrino Nikola Pekovic (Minnesota) y los turcos Omer Asik (Chicago) y Semih Erden (Boston).

Todos ellos, jugadores que rondan los siete pies (2,13 metros), fueron elegidos en su día en el draft, pero aplazaron su salto a la NBA hasta alcanzar la madurez física, la experiencia y el conocimiento del juego de los que carecen los estadounidenses que actúan en su misma posición. Quizás no todos ellos tengan un gran protagonismo en su primer año, pero su llegada, al mismo tiempo que descapitaliza a la Euroliga, pone de manifiesto la necesidad de muchos equipos de una presencia interior fiable para dar sentido al juego.

Poniendo al margen a los hermanos Pau y Marc Gasol, al australiano Andrew Bogut o al chino Yao Ming, cuya incidencia en sus franquicias es evidente, más de una veintena de centers extranjeros llevan varios años en la NBA, con un éxito discreto. Pero ahí siguen porque desde siempre los entrenadores americanos han tenido claro que "el tamaño es lo único que no se puede entrenar". Visto el fracaso de la producción propia, los ojeadores han vuelto su vista a Europa para tratar de acortar los plazos y buscar un rendimiento inmediato.

Tiene razón Shaquille O"Neal, que ha dominado más de una década. Los grandes pívots estadounidenses de la actualidad se cuentan con los dedos de una mano, y sobran dedos. Lejos quedan los tiempos de Bill Russell, Wilt Chamberlain, Kareem Abdul-Jabbar, Bob Lanier, Artis Gilmore, Bill Walton, Robert Parish o Moses Malone, pero también los de Patrick Ewing, Hakeem Olajuwon o David Robinson.

la soledad de howard Dwight Howard es lo más parecido que se puede encontrar ahora, dado que Andrew Bynum y Greg Oden, lastrados por las lesiones, no terminan de imponer el dominio que se suponía cuando llegaron a la NBA y Hasheem Thabeet aún debe aprender las cuestiones básicas del juego.

Roy Hibbert, Brook López o JaVale McGee no parecen capaces de cargar con esa pesada herencia. En el último draft, la esperanza está depositada en DeMarcus Cousins, una bestia parda a quien los Sacramento Kings confiarán su juego interior. El problema, dicen, es que el ex jugador de Kentucky tiene todo en su sitio, menos aquello que está por encima de los hombros.

En cualquier caso, su desempeño y el de su ex compañero con los Wildcats, John Wall -número 1 del último draft-, serán la atracción entre la camada de rookies que incluye también a Blake Griffin, el portento físico que encabezó el sorteo de 2009 y después se lesionó de gravedad, y a cinco pívots formados en Europa. Tiago Splitter está entre ellos. Aquel chaval brasileño que enamoraba a las seguidoras del Bilbao Basket hace ya ocho años ha llegado donde se esperaba. Y no sería raro, en cuanto se recupere de su lesión, verle de titular.